Aprender en la universidad no es un logro garantizado. Depende de la interacción entre alumnos, docentes e instituciones. Depende de lo que haga el aprendiz, pero también depende de las condiciones que ofrecemos los docentes (y las que nos brindan las instituciones) para que el primero ponga en marcha su actividad cognitiva.

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La tarea académica en la que los profesores solemos ubicar a los alumnos en clase es la de escuchar nuestras explicaciones y tomar apuntes (de los que nos desentendemos).

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Asimismo, esperamos que los estudiantes -fuera de la clase- lean la bibliografía proporcionada (pero no nos ocupamos de ello). Es decir, concebimos nuestro rol como transmisores de información; recíprocamente, los alumnos se ven a ellos mismos como receptores de nuestros conocimientos. A pocos sorprende este esquema porque es al que nos hemos acostumbrado.

Las palabras son del Paula Carlino, de su libro Escribir, leer y aprender en la universidad – Una introducción a la alfabetización académica del 2005.

El aula está, estuvo y estará en transformación constante. La educación transita y su modo de hacerlo es en constante crisis porque es parte de la cultura y ésta vive en movimiento. Fuera de todo esto, hoy nos encontramos inmersos en una radical transformación que producto de la falta de perspectiva lógica no podemos dimensionar, entender y digerir.

Nuestras aulas de diseño tienen roto el código de comunicación. No estamos sabiendo imitar la voz de nuestros alumnos y como bien expresa Norberto Chaves en su artículo la Voz del Amo, el emisor al imitar la voz del otro con precisa exactitud produce la fascinación. Cuestión que hoy aparentemente poco se está dando.

Las corrientes pedagógicas de la observación como la del profesor de la famosa película ”La lengua de las mariposas” atrapaban o buscaban enamorar a su educando. Intentaban proponer y provocar el conflicto cognitivo.

Quizás por ahí están pasando hoy nuestros desajustes. Tal vez los que debemos hacernos cargo del futuro fuimos cooptados por la luz espectacular de las pantallas de nuestros smartphones olvidando lo que primero debemos hacer, trabajar para luego reclamar.

Uno aprende cuando quien le enseña además de saber construye y sirve la mesa con variadas posibilidades obsesionado porque nadie se quede con las ganas de probar al menos algo antes de decir no, gracias.
Y para eso están las estrategias, para desarrollar el conocimiento.

Pero para aprender todo eso hay que ocuparse. Como en todo. Por eso el problema no está en nuestras aulas, ni en los alumnos. Como dice Carlino nos hemos acostumbrado a un esquema y ya a esta altura nos recostamos en remarcar con el dedo enjuiciador que nuestros alumnos esto, que nuestros alumnos lo otro.

Evidentemente no estamos pensando, no estamos ampliando el territorio y para eso promoverlo en el aula es fundamental. Estamos obligados a articular las clases generando una red semántica y significativa porque no se aprende de manera descontextualizada.

Es muy claro y evidente que a nosotros los diseñadores poco nos gusta esta tarea de escribir o leer. Digamos que es algo que te viene o no. En mi caso soy de los que la va adquiriendo y tanto desde esta columna como desde mi formación pedagógica que inicié ya de adulto poco a poco desde la obligación y desde la superación uno va avanzando. Empuja esa frontera porque las crisis son naturales y positivas siempre y cuando uno las transite en pos de la búsqueda de la solución.

El diseño se redefine constantemente y en eso reside su riqueza, pero para poder estirar la línea un poco más en procura de ir “al más allá” empezar a leer y escribir en diseño nos ayudará a ampliar nuestra propia frontera del conocimiento.