Les voy a contar una historia verdadera. Hace cuatro años estaba viendo un cuadro en un museo de arte moderno. Se trataba de una obra esencialmente tipográfica —el tipo de arte que más me atrae—: una frase cuyas sombras creaban el aspecto de ventanas en un edificio.

Era impresionante la manera en que hice click con esa obra, curiosamente empataba con un diseño en el que estaba trabajando. Da coraje cuando ves algo el resultado de una idea que tú apenas estás procesando y que, aunque aún no llegas a ella, vas en ese camino. Es como cuando te cuentan el final de la historia que estabas disfrutando página a página.

Tengo posiciones muy fuertes contra el plagio, por lo que tomar un foto y posteriormente copiarla no era una opción. No podía hacerme eso aunque al tiempo que me lamentaba de no ser capaz de encontrar otra opción más perfecta que la que estaba frente a mis ojos. Así que decidí mirar fijamente la obra para tratar de captar lo más posible de ella y posteriormente replicar lo que hubiera logrado retener en mi memoria, y que quizá combinando con otras experiencias, texturas y colores archivadas en proyectos similares estaría replicando un concepto, no una obra.

Lo anecdótico viene de hace unas semanas, en las que estaba en una conferencia de tipografía. El expositor explicaba la forma en que el tipógrafo Erik Spiekermann se inspiraba pero al mismo tiempo le servía para evitar plagiarlas. No podía creer lo que estaba escuchando, usaba exactamente el mismo proceso que yo: observar la obra detenidamente, captar la esencia para hacer una interpretación posterior.

Cuando tuve esa idea la verdad es que ni siquiera me pareció tan relevante, pero sabiendo que alguien como Spiekermann usara el mismo proceso ya es algo. No que yo tenga su misma mentalidad o que ya pueda certificar mi proceso creativo. Más bien, en el tema que cuando lo escuché lo primero que me vino a la mente fue: ¿quién está plagiando a quien?

Dudo mucho que Erik Spiekermann haya instalado un sistema de rastreo en mi mente para robarse mis ideas. No creo que las necesite. El problema es al revés: al ser una figura pública, el externar su proceso lo valida y convierte en un canal efectivo para que otros lo repliquen y le den autoría. Puedo poner mi mano sobre una Biblia y jurar que nunca me adjudicaría una idea que se la haya ocurrido a alguien más, sin embargo, veo que no es una idea tan original, quizá haya por ahí más de un centenar de personas que hayan tenido el mismo pensamiento vagando por el mundo.

A esto me surgen dos preguntas: ¿A quién se le ocurrió primero? y dos, ¿eso importa? No creo que sea el requisito mínimo necesario para adjudicárselo a quien le haya pasado por la mente. Finalmente lo pensé, pero nunca se lo conté a nadie, por lo que aplicaría el famoso: «Si no lo publicaste, ¿realmente es tuyo?» En ese caso la idea original sería de Spiekermann, quien lo dijo seguramente en una entrevista o conferencia, pero aún así, podría ser que yo lo haya hecho público también, aunque sin el mismo impacto que alguien de su rango.

Esto viene al caso porque ha comenzado la cacería de plagiadores. No quisiera meterme en un caso específico —puesto que cada uno debe juzgarse por separado—, además que creo inútil sacar de esto una ley universal que exima a todo aquel que tuvo una idea y la replicó, a veces más cerca del plagio que de su imaginación.

Y como no es posible establecer una regla, tampoco se puede pensar que las ideas son originales. En realidad ninguna lo es. Son más bien combinaciones y reconfiguraciones de neuronas conectadas que a veces nos juegan chueco. Tal y como si pusieras la opción de «shuffle» en un playlist y las canciones queden en el mismo orden que el original (a mí me ha pasado, una entre millones de posibilidades, de ideas).

Quizá es momento de hacer una pausa antes de encender fuegos y dar un vistazo a las posibilidades de que dos ideas pueden cruzarse sin haberse conocido antes, como almas gemelas. A veces el plagio es una línea muy delgada y el internet muy sensible.

Podríamos estar sentando bases que cada vez nos acerquen a tener instancias de arbitraje para diseño, debemos buscar maneras más formales de denunciar, registrar y proteger nuestro trabajo, de otra forma, navegamos paralelamente a ideas muy similares todo el tiempo.

Diseñador gráfico con maestría en diseño editorial por la Universidad Anáhuac y con cursos de Publishing en Stanford. Actualmente dirige MBA Estudio de Diseño, dedicado al diseño editorial, identidad y publicitario, además de realizar scounting y contratación de talento de diseño para diferentes empresas. Es profesor en la Universidad Anáhuac y la UVM. Le gusta la caligrafía, tipografía, la música y la tecnología.