Estamos viviendo un momento donde la arquitectura es un proceso importante en el ambiente laboral, en la arquitectura comercial, en museos, etcétera.

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Es decir, la arquitectura vende y no me refiero a construir un edificio y venderlo, ya sean los espacios comerciales o viviendas, me refiero a que la imagen vende. Por supuesto, estoy hablando de arquitectura y todos sus anexos, es decir, interiores, decoración y diseño industrial, los proyecto ahora son interdisciplinarios. Ya no existe el arquitecto tipo Frank Lloyd Wright que se tomaba el tiempo y la libertad de diseñar con mucho detalle, las manijas de ventanas, chapas de puertas, canceles, etc. O las décadas que le dedicaban a comer metedor una iglesia, ese tiempo ya paso y ahora estamos en la arquitectura que debe de ser veloz y eficiente.

El trabajo entre más rápido se termine es mejor, en todo los sentidos, probablemente la utilidad del contratista sea mejor pues el costo de la mano de obra se reduce, en términos de costos de materiales, obviamente el costo es el mismo y por el contrario cuando un trabajo se atrasa o alarga, la mano de obra suele ser un impacto importante en los costos. Ese costo no se le puede trasladar al cliente, a menos que el trabajo se alargue por su culpa o petición.

Las incongruencias a las que me refiero en la arquitectura son un par, la primera es que a veces la velocidad implica trabajos no realizados con detalle o materiales indicados y por el otro lado, la velocidad en la ejecución de obras más grandes e importantes, por supuesto se traduce en mejores ingresos pero no necesariamente, mejor calidad del producto. Cuántos de ustedes no han adquirido un departamento donde todo los muro son de tablaroca o departamentos que te venden con acabados en baños con losetas muy comerciales (rayando en feos) o con pisos que te dicen que son porcelanatos con colores o texturas medio extrañas. Muchas se resuelven con un poco de gustos y posibles cambios, pero qué está pasando con la calidad de las obras.

Los materiales nuevos tienden a hacer o mejorar el procedimiento de la construcción, nuevamente velocidad, en algunos casos eficiencia, en otros, duración de los materiales.

Vivimos en un mundo donde todo se traduce, entiende y convierte a pesos.

Todo es utilidad, costo, valor presente neto, retorno de inversión, etc. En mundo ideal para los administradores y financieros. Seria un buen ejercicio relacionar el costo de una obra, por ejemplo de una tienda departamental, con el grado de satisfacción o potencial de atractivo de un cliente de sentirse en el lugar indicado y propiciar que gaste en el mismo. Me queda claro que existe una corrida financiera para evaluar cuando se va a llegar al punto de equilibrio del negocio, pero existe una parte intangible y creo que in cuantificable. Y ese punto es el que le da mas valor a la arquitectura.

Cuántas veces no han oído que el arquitecto es caro y que prefieren hacerlo con un maestro. Yo en lo personal y a lo largo de mi carrera, por lo menos unas 50 veces, recientemente me sucedió y afortunadamente pude saber y conocer el producto final, evidentemente al cliente le costó lo mismo que se había presupuestado (honorarios del arquitecto y supervisión), pero con un proyecto muy malo, cuando el maestro cotizó de origen la mitad del precio.

Entonces para concluir, la incongruencia mas importante que encuentro es que un buen diseño, vende. A veces no se le valora y no se le quiere invertir lo suficiente pues el producto de la inversión en ocasiones no es tangible. La plusvalía que genera la obra en el tiempo, también es importante, inclusive hasta de manera fiscal. Pero si los servicios arquitectónicos, generar estos beneficios, porque la gente no lo ve de esa manera. ¿Es falta de explicación, visión o difusión?