Mi última colaboración del año pasado fue lo que algunos describieron como un «meme escrito». Después del ataque de risa, tenían razón. Así como las definiciones se alejan de su definición más básica —Hoy pueden haber libros sin letras o empaques que terminan siendo el producto mismo—, el diseño gráfico podría bien alejarse de su definición más básica: contribuir a los sentidos de una manera no forzosamente gráfica, lo que pudimos considerar en un principio como una sola colaboración, un recodeo con el movimiento, el tiempo y la tercera dimensión, terminan por volver borroso los términos de lo que alguna vez pensamos estaba demasiado claro.

El diseño gráfico recibe a sus nuevos vecinos: multimedia y animación, que se suman a los viejos conocidos de siempre: ilustración, fotografía, tipografía, entre muchos otros que mantienen una denominación común y única.

Hoy en día un logo no tiene que ser estático, no está circunscrito a un color específico, no tiene que verse siempre en la misma posición. Un diseño editorial no reside solo en el papel, lo que pareció en algún momento un paso atrevido de invadir sustratos alternos como madera, plástico o metal, termina por muchas veces no abandonar su lugar de nacimiento, compuesta por bits, pixeles y códigos binarios. Un diseño editorial termina, pues, por no ser estático, no mantenerse siempre aislado en la misma posición o del mismo tamaño, sino intercambiando fotos, adaptándose al quien lo mira, a sus medios, sus tamaños y sus columnas.

El empaque sigue siendo protagónico, y colabora de cerca no solo con suajes y dobleces, sino con experiencias que redondean la personalidad de lo que contienen y muchas veces, le ganan, al grado que el termina ganándose un lugar primordial en nuestras repisas, en la cocina o cualquier otro lugar y pueden poseer vida después de su muerte, con algún uso alterno que se acomode a las necesidades de quien lo posee.

Los espacios móviles, en prácticamente cualquier medio digital, nos permiten tener experiencias cada vez más únicas como queramos percibirlas, cambiando el rol del diseñador de un dictador que ordena los elementos hacia un moderador que asigna límites y movimientos que no podemos controlar como en los productos finales de antaño.

El diseño es pues, una manifestación de las cosas que van cambiando, que se adaptan a nuestras formas de vida, a lo que percibíamos como imposiciones rígidas y inmóviles. Pero ganamos espacios donde tal parecía que era un mero accidente: desde las señalizaciones en las calles, los letreros en televisión que nos dicen cómo va partido o quién se llevo el premio a la película del año.

Todo se vuelve diseño, de forma moderada o agresiva las experiencias parecen llegar a un nivel ridículo, con tanto que se vuelve a la vez nada, empaques que cambian cada semana de modelo, ediciones especiales que todo el mundo puede tener, música que termina por confundir a qué marca pertenece o logos que simplemente no podemos representar estáticamente. Así es el diseño hoy, divertido, retador y pensante, como si se tratara de un bosque cada vez más denso, con más plantas, donde se dificulta diferenciar las que nos hacen bien y la que nos matan, donde tratamos de sobresalir y sobrevivir.

Diseñador gráfico con maestría en diseño editorial por la Universidad Anáhuac y con cursos de Publishing en Stanford. Actualmente dirige MBA Estudio de Diseño, dedicado al diseño editorial, identidad y publicitario, además de realizar scounting y contratación de talento de diseño para diferentes empresas. Es profesor en la Universidad Anáhuac y la UVM. Le gusta la caligrafía, tipografía, la música y la tecnología.