Debo confesar, que en más de una oportunidad y lugar tengo sumamente presente esta expresión popular.
Hay ocasiones en que parece increíble y surrealista lo que uno vive en materia de enseñar a interpretar y sentir diseño en un aula que se asemeja mucho a esto de intentar hablar con una pared, sin descartar en el ámbito comercial.

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En este caso traigo esta frase desde otro lugar, porque a raíz de haber ganado un concurso organizado por una fundación para pintar murales en hospitales públicos me encontré por primera vez frente a una pared de unos seis por tres metros. Una superficie absolutamente blanca e inmensa para mi debut expresivo.

Llegué al lugar con la idea de dibujar la pared, de proyectar lo establecido en el estudio, de hacer un trabajo que con sus bemoles no dejaba mucho margen fuera de poner las dudas en certezas. Algo así como ir, hacer y dejar una huella sin más.
Al inicio me topé con una realidad mucho más inmensa que la nada misma, la humana, la de la verdadera razón de por qué iba destinado mi objeto expresivo, que en este caso, había obtenido además el beneficio de ser elegido y premiado.

Los directivos del Hospital y de la Fundación me expresaron en el acto de premiación, que había sido una decisión unánime que estos “soles” estuvieran en este lugar tan especial.

Debo aclarar que el pabellón del hospital en cuestión es un ámbito donde no se está ahí por un simple resfriado. El hospital trata enfermedades del tipo oncológico y la idea es poder alegrar e inspirar visualmente el espacio general a los enfermos que acuden a hacerse sus estudios.

Esto que suena simple y liviano al decir “alegrar e inspirar” al momento que se tiene un sutil contacto con el lugar cobra una dimensión tal que si lo sabía al momento de mandar la propuesta no sé si lo hubiera hecho.
Escuchamos muchas veces de proyectos o estudios de cómo el diseño puede ayudar a mejorar las condiciones emocionales de un lugar y si bien mi trabajo es un acto expresivo y no un diseño proyectado ad hoc, vislumbro que cuando esté terminado, al entrar y toparse con una inyección de energía, color y forma entiendo que no pasará por alto al ojo humano, cumpliendo con todo eso que se remarca a la hora de explicar por qué el diseño tiene vastas respuestas a cada problema.

Estoy muy seguro y soy consciente que tengo un objetivo poco ambicioso con mi obra, pero si logro que al menos uno de los enfermos que entran a diario al lugar gire su cabeza y desvíe por un segundo las razones de por qué está ahí me sentiré más que millonario, habré llenado un espacio que hasta hoy no había experimentado tan en primera persona. Por primera vez siento que eso que me sucede comercialmente al ver la satisfacción de un cliente por recibir lo que esperaba, ahora lo podré lograr pero de manera espiritual.
Está claro que no podré cuantificarlo, ni identificar a quién le saqué una reflexión o emoción pero confío en mis armas para dar una gran batalla a esa sombra oscura que intenta quitarle luz a su corazón.

Tuve la oportunidad de pasar todo un día proyectando y dibujando en el lugar. Estuve muchas horas observando, que no es lo mismo que viendo y pude interpretar a la gente de ahí, sus rostros, como vestían, el modo de responder a las preguntas insistentes de una doctora y como silenciaban sus palabras para dejar hablar a un televisor que llenaba ese vacío de emociones.
Pude además cargar con un nuevo montón de preguntas sin responder de la vida, que guardo en mi libreta de anotaciones para cuando me toque el turno de preguntar en la conferencia de prensa que dará el dueño de todo este circo llamado universo.

Pero en el mientras tanto cuando realizaba esta pieza, producto de un diálogo íntimo, nunca proyecté semejante misión. Sé y tengo muy claro que la fuerza con que detoné esto en el linóleo al pasar la gubia tenía potencia, no era algo simple y nada más. Por mi cabeza pasaban muchas cosas y que esas razones las estaba pudiendo canalizar y disipar de manera expresiva por algún lado iban a florecer.
Trabajo mucho sobre mí y sobre todo en conocerme. Hoy este premio y mural son mi intriga, eso que queda para analizar, para pensar o masticar, una bolsa llena de los por qué dignos de un chiquillo de nueve años de alguna parte del mundo.

Ahora a esta pared solo le resta tener color, cobrar vida, empezar a contar e intentar poder emocionar.

Todo esto me ha dejado mucho, he aprendido, me han surgido montones de preguntas pero por sobre todo entendí bien, que a quien no pueda mirar con el corazón habrá que explicarle infinidad de veces aunque parezca en vano o que se le asemeje mucho a la idea de que es como hablarle a la pared.