Era 2002 cuando una persona de Adobe me presenta un CD con la versión Beta de un programa que, en sus propias palabras «revolucionaría el Desktop Publishing». No había mucho que hacer para salvar a PageMaker o hacerlo competitivo contra QuarkXPress, así que decidieron fusionar ambos programas bajo el entorno de Illustrator y Photoshop para crear InDesign.

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Recuerdo que no me llevó más de un día familiarizarme a él. Además de la presión por terminar el trabajo, la interfaz era sumamente amigable, recibía imágenes directamente con las terminaciones AI y PSD (algo que QuarkXPress no había hecho), así como JPEGs. El trazo con vectores era muy sencillo y lo más sorprendente: el control inteligente de las manchas tipográficas. Las letras no se alineaban a los márgenes sino que se podía ver el juego con los patines y las terminaciones diagonales, de tal forma que a la vista la alineación era la correcta. Los textos se acomodaban para evitar los ríos y los callejones y venían integrados los diccionarios en español y otros idiomas, algo que en QuarkXPress tenías que comprar como un plug-in aparte, en caso que contaras con la versión en inglés.

Rápidamente comenzó a ganar adeptos, especialmente cuando, un año más tarde, Adobe anunció el paquete Creative Suite (CS), donde podías adquirir sus programas en conjunto, —un formato de venta que se duró diez años, hasta 2013, cuando cambiaron por Creative Cloud (CC) y las compras se sustituyeron por un programa de suscripción—. También incluía Bridge, Image Ready y en la versión premium Acrobat.

En esos años el mundo de la autoedición experimentaba cambios muy radicales: Apple acababa de lanzar su sistema X, que fue un cambio tan radical que debió incluir durante un tiempo un plug-in que permitiría que corrieran los programas anteriores a esta versión, el internet estaba en transición, de la transmisión de datos por líneas telefónicas y módems integrados en el ordenador, hacia líneas dedicadas e independientes; ya no tenías que contratar una segunda línea para tenerla conectada a internet, o desconectarte para realizar una llamada.

El internet aceleró el nacimiento de los PDF (Portable Document Format), los cuales permitían cambiar el formato nativo de un documento, que debía incluir las fuentes y todas las imágenes usadas, a un solo archivo, mucho más compacto y universal. Para generar un PDF, debías imprimir el documento con EPS (Encapsulado Postscript) y posteriormente destilarlo utilizando Acrobat Distiller, programa que aún puedes encontrar como parte de Adobe Acrobat).

La ventaja que esto implicaba, era que tanto el cliente podía recibir un previo de su documento y enviarlo a la imprenta para su producción. El envío de documentos finales aún era muy complicado, especialmente por la lentitud de la velocidad de transmisión de datos y la limitante que tenían muchas empresas para recibir correos que no trajeran otro contenido que no fuera texto.

Esta ha sido quizá la época con mayores cambios, el desarrollo de las cámaras digitales sacudía el mundo de los fotógrafos, abaratando su trabajo, los escáneres eran una constante en todos los despachos de diseño, los discos compactos y la naciente conexión USB (Universal Port Bus).

En cuanto a diseño, ya estábamos en la posmodernidad. David Carson nos había trazado los límites del diseño editorial diez años antes, explotando con cosas que no se veían anteriormente, tantos buenas como malas: texto adentro de las imágenes, juegos desmesurados en la deformación de tipografías, la muerte del cálculo tipográfico, el nacimiento de la impresión a color —que daría entrada a la impresión digital—, los monitores que crecían con cada nuevo lanzamiento, las computadoras portátiles cada vez más potentes, los bancos de imágenes y el último de los cambios: el cambio de la tipografía a programación Open Type, algo con el que se cerró el ciclo completo a antes de la la siguiente era en diseño editorial: la edición digital, el comienzo del diseño para medios electrónicos. Hoy es lo más común hacer un diseño para medios impresos y digitales, que convivan en ambos mundos.

En poco más de veinte años, hemos cambiado nuestra forma de medir las cosas: de picas a centímetros, de puntos a pixeles, de líneas a puntos por pulgada, de CMYK a RGB, de kilogramos a megas, y así nuestro trabajo, sigue y sigue.

¿Cuál será el siguente gran paso de la autoedición digital? Será muy interesante ver hacia dónde vamos, quizá en unos diez año, hablaremos de ello.

Design Lifer
Diseñador gráfico con maestría en diseño editorial por la Universidad Anáhuac y con cursos de Publishing en Stanford. Actualmente dirige MBA Estudio de Diseño, dedicado al diseño editorial, identidad y publicitario, además de realizar scounting y contratación de talento de diseño para diferentes empresas. Es profesor en la Universidad Anáhuac y la UVM. Le gusta la caligrafía, tipografía, la música y la tecnología.