Típico que estás con un cliente que te pide que apliques correcciones a un manual que tú no hiciste. No sé si habrá peleado con el diseñador anterior, pero insiste que los cambios son mínimos.

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Al revisarlos minuciosamente, efectivamente son muy pocos y fáciles, distribuidos a lo largo de sus 100 páginas. Nos entrega los archivos fuente de InDesign junto con las imágenes y fuentes requeridas, así como la impresión con las anotaciones respectivas.

Cuando abres el archivo, ya en tu estudio, parece Reforma después de una manifestación, te pide fuentes que no tienes, faltan la mitad de las imágenes, pero lo más fatídico es que ¡todo el texto está en curvas! Sí, leyeron bien, en curvas, como si fuera un Illustrator.

Pasamos de la incredulidad al asombro y del asombro a la indignación. Si eliminamos el factor del precio, de todas formas nos quedamos con una serie de daños enormes que habrá que subsanar con el reloj en marcha. Dada la proximidad de la entrega decidimos forzar las correcciones, que obviamente nos llevaron mucho más tiempo de lo programado originalmente. Al revisar las imágenes nos damos cuenta que la mayoría están en baja resolución y no sirven para impresión. Finalmente, después de algunas jornadas extras el trabajo queda y lo entregamos al cliente para que lo mande a su imprenta.

Los siguientes días fueron una pesadilla, correos del impresor con comentarios sobre el archivo, muchos de ellos dignos de un estudiante de primer semestre: imágenes en RGB, colores L,a,b; logos movidos y una serie de notificaciones que no hacen sentir la humillación por haber tomado la decisión equivocada de parchar el documento. En un cuento que pensamos no tendría fin, esa sensación de haber entregado un archivo totalmente inutilizable, remendado sobre parches. A veces lo comparamos como haber ido a un baño sucio y haberlo dejado peor. Ante el cliente quedamos como lentos, ante el impresor como incompetentes y hacia nosotros mismos con un agrio sabor de boca.

La siguiente vez que se presentó la misma situación, optamos por escuchar a la experiencia. Pasamos el archivo por un OCR (programa de reconocimiento de texto) y lo volvimos a hacer de cero. El armado nos llevó un buen rato, pero las correcciones en tiempo récord, mucho más rápidas y ágiles. La consecuencia fueron clientes e imprenta felices, habíamos regresado a nuestro nivel habitual.

Piensa en correcciones

Lamentablemente son muy pocos los diseñadores que hacen sus archivos planeando en que tendrán correcciones posteriormente. Hay que pensar en eso desde el inicio. Un archivo que se va a producción limpio es como un juego perfecto en el beisbol, como un trébol de cuatro hojas o como un político que nunca miente, y en las correcciones se te puede ir la vida: te desgasta, te harta y mientras ves cómo tu diseño se va diluyendo lentamente entre plecas, logos grandes y sombras largas, te queda solo la satisfacción de está siempre listo para las faenas por venir. Abrir el archivo, hacer un cambio y mandarlo. Sin dolor.

Para ello, es necesario que aprendas las herramientas, la forma en la cual el sistema de trabajo está concebido para cada programa. Usar las capas correctamente, dejar los textos editables, las imágenes listas y los rebases desde el principio. Un archivo bien hecho es como un clóset arreglado, siempre encuentras lo que necesitas rápido.

Mi consejo: hagan bien sus archivos, mientras mejor esté organizado, más rápido podrán regresar a él, sin tanta pena.

Diseñador gráfico con maestría en diseño editorial por la Universidad Anáhuac y con cursos de Publishing en Stanford. Actualmente dirige MBA Estudio de Diseño, dedicado al diseño editorial, identidad y publicitario, además de realizar scounting y contratación de talento de diseño para diferentes empresas. Es profesor en la Universidad Anáhuac y la UVM. Le gusta la caligrafía, tipografía, la música y la tecnología.