Mi papá es de una generación de creativos de esos que iban a trabajar en saco y corbata y cada vez que le nombro a esta persona me dice: “¡¡¡Qué bien que dibuja letras ese muchacho!!!”.
Luego y casi con gusto repetimos a modo de ritual la historia del día que les hizo algo para la agencia en la que trabajaba, para el momento era una técnica revolucionaria en la presentación de un boceto. Sus letras estaban dibujadas a color directamente sobre un acetato transparente que puesto sobre la ilustración quedaban de maravillas.

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Como remate nunca falta la repetición obligada del “¡¡¡Qué bien que dibuja letras ese muchacho!!!” como si el tiempo nunca pasara para ambos y en tiempo presente aún tienen los dorados treinta y pico.

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Visto por fuera, es de esos diálogos repetidos milimétricamente y que podrían catalogarse dentro del espectro de insanos que muy por el contrario creo encienden esas llamas vinculares que gracias a estos tiempos de resurrección volver a dibujar letras nos está devolviendo una pequeña e interesante sonrisa.

La persona en cuestión es una de esas que podríamos catalogar dentro de las que han salido por esas fallas del sistema. Y digo bien, porque Ricardo Víctor Rousselot Schmidt tiene en él tanto talento que podríamos considerarlo por cuatro o cinco de muy buenos profesionales.

En una ocasión la imprenta Akian Gráfica Editora S.A. nos galardonó a un grupo de colegas con una invitación muy íntima a una charla con él, yo era bastante más joven y el recuerdo que tengo de ese momento mágico fue su palabra sana y noble. Me llevé una bolsa colmada de conceptos de la vida y de la vida en diseño.

Letras, papeles, trabajos, la compañera de la vida, los colores, hijos, los colegas, las historias insólitas, los rulos tipográficos, los nietos, esa letra que tanto le gusta o el pack que sigue vigente de manera estoica son él, el que se esmera en remarcar todo el tiempo que no tiene estudio, como pidiendo permiso en esto que hoy tiene como mecánica un papel llamado título.

A mi entender él, como otros tantos de miles de talentosos, son poseedores de títulos nobiliarios, algo que está por fuera de cartel y de lógica de simples ciudadanos.
Traigo su persona no como halago dulcero sino, a modo de rescate del resurgir del espacio en el hacer. Verdaderos artistas gráficos que vuelven a ser vistos, mirados y venerados, sabios que supieron aguantar la bronca del destierro con humildad al brusco espaldarazo que la modernidad les propinó sin mediar ningún aviso. Recuerdo un aviso de un matutino de los años noventa que rezaba “El letrista ha muerto” y qué podríamos decir hoy a eso, mínimamente entiendo que desde mi persona pedir perdón.

No es gratis que hoy aparezcan películas como Sign Painters que revalorizan, que devuelven el acto de sentarse en una mesa a probar, ensayar, volver a probar, preguntar, consultar y seguir rompiéndose la cabeza para lograr sacar eso que empuja desde adentro y que no podemos trasladar al papel.

Los invito a que recorran el trabajo de Ricardo Rousselot, en su muro hay mucho para ver y leer un modo o manera de empezar a entender de a poquito de qué estamos hablando acá.
Como en todo, la repentina automatización y digitalización nos confundió, nos hizo pensar en que el método pasaba por descartar, en que ahora todos podemos y que hasta tu tío con su ordenador mientras no entra gente a su local puede hacerse de manera súper simple el banner para la marquesina del local y su página web para vender más.

Una verdad a medias, como tantas de esas medias tintas que viven la mentira desde la verdad, que la tecnología permite y nos permite es absoluta y contundente, que está ahí y es una herramienta de un potencial inmenso también y que es para todos, de eso estamos seguros y muy de acuerdo pero que sea usada por todos ahí debemos empezar a actuar con respeto y responsabilidad.
Detrás de cada hacedor hay capas geológicas de años de formación y construcción de ese ser. Los sacrificados viajes en tren de Ricardo Rousselot del oeste del conurbano bonaerense hasta el centro de la Capital Federal están grabados en cada letra que pueda hacer mañana, el no bajar los brazos por una idea que él convirtió en familia es lo que enmarca su labor como un tipógrafo sabio y muy inteligente que tiene claro que en la vida hay que hacer buena letra siempre.

Él es uno entre miles con características similares, él es una historia que se repite en algún rincón del planeta, él como tantos le da sentido a la hoja manchada con tinta, él te invita en cada rulo a que no te prohíbas soñar en ser vos para convertirte mañana en un nuevo Ricardo.
Estoy seguro que él mantiene un diálogo con las letras como Pappo lo tenía con su guitarra, cosas que la genialidad generosamente nos regala y que debemos agradecer siempre alzando la mirada al cielo.