Era una tarde tranquila y estaba de charla con un ex fabricante y comerciante de helados. Un hombre que supo trabajar el producto de manera artesanal como le habían enseñado otros heladeros en sus inicios.
Está claro que el mercado de este producto en cierta forma podríamos ponerlo en paralelo con el de nuestra profesión.

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¿Por qué digo en paralelo?
Simplemente porque bajo una misma denominación hay infinidad de calidades, formas y prácticas de hacerlo y porque a lo que llamamos vainilla no siempre es lo que realmente se dice que es.

Este buen hombre, sin saber que encendía en mi cabeza estas líneas, en un momento me cuenta la historia de las habladurías del barrio con respecto a su helado de vainilla.
El gentío encontraba en este gusto muy pedido un atractivo especial en su color. Un fuerte y consistente amarillo que daba placer visual y gusto a los deleites de grandes y chicos.

Su consistencia despertó la duda y las sospechas en aquellos que al comparar con otras heladerías veían grandes diferencias en su aspecto.
El barrio murmuraba hasta que un día el más osado de los ignorantes en la materia una tarde tomó coraje y se juró tener una charla con el heladero del barrio para revelar este misterio.

Entró sin mediar el saludo de buenas tardes, descortesmente rompió el silencio y dijo: “Vos le estás poniendo zapallo a la vainilla para que tenga más color“.
Tan contundente afirmación enmudeció a nuestro artesano que sostenía la pala con la que trabajaba un nuevo gusto.
Respiró hondo, limpió sus manos y con la paz que entrega el saber lo que se está haciendo le dijo: “Uso huevos de campo de gallinas alimentadas a maíz”.
Sin mediar muchas más palabras continuó trabajando sin pensar en lo sucedido, pero sí, prestando atención a que algo estaba haciendo mal.

Entendió que su helado y él no estaban contando el cuidado y la forma con las que eran producidos. Descubrió también, que su gente había dejado de disfrutar el momento de tomar un rico helado y como ahora son consumidores devenidos en consumistas informados, están obligados a desconfiar de todo, pero no por eso, dejar de consumir.

El ya no vende más helados porque se jubiló y las heladerías artesanales descubrieron que debían identificarse bajo una imagen para diferenciarse del resto que no produce helados de esta forma tradicional.

Alisemos un poco el rulo
Ahora bien, en esta historia hay mucho de nuestra realidad, de la desinformación de las partes, de las desconfianzas y del facilismo conceptual que existe sobre la idea de la labor ajena.
En mi día a día yo me construí estos cinco puntos estructurales para tratar de minimizar la ignorancia de conocimientos que tanto nos afecta al escuchar que es sumamente simple hacer diseño.

1- Educar, siempre educar
No hay mejor remedio que la educación para curar cualquier enfermedad y mal. Estar dispuesto al aprendizaje constante en la búsqueda de cómo poder explicar al otro de forma clara, sencilla y creíble lo que estamos haciendo y vendiendo.

2- Diseño a puertas abiertas
Así como el mago remanga su saco y nos invita a que veamos que no hay truco en su magia, así, deben ser nuestros quehaceres. Invitar a ver, a tocar y proponer la confianza aunque crea que el ilusionismo le está ganando.

3- Honestidad brutal
Al pan, pan y al vino, vino dice el refrán. Decir las cosas como son, con respeto y sin mentiras. Nunca será negocio tratar de retener a alguien que no nos cree y respeta.

4- Construcción de la relación
La consistencia de nuestros actos, la construcción coherente de nuestro diálogo y las buenas prácticas profesionales en pos de la relación con un cliente son fundamentales a la hora de saberse la equidad en lo dicho y hecho.

5- Mirada 360°
Nunca perder de vista que mucho de lo que creemos sabido no es entendido de la misma forma.
Nunca está demás llamar y dialogar con nuestro cliente, al menos para saber como está.

El tratar de mostrarse transparente y puro a la fuerza no es el camino tampoco, quizás como reza la canción, que ve en partes lo que nosotros vemos, que si bien se está aquí y adentro hay muchas diferencias entre lo dicho y lo hecho, debemos tomar nota, que ese vaivén de confianza y desconfianza que recorre el delgado equilibrio de lo que llamaríamos fe, es en el que en más de una ocasión medianamente giran todas las profesiones.

Por mi parte, mientras me voy a disfrutar de un merecido helado, creo que no hay soluciones mágicas para nada y que trabajar concientemente, es al menos, la forma que nos puede vislumbrar un posible buen resultado. – ¡Sí! lo vamos a compartir, con dos cucharitas por favor.