Una ciudad que recibe Juegos Olímpicos nunca vuelve a ser la misma. Hay algo que se modifica en su ADN y abarca no sólo a los habitantes de los anfitriones, sino a todo el país. En el caso de los Juegos de la XIX Olimpiada México 68 llegaron de la mano con tragedias, pero también con innovación más allá de lo deportivo.

Cambió la forma de urbanismo y sustentabilidad, cambió la cultura, la moda, la comunicación y el diseño lo dejó marcado para siempre. La primera vez que se implementó un sistema gráfico completo coincidió con las primeras generaciones de diseño en nuestro país.

Quienes no habíamos nacido hace 50 años, aún contamos con el testimonio de primera mano de quienes sí fueron testigos y partícipes, sea directa o indirectamente. Choferes, traductores o en el área de logística, todos voluntarios, ayudando a armar el rompecabezas de una algo que hoy llamamos Ciudad de México.

La pieza más importante la conforma una entrevista de Sergio Rivera Conde a Pedro Ramírez Vázquez, arquitecto que terminaba de construir el Museo de Antropología e Historia y que por azares del destino, ocupó la presidencia del Comité Organizador, una vez que el expresidente Gustavo Díaz Ordaz lo abandonó por cuestiones de salud.

Pedro Ramírez Vázquez aceptó el reto voluntariamente por la fuerza, nunca había siquiera visto unos Juegos Olímpicos, pero de alguna este movimiento quedó registrado en lo que pudo haber sido una organización más enfocada en política, en soluciones creativas, reflejadas en aportaciones que hoy prevalecen para organizar este evento tan grande con éxito.

Faltaban tan solo diez días para que la llama olímpica ardiera en Ciudad Universitaria cuando México explotó. El 2 de octubre fue la culminación de una serie de manifestaciones protagonizadas por los estudiantes y un gobierno absolutista que terminó en la tragedia de Tlaltelolco, inmortalizado bajo la fecha en que la policía disparó a quemarropa sobre estudiantes indefensos.

La prensa internacional puso sus ojos en ello, pidieron que los Juegos Olímpicos se cancelaran, pintaron a una ciudad en guerra, apenas de pie que luchaba por resguardar a los más de ocho mil atletas que ya se encontraban alojados en la Villa Olímpica. Recordemos que una época donde la forma más ágil de enterarse era por la gran cantidad de reporteros que se encontraban dando notas sobre los JO.

Esta fue la primer marca, la que duele incluso hasta el día de hoy y que quizá nunca sane.

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Cuando el Arq. Pedro Ramírez Vázquez tomó el control de los juegos olímpicos, existía una serie de anuncios en radio y televisión que decían: «Pórtate bien mexicano, porque va a venir la Olimpiada». Como dicta la psicología inversa, la postura de la población tendía a ser lo opuesto. La idea tenía que expandirse más allá de una frase y provocar una conciencia del tamaño de evento que se tendría, no solo mostrar buena actitud.

Se convocó a un concurso para diseñar una paloma, se imprimieron 600 mil de ellas en diferentes tamaños y con la mano de obra estudiantil se colocaron a lo largo y ancho de la ciudad. Un símbolo de paz afuera de cines, centros comerciales, edificios públicos, entre otros.

Abel Quezada donó una serie de dibujos que se fueron colocando en los espectaculares y fachadas de los edificios. Se podía leer «Todo es posible con la paz» en diferentes idiomas. Se pintaron franjas en los postes de las principales avenidas de la ciudad: Periférico de amarillo, Viaducto de rojo. Nada de esto traía consigo referencia alguna a los Juegos Olímpicos, la idea era generar la expectativa, motivar a la gente, «ponerla a tono» con el tamaño de evento que se avecinaba.

Internacionalmente, la ONU les proporcionó un directorio de profesionistas y gente destacada en sus países miembros. Por correo directo todos recibieron una serie de folletos anunciando la olimpiada, dando a conocer México.

El aire olímpico estaba en la atmósfera, se creaba una expectación en todo el mundo.

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El Distrito Federal ya era grande, no en las proporciones que conocemos hoy en día. La experiencia de Roma y Tokio, ocho y cuatro años antes respectivamente, era que después de los Juegos, y al tener todas las sedes congregadas en un espacio muy reducido, se creaban elefantes blancos, construcciones muy difíciles de mantener, que se deterioran con gran rapidez. La idea fue descentralizar los lugares de competencia, partiendo del hecho que no se contaba con una superficie lo suficientemente grande. Se construyó el Palacio de los Deportes al oriente, se usaron lugares como el Auditorio Nacional en el centro para gimnasia, la Alberca Olímpica al Centro-Sur, el Estadio Olímpico en el corazón de Ciudad Universitaria el Sur, y ya casi en las afueras de la ciudad el Canal de Cuemanco.

Hoy, todas estas construcciones prevalecen y son útiles para la vida de la ciudad. Quizá unas mejor conservadas que otras, pero funcionales al fin.

Unas cosas por otras y ahora habría que lidiar con la movilidad. El transporte no era tan eficiente, el metro apenas estaba en construcción, así que se usaron todos los campos baldíos en los alrededores de los inmuebles para que la gente dejara ahí sus autos y completara la ruta con camiones especiales. Muchos comprados y otros más rentados. Al término de la justa, la ciudad tendría transporte público nuevo y funcional (incluyendo el metro, inaugurado un año después).

La Villa Olímpica fue otro tema. Anteriormente se usaban instalaciones militares en casi todas las ciudades sedes. México no tenía forma de darle cabida a los atletas, así que idearon un plan. Dentro del plan de vivienda social que construía el gobierno, se ideó que hicieran un gran conjunto muy cerca del Estadio Olímpico, sobre la misma avenida de los Insurgentes, llamado precisamente así.

El Comité Olímpico lo rentó por espacio de dos meses para que, una vez que terminara la Olimpiada, se vendieran a familias mexicanas. El resultado fue tan exitoso, que se convirtió en el estándar y hoy es recurrente que las ciudades sede hagan lo mismo. Hoy existen villas olímpicas como condominios en Barcelona y Río de Janeiro, entre otras.

México fue el primer país en desarrollo en albergar unos juegos. El primero de Latinoamérica. La más alta de todas. El rechazo era normal. El Comité Organizador logró la hazaña de no solo de organizarlos, sino de estar en la lupa, romper expectativas, poner a el país en el mapa y sin saberlo, forjando un evento que hoy le da un sello característico a la Ciudad de los Palacios.

Design Lifer
Diseñador gráfico con maestría en diseño editorial por la Universidad Anáhuac y con cursos de Publishing en Stanford. Actualmente dirige MBA Estudio de Diseño, dedicado al diseño editorial, identidad y publicitario, además de realizar scounting y contratación de talento de diseño para diferentes empresas. Es profesor en la Universidad Anáhuac y la UVM. Le gusta la caligrafía, tipografía, la música y la tecnología.