La idea del inodoro surgió porque la gente hacía sus necesidades en la calle. Londres, una de las primeras megaciudades modernas provocó no solo fenónemos antihigiénicos como este, también atrajo plagas desde enfermedades hasta ratas. Si lo analizamos con cuidado, la idea del inodoro es grandiosa, porque los desechos fecales desaparecen por arte de magia, sin importarnos otra cosa —más que el mal olor en la baño— está conectado a una serie de ideas y diseños más allá del mueble; como el papel desechable (y cuya patente incluye la manera en que debe colocarse, que es con el papel hacia afuera, tomen nota para colocarlo correctamente cuando les toque cambiarlo).

Así funciona el diseño, supliendo necesidades provocadas por nuestra simple existencia. Lugar a donde llegamos, lugar que requiere cierta adecuación no implícita en la naturaleza. Sea de uso o comunicacional, el diseño siempre está presente.

El hecho de que la Ciudad de México sea declarada Capital Mundial del Diseño, no se debe a que por fin van a cambiar el horrible camellón de Paseo de la Reforma, sino a la intención generalizada de atraer esfuerzos que resulten en ideas sobre cómo mejorar una ciudad del tamaño de la nuestra. Porque se pueden diseñar banquetas hermosas con materiales sustentables para que la gente pasee por Masaryk mientras carga sus bolsas del shopping, se pueden crear parques para que saques a tus perros a desfogarse en la colonia Del Valle, pero ¿cómo hacer llegar estas mismas ideas a Héroes de Padierna o a Azcapotzalco?

Independientemente de que sea o no responsabilidad del gobierno, el objetivo de que seamos Capital del Diseño es precisamente a un nivel personal, que la gente se dé cuenta de la utilidad del diseño cotidiano, en el mejoramiento de la calidad de nuestra vida diaria. ¿Por qué no hay las mismas soluciones bien concretadas en toda la ciudad, es precisamente por el reclamo con el que vivimos cada vez que vamos con un cliente: porque no ve al diseño como una herramienta, sino como gasto o un gusto. Basta entender que si en el lenguaje coloquial nos referimos al diseño únicamente para referirnos a cosas bonitas o sumamente útiles: «me compré una silla con diseño», «quiero que le metas diseño», «este diseño sí se acomoda a lo que busco», difícilmente encontraremos el campo de cultivo ideal para que el diseño florezca. La gente no vive con el diseño en su mente, no lo visualiza como parte de todo lo que hace.

Debemos proponernos de que la gente alrededor entienda la función del diseño, que su necesidad siempre está y nuestra actividad es hacerla eficiente. Si la gente estuviera consiente de que la respuesta a una necesidad está en el diseño, lo buscaría con más ahínco, antes de esperar a que llegue una innovación de otro país.

Quedémonos con las siguientes preguntas: ¿La Ciudad de México es exigente cuando se habla de diseño? ¿Nos preocupamos por mejorar nuestro entorno a través de soluciones viables?

Las ciudades inteligentes invocan al gobierno únicamente como facilitadores para ideas que van

surgiendo día a día, ideas con base a necesidades creadas por el simple hecho de existir. De eso se trata World Design Capital, de aprovechar este momento de coyuntura para hacer que el diseño esté en boca de todos.

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