“La arquitectura no es más que una forma de música congelada”, dijo alguna vez Goethe. Algunos atribuyen la frase también a Schiller, otros a Schopenhauer. Lo más probable es que haya sido Goethe pero, de todas formas, da igual.

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Se habla de arquitectura como un paisaje. Se habla de arquitectos, tales como Alberto Campo Baeza o Luis Barragán, que tienen talento y sensibilidad para plasmar la luz en sus obras de forma armónica. Pensar en una arquitectura dinámica es pensar en el juego entre luces y sombras. Históricamente, hay un elogio a la luz en la arquitectura: desde la civilización maya, pasando por las catedrales, hasta la arquitectura moderna.

Asimismo, la luz y su uso es capaz de afectar los estados de ánimo de los habitantes. Ya sea a través de una luz reflejada, filtrada o indirecta así como la sombra, son capaces de crear ambientes disímiles. Se cree que la luz es el tema central de la arquitectura. Pero, ¿por qué se le atribuye tal importancia al uso de la vista por sobre otros sentidos?

Es la luz la que descubre y muestra de distintas formas a lo visible. Además de ser una cuestión estética, el buen uso de la luz natural es también una solución ecológica en la arquitectura. Pero, ¿qué es la luz sino una radiación electromagnética visible por el ojo humano? En este sentido, el uso del oído debería igualarse al uso de la vista.

Cada espacio construido es una proposición acústica. La arquitectura acude a la acústica en situaciones necesarias: auditorios, teatros, salas de cine y, en algunos casos, restaurantes. Pero la olvida en espacios, quizás, de mayor importancia. Cualquiera que viva en una ciudad sabe que la contaminación sonora es una presencia insoportable y su causa es la falta de un planeamiento acústico urbano. Son muy pocos los que han pensado en el sonido como integrante del espacio urbano. Del mismo modo, Julian Treasure, en su charla TED titulada ‘Por qué los arquitectos necesitan usar sus oídos’, demuestra cómo la carencia de un diseño para los oídos afecta en la productividad al provocar interferencias entre el emisor y receptor. Dos ejemplos vitales que él da son la salud y la educación. Por un lado, muestra cómo el ruido sobredimensionado afecta a la calidad del sueño y la recuperación de sus pacientes así como a los trabajadores responsables de cuidarlos. Por otro lado, es en el colegio donde los alumnos dependen, en primera instancia, de la acústica de la clase para poder aprehender conocimientos.

La arquitectura, siendo el arte de proyectar espacios, olvida al sonido, intangible e invisible. La arquitectura, como disciplina, piensa al espacio como puntos, líneas y planos mientras que el sonido no tiene un centro, no tiene un horizonte claro sobre el que proyectarse y sus límites no están en ningún lado. De este modo, el poli-centrismo es incompatible con la perspectiva. Quizás debido a lo dicho, lamentablemente no hay suficientes desarrollos implementados y, cuando los hay, no es mera casualidad que no sean arquitectos los que innoven. Esta conexión entre sonido y arquitectura se da tradicionalmente por técnicos de la física, matemática e ingeniería. El arquitecto no suele resolver la intromisión de ruido dentro de la estructura de los edificios. Pero si la arquitectura es el arte de proyectar espacios, el arquitecto debe manejar una la percepción multisensorial. En este sentido, debe saber diseñar la arquitectura invisible, que es de igual modo que la luz parte, consciente o inconscientemente, de la experiencia del habitante.

Por eso, la música tiene un papel que desempeñar en la misma forma que la iluminación hace. Por ejemplo, Brian Eno explicó que el primero de sus discos de música ambiental de 1978 se creó para hacer frente al hecho de que en los espacios públicos siempre hay música que no se ha creado específicamente para los espacios públicos. No quiero extenderme en la relación entre música y arquitectura pero recomiendo escuchar a David Byrne contar cómo la arquitectura ha ayudado a evolucionar a la música. Su experiencia, tocando en lugares como CBGB así como también en el Carnegie Hall le llevan a preguntarse si el lugar hace a la música.

¿Qué es sino escuchar el espacio? El sonido, más allá del paradigma geométrico, es inherente al espacio. No se limita a ocupar el espacio inútilmente. Como oyentes, escuchamos desde todas las direcciones simultáneamente una expansión acústica que no tiene bordes tangibles. Por eso, es cierto, es fácil olvidar que los arquitectos trabajan extensivamente con sonido. Pero, ¿por qué no pensar en modelar el sonido?

De hecho, fue durante el siglo pasado que el humano comenzó a manipular y medir el sonido. En el siglo XX, la tecnología y los medios reconfiguraron radicalmente al espacio y los dispositivos de audio fueron los primeros en crear una nueva percepción de las distancias, que sobrepasaba al tren y al telégrafo. El teléfono y la radio, así como los parlantes y micrófonos, separaron al sonido de su lugar de origen y el fonógrafo al sonido de su momento y lugar en que ocurrió por primera vez. Asimismo, el crecimiento de las ciudades acarreó también un crecimiento de los niveles de ruido, lo que hizo que ciudadanos buscasen más reparo en sus hogares.

El sonido es un evento espacial, un fenómeno material y una experiencia auditiva. Técnicamente, puede ser descripto utilizando vectores de distancia, dirección y ubicación. Dentro de la arquitectura, cada espacio construido puede modificar cualquier sonido que ocurre dentro de él. Pero el sonido abraza y trasciende el espacio en el que ocurre, consumando un contexto para el oyente: la fuente acústica y su entorno se unen en una experiencia auditiva única. Pensar en modelar el sonido puede llevar a modificaciones de nuestra actual comprensión de espacio y lugar.

Los arquitectos deben aspirar a diseñar para todos los sentidos; al hacerlo, no sólo están abriendo nuevas formas de experimentar un edificio, sino también el esbozo de nuevas formas en que la arquitectura puede afectar nuestras vidas. Entonces, ¿es solamente la arquitectura una forma de música congelada?