Por Carlos González Nacif
Casi a diario nos enfrentamos con requerimientos de que pensemos “fuera de la caja o en un cielo azul” que nos lleve a nuevas propuestas con “siempre” el título de lograr algo “innovador”.
Muchas veces la mente y el trabajo en equipo nos llevan a lograr ideas, conceptos y propuestas que se dan a notar por ser “nuevas noticias o bien porque tienen una apariencia, notoria o sensacional”. Aún así es curioso ver cómo muchas veces no es la idea lo que importa, sino el reconocimiento que alguien quiere lograr ante un equipo; ya sea que estemos del lado del cliente o como los generadores de esta idea, finalmente es la idea lo que necesita reconocimiento, no nosotros ni el cliente.
Es sensato reconocer o identificar qué asociamos con qué y no tanto nosotros sino la idea tal cual.
Qué tanto nos quedamos con conceptos como lograr que una buena idea se quede como buena, original pero no tan práctica, o fácil de usar, práctica y funcional pero nada asertiva!
Poco a poco el ser innovador se convierte en algo más entendible, m{as a la mano y de verdad que lo es; en muchos de los documentos que hablan de innovación se exponen técnicas, modelos mentales, mapeos de problemas o soluciones y muchas maneras y teorías de cómo llegar a conclusiones.
Muchas veces concluir es aprender a diferenciar entre lo que buscamos como objetivos, cuestionar y cuestionar una y otra vez nuestras ideas (preguntar ¿POR QUÉ?, o ¿POR QUÉ NO? o también el que pasaría si proponemos algo), analizar qué restricciones pueden existir, Observar siempre y en todo momento cualquier interacción que tenga o que pensemos que puede tener cualquiera de nuestras ideas, experimentar con ellas, así como probar, probar y probar cualquiera de ellas.
Y claro que hay un proceso y claro que hay mil técnicas y herramientas que podemos consultar, pero estos puntos aislados son parte de cómo llegarle a todo esto a lo que nos estamos enfrentado, todo esto que le llaman o llamamos innovación, es parte de nuestra responsabilidad como “creativos”.