Desde hace diez años, con la llegada del siglo XXI, el límite entre lo público y lo privado ha sido puesto en duda. Es gracias a la explosión de la Internet, el desarrollo de las redes sociales y la computadora personal que cada vez se vuelve más difusa la demarcación de esta delgada línea en la casa, esta idea fundamental en la vida del hombre.

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Es una realidad que la arquitectura define la forma de habitar: las funciones, la comodidad, las costumbres, el confort, la austeridad, lo práctico y lo privado son conceptos cuya importancia y significado han ido variando con el tiempo. Así, los cambios sociales y culturales han influido en los estilos y formas de vivir. La pregunta es cómo, en definitiva, queremos vivir. Pensemos entonces cómo la cibercultura impactó en la casa, el lugar donde se vive.

El dormitorio, como aquel lugar de intimidad por antonomasia, no es otra cosa que el espacio que nos devuelve al útero. ¿Qué es un dormitorio sino un espacio de recogimiento y autopreservación? En este sentido, la posición fetal al momento del dormir y la elección de materiales acolchonados no son más que una reminiscencia de nuestros primeros momentos de vida. En cambio, la cocina – lugar para la cocción del alimento permanente a lo largo de la historia humana – fue siempre el espacio de reunión producto del calor del fuego y la necesidad alimenticia. Por eso, pensando en la existencia de estas esferas esencialmente humanas, Frank Lloyd Wright es quien toma lo vernáculo del fuego de la chimenea, evocando al hombre primitivo que se reunía al lado del fuego, buscando mantener la seguridad del grupo, salvaguardarse de los animales y protegerse del frío.

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Pero parece que esta división programática de la vida humana se encuentra en decadencia en tanto y en cuanto es cada vez más el dormitorio un lugar de hegemonía dentro de la casa. Asimismo, las diferencias entre lo diurno como lo público y lo nocturno como lo privado también comienzan a esfumarse. Hay quienes pasan su vida en el dormitorio: comen, estudian, trabajan, se divierten y duermen allí. En definitiva, se observa una tendencia a la desaparición del comedor como el lugar de la vivienda en el que la familia se junta a comer. Entonces vemos a marcas como Coca Cola – sin ninguna ingenuidad y manteniendo la tradición publicitaria – tomando cartas en el asunto e intentando revitalizar la sana costumbre de las comidas familiares bajo el nombre de ‘Las comidas, mejor juntos’, donde el comer en familia, además de ser un acto de salud física, es un momento para la salud emocional de todos.

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Entonces, ¿hasta que punto es saludable perpetuar este desapego de la vida pública? Sin intenciones de ser dramático, creo que Spike Jonze en su último filme, ‘Her’, pronostica las problemáticas de un mundo que se avecina con una irónica y provocadora mirada. ¿No es acaso Theodore aquel hombre solitario que perdió relación con las personas a causa de la conquista virtual de la tecnología sobre el mundo real?

HER

A fin de cuentas, el ser humano de hoy, sin lugar a dudas el más conectado de la historia, nunca estuvo más solo. Como porteño puedo hablar de la ciudad en la que vivo, aunque podría hablarse de cualquier sociedad desarrollada industrial y comercialmente: en más de 60% de los hogares de la ciudad viven una o dos personas, según la Encuesta Anual de Hogares 2013 y casi 39% de las mujeres no tienen hijos. Sin establecer ningún juicio de valor, lo que se ve en Buenos Aires es una población en la que la familia “tipo” parece una rareza, con tendencia a la vida en soledad y familias chicas, a la baja natalidad y al envejecimiento de la población. Ahora bien, ¿en qué medida será responsable esta ventana virtual que un día apareció casi sin previo aviso en todos nuestros hogares?