Basta con entrar los grupos especializados de diseñadores para darnos cuentas tres cosas:

  1. • La gran mayoría no sabe cuánto cobrar por su trabajo.
  2. • Quienes no saben cuánto cobrar tampoco tienen claro procesos y estándares del negocio del diseño.
  3. • Quienes saben cobrar no sueltan prenda. Son muy pocos los dispuestos a ayudar.

El último punto se puede justificar desde diferentes perspectivas: el sentimiento propio de aquel que encuentra el modo por sus medios, y como nadie se los quería decir, hace lo mismo; es también por el egoísmo innato que viene con el paquete de artista; porque no estamos completamente seguros de estar utilizando las formas correctas; porque no queremos que nos roben al cliente ofreciendo un mejor costo.

Hasta aquí tan sólo una pequeña muestra que nos da luz sobre razones que pueden justificarse —válidas o no—, pero lo cierto, es que desde que en México se practica el diseño gráfico de forma profesional, no logramos construir una base de prácticas y procedimientos sobre las cuales manejarnos. Cada generación que egresa de la universidad debe encontrar la sobrevivencia en la prueba y el error, con muy poco conocimiento del cual asirse, ya que como bien sabemos, en la universidad se habla un lenguaje diferente al ámbito profesional, muy difícil de traducir.

Sin embargo, son cada vez más profesionistas del diseño que entienden claramente la base de un presupuesto. Quizá en la medida del crecimiento de las comunicaciones, de la evolución en el pensamiento de los maestros universitarios que también ejercen profesionalmente, de la madurez de la profesión que las metodologías van encontrando un cauce natural, que resulta cada vez más transparente a ojos de quienes requieren con ansia una validación de estar haciendo las cosas de manera correcta.

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¿Cómo se cotiza el diseño? ¿Por horas, por proyecto, por impacto, por curricula, por tarifa, por competencia? Lo cierto es que ya estamos en caminos más acotados que si bien requieren aún de mantenimiento, tenemos bases para iniciar un viaje. Sólo que de alguna forma nos negamos a reglamentarlo, que si bien no podemos hacerlo de forma oficial o legal, como procedería con un médico, un contador o abogado, bien podríamos encontrar normas de convivencia comunitaria que nada mal le harían a cualquier transeúnte.

¿Vale la pena normar las prácticas profesionales del diseño?

Es un pensamiento que traigo dando vueltas desde hace tiempo. Vivimos en un país donde los clientes parecen ser dueños de la cancha: dictan de forma unilateral desde el costo, el proceso y las fechas de pago. Aunque no es un mal exclusivo del diseño, sí interviene en gran parte nuestra debilidad por no podernos conformar como asociación alguna que vele por nuestros derechos y nos resguarde en las prácticas.

Si bien cada quien tiene sus maneras para elaborar un presupuesto, acercarse al cliente, mantener su relación y ofrecer resultados en distintas formas y niveles, todos coincidimos en puntos comunes que bien podrían servir de punto de partida hacia una estandarización. A continuación algunos ejemplos en cuanto a la forma de cotizar y presentación de costos:

  1. Presentar cotizaciones desglosadas, se por fases o productos, con costos individuales y detallados en cada proceso creativo, aplicativo y técnico, en donde el cliente tenga claro su nivel de participación e involucramiento, así como lo que recibirá en cada una de ellas.
  2. Incluir tiempos de entrega. Sabemos que siempre son aproximados y muchas veces es el cliente quien marca los ritmos. Usar días u horas hábiles.
  3. Establecer formas de pago: adelantos por porcentajes y tabulados conforme al valor total del proyecto. Dejar claras las condiciones del finiquito, así como las excepciones por las cuales los pagos podrían modificarse, cancelarse, disminuir o aumentar.
  4. Establecer los derechos del cliente y del diseñador, especialmente en el tratamiento de archivos nativos o su equivalente en otras áreas como multimedia, programación o producción. Uso de imágenes de otros medios, derechos de uso y explotación.
  5. Desglosar siempre los costos de producción y los de diseño.

Hago este ejercicio tan solo como un ejemplo de cómo podríamos establecer un estándar o una guía mínima en el ofrecimiento de nuestros servicios. Quisiera abrir este espacio para saber qué piensan y si habría algún eco en estas ideas. Gracias.

Diseñador gráfico con maestría en diseño editorial por la Universidad Anáhuac y con cursos de Publishing en Stanford. Actualmente dirige MBA Estudio de Diseño, dedicado al diseño editorial, identidad y publicitario, además de realizar scounting y contratación de talento de diseño para diferentes empresas. Es profesor en la Universidad Anáhuac y la UVM. Le gusta la caligrafía, tipografía, la música y la tecnología.