Un post de Facebook de Walt Disney, o al menos lleva su firma, dice: “Pregúntate si lo que estás haciendo hoy te acerca al lugar en el que quieres estar mañana”. Y acá se nos debate todo el hoy, de un mañana que no tiene anclaje alguno con el ayer.

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Pensemos que el ayer ya no tiene punto de conexión alguno con el futuro, vivimos en transición, hacemos y pensamos como ayer para un mundo que ya no existe. A contrapartida hacemos y pensamos para mañana en un mundo que no sabemos a ciencia cierta si existe o si es así como dicen. Todo indica que sí, pero no deja de ser angustiante e incierto.

Un artista en el corazón de Nueva York pone su tela en un caballete y diluye con trementina el óleo como en épocas remotas, se cuestiona a cada pincelada si no debería cambiar su método porque el paradigma le indica que esto es viejo o lento para el nuevo observador.

Daniel Molina, @rayovirtual en Twitter dice en su columna del diario La Nación algo interesante a seguir: el mundo tal como lo conocimos en nuestra infancia no existe más. No importa si nuestra infancia sucedió en los 50 o en los 90. Recordamos cómo era vivir sin Google, sin realidad virtual, sin experiencias en tiempo real y sin redes sociales. Lo recordamos, pero no querríamos volver a experimentarlo. Internet es como la electricidad: se pudo vivir sin ella, pero una vez que apareció no hay vuelta atrás.

Desde que, hace unos diez milenios, se produjo la revolución neolítica (la invención de las primeras ciudades, de la escritura y de la agricultura) nada incidió de manera tan profunda y dramática en la vida humana como Internet. Eso sucede porque Internet funciona como un cerebro colectivo. Una vez que nos conectamos, nos transformamos en una neurona en busca de nuevas sinapsis.

Estamos seguros que pasamos de un escalón al otro y no podemos bajar, debemos reconocer como bien dice Molina que, desde el arte (es decir, lo explícitamente ficcional) hasta los relatos que se ilusionan vanamente con dar cuenta de lo real sin apelar a la ficción (como el periodismo o la historia), todos los discursos y prácticas han sido trastornados por Internet.

¿Somos algo obsoleto?
En reiteradas ocasiones recaigo en este tema porque me es muy difícil de evadir. Debo reconocer que es un ejercicio que conlleva un esfuerzo muy grande el reconocer o entender cuál es el lugar como diseñador en el que uno quiere estar mañana sin caer en la tentación de mirar al pasado como referente.

Será que me viene recurrentemente la imagen y entiendo a mi profesión reflejada en la historia de Lot y su mujer convertida en estatua de sal, “Y cuando los hubieron llevado fuera, dijeron: Escapa por tu vida; no mires tras ti, ni pares en toda esta llanura; escapa al monte, no sea que perezcas… Entonces la mujer de Lot miró atrás, a espaldas de él, y se volvió estatua de sal”, Gén. 19:17, 26.

Yo no soy el de ayer pero vengo del pasado y como dice la canción llevo las marcas en mi piel cosa que a los de más de cuarenta nos pesa y mucho en un mundo que apela al descarte.

En un momento donde no se invierte en el autor, pensador o creador las palabras de Facundo Manes pueden bien poner un llamado a la reflexión. El principal capital de una Nación es el capital humano: los cerebros que hacen, que crean, que diseñan, que proyectan; la fuerza de trabajo y los deseos de realizarnos en comunidad; y, fundamentalmente, las ganas de ser, todos juntos, una sociedad que puede cuidar y educar a sus niños, proteger a sus ancianos y los más vulnerables, crear, desarrollar, hacer posible un futuro mejor.

Una voz que bien alerta al expresar que el futuro es de los países que inviertan en su desarrollo educativo y profesional tendrán un mañana promisorio.

En busca de la sinapsis.
La consulta es recurrente y el sonido a media voz refleja la angustia en el pedido de una posibilidad laboral, la respuesta genera la tristeza de saber que no se tiene mucho lugar para uno y para otros. Ya no hay margen ni lugar para los que no vendemos un producto o un servicio asociado a un tangible.

El diseño es un servicio hoy despreciado y desestimado como tal y solamente es medido en función de dinero todo etiquetado bajo el concepto de costoso e intangible.

El mercado por necesidad o por convicción está dispuesto a que el diseño sea gratis. Sí digo bien, GRATIS y campañas como ‘My Time Has Value’ #MyTimeHasValue o saber que Los Premios Nacionales de Diseño 2014 no serán convocados al tiempo que se exige una Política Nacional del Diseño en España no dan mucho lugar a pensar que mi idea sea absolutamente personal.

Molina nos invita a pensar que una vez que nos conectamos, nos transformamos en una neurona en busca de nuevas sinapsis.
Este cerebro artificial pide a gritos que nos conectemos, que nos mostremos francos, solidarios y auténticos porque colectivamente sabemos que el diseño no está muerto pero cada día que avanzamos hacia el futuro entiendo que acá algo huele mal.