De pronto me encuentro en Facebook con una persona que está denunciando una vacante de diseño que ofrece un sueldo muy bajo. La lista de comentarios es interminable, casi todos de repudio e insultos. Lo condenan y crucifican cuestionando la seriedad de su empresa. Sabemos de antemano que las redes sociales son muy explosivas y pueden convertir en rey o satanizar a una persona en cuestión de minutos, a esto le podemos sumar nuestra forma latina, extrovertida y fuerte, y obtenemos como resultado una intensidad al cuadrado sobre prácticamente cualquier tópico que sea tendencia.

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Aunado a este tema, nosotros, que ejercemos el diseño, nos encontramos con una profesión que ha nacido recientemente, llegó a nuestro país hace menos de cincuenta años y a la mitad del camino se transformó severamente ante la entrada de la tecnología, cambiando desde el perfil del diseñador hasta los productos finales de los que nos encargamos. Durante este tiempo hemos tenido una lucha constante para ser tomados en serio, para darle valor a nuestra profesión, justificar el costo de nuestros servicios y educar al cliente final sobre los beneficios de contar con un diseño profesional.

Llegamos al punto en el cual, si juntamos nuestra expresividad cultural junto con el cargar con una profesión relativamente nueva y transformada, nos puede llevar al punto de tronar la maquinaria. Habría que preguntarse si como gremio hemos llegado al punto en que debemos superar esta zona de mayor fricción y roce para entrar en un parámetro de debate que nos permita crecer.

Como ciudadanos, tenemos muchos motivos para estar enojados, con el gobierno, con nuestra escuela, con nuestro jefe, con el banco, con la telefónica. Como diseñadores, quejarnos por los sueldos, por la competencia desleal o por las cargas de trabajo llegó a un momento que nos dificulta mucho lograr ver para adelante. Uno de los temas que mis alumnos de los últimos semestres me comparten, es el miedo de terminar la carrera y tener que enfrentarse a este mundo tan hostil y maléfico del diseño, mismo que nosotros mismos nos hemos encargado de dibujar como si se tratara de unos de los círculos del infiernos de Dante Alighieri.

Hace poco precisamente seguía con atención el caso de Taylor Swift contra Apple, en la que le recrimina no pagarle a los artistas regalías por su servicio de streaming durante los primeros tres meses que estaría funcionando como prueba. Vetó su más reciente álbum 1989, en protesta de ello. Si lo analizamos, las pérdidas de Swift contra sus ingresos por todos los demás álbumes y rubros serían irrisorios, pero entra el juego de buscar el bien colectivo, lo cual ha derivado en muy importante empujón a una industria que de igual forma ha tenido que remar contra marea ante la aparición de nuevos servicios de streaming, de un perfil de escucha que ha modificado totalmente la forma de producción y mercadotecnia del mundo de la música.

Como diseñadores, sería muy útil aprovechar este punto en el cual nos encontramos luchando contra nosotros mismos y transformarlo en esfuerzos genuinos para crecer colectivamente con la mira en una industria mucho más sólida y estandarizada en cuanto a conceptos y formas aplicativas de ganarnos el pan de cada día. Cada día vemos que nacen nuevas actividades y eventos de diseño, como Creative Mornings, Lonja Mercantil, Design Week, así que podríamos buscar la forma de consolidarnos y crear una imagen que nos permita al mismo tiempo mostrarnos a los demás no solo como diseñadores, sino como profesionistas comprometidos y serios con nuestra actividad diaria.

Design Lifer
Diseñador gráfico con maestría en diseño editorial por la Universidad Anáhuac y con cursos de Publishing en Stanford. Actualmente dirige MBA Estudio de Diseño, dedicado al diseño editorial, identidad y publicitario, además de realizar scounting y contratación de talento de diseño para diferentes empresas. Es profesor en la Universidad Anáhuac y la UVM. Le gusta la caligrafía, tipografía, la música y la tecnología.