El pase abordar dice que debo presentarme en la sala a las 11:15 para tomar mi vuelo. Exactamente media hora después estará saliendo mi avión. Me presento justo a tiempo, la sala repleta por el espacio tan reducido, me asomo a la pista y noto que aún no está el avión en el que supuestamente viajaré. Quince minutos después llega y comienzan a descender los pasajeros del vuelo anterior. Una hora más tarde de lo programado el avión toma la pista y despega.

El vuelo de vuelta es la misma historia, retrasos sin motivo: el avión una vez más llega tarde y nos demoramos otros cuarenta y cinco minutos antes de salir de regreso.

Seguramente esta historia es familiar para muchos. En realidad, de los vuelos que he tomado en los últimos años quizá apenas uno que otro ha despegado a la hora en que estaba previsto. Muchos le echarán la culpa a la saturación del aeropuerto de la CDMX, a que siempre falta algún pasajero, pero la verdad, hoy en día tomar un vuelo implica una incertidumbre sobre lo depara el futuro, de nervios, especialmente si tienes alguna conexión más adelante.

Con todo esto, la gente en la sala de espera parece haberse hecho a la idea de que así es la dinámica, ya no se ve a la gente desesperada porque aún no salimos y ya es la hora. Lo que en algún momento se tomaba como un hecho aislado hoy es la constante, hemos aprendido a vivir con ello y ya estamos resignados. No es otra cosa sino la entrada de los vuelos de avión a la interminable lista de cosas a las que nos hemos acostumbrado a no ser puntuales.

Otro ejemplo son las conferencias de diseño. De todas las que he asistido en mi vida, 99% de las que se celebran en México han empezado tarde. Lo que realmente preocupa es que a nadie le preocupe: es la hora en que deben comenzar y la sala luce semivacía, a los organizadores no los ves corriendo ni viendo el reloj con cara de «ya vamos tarde». Recuerdo las conferencias de Typo, en San Francisco, a Erik Spiekermann disculpándose por comenzar cinco minutos tarde —perdón, ya sé que a ustedes no les importa, porque son norteamericanos, pero yo soy alemán, y no concebimos empezar algo tarde—.

Como mexicanos hemos aprendido a vivir con el arte de hacer todo fuera de tiempo: las juntas, reuniones no sociales (las sociales ya sabemos que es de mala educación llegar temprano), a las comidas, a la oficina, y hasta vemos con malos ojos en cuanto a un empleado se le ocurre salir a la hora de la salida. En realidad íbamos tan solo dos minutos tarde.

Lo que quizá nunca hemos entendido, es la forma en que nos afecta en la productividad, en la pérdida de ese bien tan valioso que resulta imposible de recuperar, el tiempo. Tan solo el ratraso del último vuelo que tomé implicó una hora perdida en el aeropuerto y hora y media extra en la camino a casa, porque pasé justo después de que comenzó la hora pico y un trayecto de 45 minutos tomó dos horas y cuarto.

En el otro extremo, fuimos a una cita a las oficinas de la organización de Buen Diseño en Japón. Hicimos un poco de tiempo en el lobby porque nos presentamos temprano. Dos minutos antes subimos al elevador y llegamos a las oficinas. No había recepcionista, no sabíamos qué hacer cuando salió nuestra anfitriona, justo en el punto. En dos minutos ya estábamos en nuestra reunión, discutiendo los temas a los que habíamos asistido. Casi podríamos decir que no se requiere recepcionista en un lugar donde la gente se presenta a tiempo.

Ya sé que nunca llegaremos a ese punto, pero quizá deberíamos comenzar a tomarnos en serio este tema de hacer de la puntualidad un valor. Si contabilizas la cantidad de tiempo que pierdes por culpa de la impuntualidad —tanto tuya como la de los demás— te sorprenderás: suma los minutos que se atrasas en llegar a la oficina, en entregar un reporte, lo que tarda en empezar una junta y lo que pierdes antes de abordar el tema de la misma, el tiempo que te dejan esperando en la recepción, en que sales tarde, que te tomas un descanso innecesario, que esperas a que llegue tu amigo a la comida, que te quedas esperando a que llegue el pedido. Te aseguro que una vez que lo hayas hecho consciente, te resultará difícil dejar pasar tiempo muerto en cosas que no deberías.

Creo que no deberíamos acostumbrarnos a ser impuntuales. No deberíamos ser tan tolerantes argumentando que así somos los mexicanos o que haces el ridículo presentándote a tiempo, echándole la culpa al tráfico o al taxi. A final de cuentas se trata de productividad, de respeto a ti mismo y a quienes te rodean.

Design Lifer
Diseñador gráfico con maestría en diseño editorial por la Universidad Anáhuac y con cursos de Publishing en Stanford. Actualmente dirige MBA Estudio de Diseño, dedicado al diseño editorial, identidad y publicitario, además de realizar scounting y contratación de talento de diseño para diferentes empresas. Es profesor en la Universidad Anáhuac y la UVM. Le gusta la caligrafía, tipografía, la música y la tecnología.