Artículo 1: ¿Las publicaciones digitales harán desaparecer en algún momento a las impresas?
No.
Artículo 2: ¿Entonces por qué seguimos hablando de ello?
Parece que el debate no termina. Seguimos llegando a las mismas conclusiones mientras nos negamos a ver dónde realmente están las áreas de oportunidad sobre este tema. Lo cierto es que desde que apareció el iPad, en abril de 2010, el nacimiento «oficial» de las publicaciones digitales, las hemos tratado con tanta reticencia, con tanto respeto, como si temiéramos que sucederá lo mismo con la computadora: desplazando poco a poco a los sistemas manuales para abrir una nueva brecha y dejar el regreso a los procesos análogos a las tendencias hipsters, artesanales y elitistas.
Era como un perro de pelea que nos regalaron y al que preferimos tener amarrado todo el tiempo por temor a lo que pueda hacer, pero llegado el momento lo dejamos libre, y ya no tiene la misma fuerza y es incapaz de provocar el daño porque simplemente no fue inducido a ello.
Apenas salió a la venta el iPad (no quiero ningunear al Kindle o demás tabletas electrónicas, pero su efecto fue muy parecido al del nacimiento de la imprenta, que fue hasta la de Gutenberg que encontró el momento preciso para su expansión) y enseguida Adobe buscó a Wired —aun independiente, antes de ser adquirida por Conde Nast— para ver de qué forma podrían ajustar InDesign para entrar de lleno a esta carrera. Apple abrió una sección especial en sus tiendas para descargar las revistas y todas las editoriales se volvieron locas colocando a sus empleados en cuanto curso se abría para aprender cómo funcionaría este nuevo mercado. Incluso Adobe quiso sacar provecho y crear una fallida plataforma para que las revistas trasladaran sus costos de impresión y distribución a una especie de imprenta digital, que no era otra cosa sino una nube controladora, con la capacidad de convertir formatos de acuerdo a la cantidad de copias que se distribuyeran de las publicaciones.
Lo cierto es que si bien el mercado de las publicaciones digitales se ha expandido, no ha hecho mella en los impresos. Quizá los únicos que han levantado la mano serían los periódicos y la mayoría de los folletos que se ahorraron mucho dinero cambiando el correo por el email. Fuera de eso, la industria editorial apenas ha cambiado si lo comparamos con un escenario sombrío donde no veríamos más una hoja impresa. Un estudio muestra que la venta de eBooks bajó 18.9 % entre enero y agosto de 2016 en los Estados Unidos.
El despropósito es tal, que la evolución de los ePubs y la manera de comercializar las revistas y libros en línea parece tener diez años de retraso, con UX nefastos, donde descargar una revista no te da la misma satisfacción que estar de pie frente a un kiosko real. Las editoriales se niegan —o no tienen— los datos necesarios para conocer sus alcances reales, y por lo mismo, los anunciantes se niegan a financiar la migración total.
Hemos convertido a nuestro perro de pelea en un simple can amaestrado para que solo mueva la cola y haga una que otra pirueta. Por más que las grandes editoriales se esfuerzan en agregar contenidos multimedia, en compartir sesiones detrás de cámaras, no han logrado trasladar a sus empedernidos lectores quienes prefieren compensar lo estático de una hoja de papel con videos, gráficas y multimedios en YouTube, Facebook y demás redes sociales.
No se trata de una queja, creo que estamos bien así, con la opción de conseguir el impreso o descargar el digital, suscribirnos como queramos y gozar de la literatura con ofertas que se ajustan a lo que realmente queremos. Seguir hablando de esta «guerra» es como seguir golpeando a quien ya se encuentra tirado en el suelo.
Pero el verdadero reto no está ahí, en las publicaciones digitales o en la migración, sino en la proliferación de escritores y autores que han encontrado en ello la manera de publicar sin tener una editorial de por medio. Al igual que con la información, el peligro de los medios electrónicos no está en la desaparición del medio impreso, sino en la pelea por mantener a sus lectores motivados por un buen escrito contra las lecturas rápidas —y en su gran mayoría, mal fundamentadas— que ofrecen los medios digitales.
Es contra la vorágine de información, contra las editoriales que se niegan a dar el paso a lo digital son espectadores de la manera en que crecen las lecturas digitales en formatos y prosas que no están dispuestos a competir la verdadera competencia, contra el youtuber o el tuitstar y peor aún, contra el whatsappero que postea mensajes motivacionales o te invita a no comprar productos extranjeros. Es contra los sitios de noticias inmediatas y comentarios rápidos sin un cuidado editorial correcto o para ser más simplistas, sin faltas de ortografía.
Como todas las cosas en el universo, se van acomodando de forma natural y lógica, tal y como un río que regresa a su cauce, el uso de las tabletas electrónicas ha encontrado lugar en sitios públicos para llenar formatos, para exhibir información en tiendas y museos, para acompañar al vendedor, para jugar en casa, para ver programas de televisión, para navegar en internet, para educar, dibujar, escribir y entre otras más, para leer. Queda demostrado que el peligro que se pintó en su momento de borrar lo impreso ha quedado en el pasado. No ha sustituido a nada, no ha menguado en otras cosas más allá de usar menos la computadora. Así que, aquí no ha pasado nada, hablemos de otras cosas.
FUENTES:
Freeport Press: Print vs. Digital: How We Really Consume Our Magazines – 2016 edition
http://www.freeportpress.com/print-vs-digital-how-we-really-consume-our-magazines/
FIPP: 2016: It’s make or break time for digital magazines
http://www.fipp.com/news/features/2016-its-make-or-break-time-for-digital-magazines
The Guardian: The fall and rise of magazines from print to digital
https://www.theguardian.com/media-network/media-network-blog/2013/mar/07/fall-rise-magazines-print-digital