Durante la discusión de los trabajos que se entregan en clase, basta que un alumno diga «me gusta» para que caiga sobre él la maldición del profesor: «no digas que te gusta, le quitas todo el mérito». Este mismo sentimiento nos persigue hasta nuestra vida profesional, en donde basta un eufemismo para poner en duda la capacidad argumentativa. Total, si no sabe juzgar más allá de «bonito», qué puede saber del diseño.

En este entendido, estas frases implican más una idea personal, un sentimiento culturalmente alimentado más por lo agradable que por la función. Vivimos en un tiempo en el que ambos conceptos —el sentimiento y la función— se han desligado dando pie al diseño provocador a través de la antiestética, del antisistema. Desde el posmodernismo de Warhol, pasando por David Carson, entre otros, han buscado desequilibrar la balanza cuyo peso siempre buscaba la función a través de la estética, de lo correcto, lo agradable.

Realmente el ser humano siempre vivió bajo estos conceptos. Ensalzamos un cuarto ordenado, un restaurante limpio, una persona aseada antes que comer sobre platos sucios del desayuno. Y de alguna forma es contra natura, el ser humano suda, se ensucia y a veces encuentra mayor placer en un caos propio que en el orden ajeno, basta con husmear el cajonero personal de una persona en su oficina o su teclado para darnos cuenta que el desorden y la suciedad propia no son tan incómodas, son las ajenas las que nos molestan.

Por ello, un diseñador siempre busca la estética como un lugar de convergencia, una convención sobre la que no tenemos que convivir con lo sucio de alguien más. De ahí que efectivamente el diseño busca lo bonito, causar placer a través de la despersonalización de una idea para hacerla de todos.

¿Entonces por qué vemos mal dar juicios de valor personales, decir «me gusta», pues? La razón es simple, en la escuela es parte de una formación que implica desligar el gusto individual para dar paso a la función, con menos nivel de desarrollo que la estética. Lo malo está cuando los maestros anulamos este concepto para dejar desnuda a la función comunicativa del mensaje. En el ámbito profesional, este eufemismo transmite faltas argumentativas que ofenden, que no son bien vistas porque pareciera que no dialogamos al mismo nivel.

Sin embargo, diseñadores como Massimo Vignelli han sido buscadores eternos de la belleza. Vignelli acuñó la frase: «La vida del diseñador es una vida de lucha, de lucha contra la fealdad», la cual ha sido interpretada más como un argumento dicharachero más que una frase seria, pero en su contexto —y quizá de todos los diseñadores—, moldear lo amorfo, hacer entendible lo abstracto, manipular la realidad cruda es un proceso que no podría entenderse sin la belleza como eje rector de un diseño.

Así que, cuando critique un diseño como bonito, no es un gusto personal, es un juicio en busca de la universalidad de lo aceptable.