Desde que el trueque evolucionó al intercambio de bienes por un común denominador llamado “moneda”, se convirtió en un objeto de deseo y por lo mismo, de falsificación. La tipografía ha sido parte esencial en la transformación. Lo que las guerras fueron para la economía capitalista en cuanto a desarrollo de tecnologías, la falsificación ha sido al desarrollo de la tipografía, en los sistemas de impresión en general, en la evolución del papel incluso. Son los fondos de agua, la impresión en 3D, la textura en la tinta, los cambios cromáticos al verse en ciertas inclinaciones, parte de lo que la industria tuvo que crear para ir un paso adelante de quienes falsifican este bien común.

A finales del siglo XVIII y principios del XIX, a la par de la revolución industrial, encontrar la forma de dar legitimidad al papel moneda en Inglaterra, se convirtió en una excusa para que la tipografía tuviera una relevancia histórica. El formato de impresión, a través de placas preformadas no sustituyó del todo a la tradicional imprenta de tipos móviles. Así que, al ser un producto que requería un nivel de maestría considerable para su diseño y fabricación, propició una búsqueda por todas las casas tipográficas en la región para encontrar a no más de cinco tipógrafos capaces de fabricar tipos sumamente pequeños, únicos autorizados para crear los que servirían para imprimir billetes. Quizá la única vez en la historia donde ejercer tipografía podría meterte a la cárcel y ser condenado a muerte.

Los billetes y tipografía van de la mano desde el inicio de éstos, y es que no sólo representan un estilo, también es seguridad e innovación.

En la misma tónica, los diseñadores de billetes recurrieron a tretas tipográficas como interponen un tipo diferente al común en los textos más pequeños de los billetes, de tal forma que para el falsificador común este «error» pasaría inadvertido, pero para el banquero implicó una herramienta equiparable a las que hoy se utilizan, como pasar el billete por una luz UV para denotar elementos de seguridad no visibles a simple vista. Solo un ojo entrenado era capaz de advertir un tipo diferente al momento de contarlos o recibirlos en el banco.

Los sistemas de seguridad actuales permitieron incluso poder prescindir de muchos elementos tipográficos. Recuerdo la primera vez que toqué un Euro, la moneda corriente en una buena cantidad de países europeos, que tiene la peculiaridad de no tener tipografía, únicamente la denominación «Euro» así como su equivalente en griego, el único país que lo maneja sin utilizar nuestro abecedario. El dólar predomina por un diseño icónico, especialmente en cuanto al color, que le da el mote de «billetes verdes» para referirnos a él.

En México, la Casa de Moneda es la encargada de imprimir billetes no solamente para nuestro país, sino en diferentes momentos para otros países, especialmente centro y sudamericanos. No deja de sorprenderme el nivel de detalle que debió implicar los diseños pre-digitales, en las que las ilustraciones no eran sometidas a correcciones y ajustes en un ordenador. En nivel de atención al detalle así como ilustrar con una complejidad capaz de sustituir los degradados, sombras y contrastes usando a la línea como única aliada. De ahí el hecho de que los errores se encuentran más a la vista del espectador común.

Hace un par de años aún circulaban billetes de 100 pesos con la frase «sufragio electivo, no reelección», sustituyendo la l por la f para ser fiel a la frase de Gustavo I. Madero.

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De igual forma, el nuevo diseño de billetes anunciado el año pasado, con la primera emisión de 500 pesos, y que visiblemente compite con los de 20 pesos, en cuanto a la cromática azul y a Benito Juárez prácticamente en la misma posición. Curioso error de comunicación, especialmente tomando en cuenta que el diseño de cada billete puede demorarse hasta más de un año, y cuyo cliente a cargo de todas las autorizaciones, es el mismo Presidente de la República.

El diseño de billetes, permite pues, bajo un estilo de ilustración muy característico, el diseño tipográfico en un juego que cumple una función doble: ser legible y simple a la vista, pero compuesto de elementos complejos, retos de legibilidad, reproducción y lectura, a prueba de falsificaciones, diseñados para un sistema de producción único y al cual tienen acceso un grupo limitado de personas. A final de cuentas la tipografía debe seguir manteniendo este estatus protagónico en un ambiente sumamente tecnológico y estilizado. De ahí el anhelo de muchos diseñadores por poder plasmar sus destrezas en este objeto que pasa de mano en mano y que parece tener vida para rato.

Nota: Parte de los relatos sobre los billetes antiguos es un extracto de la conferencia «In Letters We Trust» de Tobias Frere-Jones, en Typo San Francisco, 2015.
Diseñador gráfico con maestría en diseño editorial por la Universidad Anáhuac y con cursos de Publishing en Stanford. Actualmente dirige MBA Estudio de Diseño, dedicado al diseño editorial, identidad y publicitario, además de realizar scounting y contratación de talento de diseño para diferentes empresas. Es profesor en la Universidad Anáhuac y la UVM. Le gusta la caligrafía, tipografía, la música y la tecnología.