El Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México es un recinto arquitectónico de primera importancia que entre sus curiosidades cuenta con mostrar dos estilos antagónicos que predominaron durante la primera mitad del siglo: el art nouveau en su exterior y el art decó en su interior.
Y es que la construcción del máximo recinto cultural de México vivió un proceso accidentado por causa de los conflictos armados que se desataron en aquellos años. Cuando arrancó la obra, en 1904, el diseño elaborado por el arquitecto italiano Adamo Boari aludía al art nouveau, tan de moda en la Europa de finales de del siglo XIX.
Seis años después, y antes de que pudiera inaugurarse esta imponente pieza recubierta de mármol, el estallido de la Revolución Mexicana detuvo por completo la obra. Tras varios intentos fallidos, en 1931 pudo retomarse por fin la construcción de este foro bajo el mando del arquitecto Federico Mariscal y fue el 29 de septiembre de 1934 que se inauguró finalmente.
Para esos años en México y el mundo habían sucedido muchos acontencimientos históricos de primerísima importancia -había ocurrido la Revolución Mexicana y a nivel global, la Primera Guerra Mundial, por ejemplo- y la arquitectura se transformó también.
De las formas inspiradas en la naturaleza, muy características del art nouveau, la tendencia pasó a retomar formas más bien geométricas y mucho más sobrias en el art nouveau. En el caso de esta construcción, la diferencia entre su interior y exterior es notable aún cuando también se integra al mármol como componente esencial de la construcción.
Otro de los aspectos que vale la pena admirar en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México son los murales que en sus pasillos interiores se pueden observar, los cuales describen más del momento histórico que el arte vivió en el México del siglo XX.
Imágenes: Archivo Paredro
