A continuación, presento algunas reflexiones derivadas de una charla del arquitecto mexicano Javier Senosiain y el documental The Dark City en relación a las pérdidas que sufrimos cuando nos alejamos de la naturaleza por errores de diseño.

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¿Qué perdemos cuando perdemos las formas orgánicas?

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Recientemente, tuve la oportunidad de escuchar al arquitecto mexicano Javier Senosiain, exponente de la denominada arquitectura orgánica. Al comenzar su charla, previo a mostrar sus proyectos, demostró como, a lo largo de nuestras vidas, habitamos una serie de cajas funcionales pero poco humanas. Así, mencionó lo siguiente:

El bebé nace, sale del útero confortable y orgánico, y comienza a habitar el mundo. Luego se lo encierra en una cuna con barrotes. Luego pasa a jugar en un corralito. Más tarde, el niño hace una aventura por su casa gateando y descubre los marcos de las puertas rectos, en el baño le llama la atención un objeto curvo pero a su vez observa una repetición de cuadrados tanto en el piso como en las paredes y en la cocina descubre una serie de cubos apilados. Ve a su papá, triste y cansado, y éste lo mece en sus brazos. El niño sonríe. El padre lo lleva a la plaza. Al niño le gustan los juegos de movimientos: le gusta el subibaja, la hamaca, el tobogán. Años después, disfruta de la montaña rusa. En la vejez descansa acunándose en su hamaca. Así, vemos que el espacio natural del hombre es curvo. Las formas curvas tienen mayor legitimidad y mayor resistencia. Es por eso que en la naturaleza casi no encontramos formas rectas.

En otras palabras, Senosiain nos habla de una armonía entre hombre, naturaleza y necesidades físicas y psicológicas. En este sentido, su búsqueda se basa en crear espacios adaptados al hombre, semejantes al seno materno o a las mismas guaridas de los animales; lo que me hizo pensar en la responsabilidad de la arquitectura frente a la represión de nuestros impulsos primigenios a medida que crecemos. Y, ciertamente, Senosiain tiene una postura formada frente a esto, afirmando que la arquitectura no puede desligarse de las raíces del ser biológico y, por lo tanto, el arquitecto debe evitar que el hábitat sea antinatural.

Así, Senosiain terminó su charla anunciando lo siguiente: Si tuviésemos que enterrar todos nuestros errores solo quedarían plazas y parques en la superficie. Es interesante rescatar de Senosiain la voluntad por hacer de la inspiración en la naturaleza un proceso de diseño que busca la sostenibilidad. En definitiva, la naturaleza se encuentra allí para que sepamos llevar sus enseñanzas a un buen destino; sólo se trata de saber transformar esa información en conocimiento.

¿Qué perdemos cuando perdemos la noche?

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En el documental The Dark City, un largometraje sobre la pérdida de la noche en las ciudades, el cineasta Ian Cheney reflexiona sobre la necesidad de las estrellas, después de mudarse a Nueva York desde Maine. Allí se hace mención de la exploración de amenazas de asteroides en Hawai, el seguimiento de tortugas incubando a lo largo de la costa de Florida y el rescate de aves heridas en las calles de Chicago. Las consecuencias son innumerables frente a la ausencia de los puntos que brillan en nuestro cielo.

Ahora bien, un hecho que parece no ser tan alarmante como los mencionados radica en el hecho de que, como las luces de la ciudad son más brillantes, y las propias ciudades se hicieron más grandes, cada vez son más las personas que crecen sin una conexión visual a las estrellas. De la misma forma que los panales son la obra suprema de un enjambre, podemos ver que las luces de las ciudades son el gran símbolo de progreso de la humanidad.

Si bien amamos la luz y es cierto que los humanos han temido durante mucho tiempo a la oscuridad, y que el crimen fue el impulso inicial para el alumbrado público generalizado en el planeta, también pienso que es posible que necesitemos la oscuridad. En último capítulo de la película, nos encontramos con las formas en que los diseñadores de iluminación – en el Highline de Manhattan, y en un pequeño pueblo de Maine – están equilibrando el amor humano por la luz con nuestra necesidad de oscuridad, el amor por los cielos estrellados, y nuestro deseo de reducir los costos de energía con diseños más eficientes. A fin de cuentas, como expresa el astrofísico Neil deGrasse Tyson, cuando nos fijamos en el cielo de la noche, nos damos cuenta de lo pequeños que somos. Es una forma de reiniciar el ego. Para negarse a sí mismo de ese estado de ánimo, ya sea voluntaria o involuntariamente es no vivir con todo el rigor de lo que es ser humano.