La distancia del hotel a la Expo Guadalajara es aproximadamente de dos kilómetros. Decido irme caminando. La Avenida Mariano Otero se convierte en un corredor por el que circulan personas con sus gafetes colgados en ambos sentidos, apenas comienza a sentirse el frío invernal. De pronto me abordan cuatro chavos cuya edad no rebasa los trece años y me preguntan:

—¿Qué tal está la Feria?

—No sé— respondo en automático, —apenas voy para allá—. Continúo mi camino con esa sensación agradable de que ese sea el tema de conversación, mientras, a lo lejos, los chavos concuerdan que será una visita obligada después de la escuela.

Ese es precisamente el ambiente que se respira en toda esa parte de la ciudad, apenas comenzó la FIL, Feria Internacional del Libro, la más grande e importante de habla hispana.

La Expo Guadalajara —sede del evento— se siente un poco sobrepasada, algunos eventos deben realizarse afuera de las instalaciones, en los hoteles aledaños. El gafete de acreditación se vuelve común, los arremolinamientos en la explanada principal, las filas largas y la entrada que asemeja a la recta final de una carrera de maratón.

Lo interesante de poseer un gafete profesional es pasearse por todos los stands de las editoriales y poder platicar con los editores, autores y libreros en general sobre su trabajo, sobre la industria en general. Aunque mi gafete dice «Otro» porque no existe el término «diseñador» en su catálogo de profesionistas, conocer de primera mano lo más interesante que tienen que ofrecer así como los datos anecdóticos sobre la importancia que tiene para todos la Feria. «Aquí vendemos una gran parte de nuestro inventario, con la ventaja de que lo hacemos sin intermediarios» es una afirmación generalizada, aunque ello tenga que venir acompañado de interminables jornadas atendiendo a los océanos de asistentes. De igual forma es uno de los lugares con mayor número de robos hormiga. Poco a poco comienzan a mostrarse los estantes señal de que la feria avanza con éxito.

Se abre al público y el ingreso es masivo. Estas escenas pueden compararse con un centro comercial en la víspera de navidad, y ya entrada la tarde, con alguna estación de metro de la Ciudad de México: Pino Suárez, Hidalgo o Balderas, en donde uno debe dejarse llevar por la multitud. No hay que encontrar la salida, uno solo llega ya entrada la noche y cuando el horario ha cumplido.

Al llegar al hotel por la noche, uno de pronto siente el cansancio de cargar una mochila llena de libros y una cartera vacía, pero la satisfacción de adquirir libros nuevos, otros difíciles de conseguir y unos más únicamente para el placer de la lectura.

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Este año (2018) fui invitado para dar un taller, dentro de una de las muchas lunas que orbitan alrededor de ella, el Foro Internacional de Diseño Editorial para hablar de uno de los engranes que hacen funcionar esta industria de forma efectiva. De la mano con conferencias, hablamos no solo de la forma de elaborar originales mecánicos, sino cómo se comportan las publicaciones comerciales, el comportamiento de la industria en general como las ediciones de bolsillo, tipografía, la manera de trabajo en Latinoamérica y otras latitudes. Y es que el servicio de diseño es imprescindible cuando se habla de publicaciones. Simplemente ya no es aceptable diseñar un libro que canse, que cueste trabajo leer, que sea incómodo e impida el surgimiento de todas las historias que emanan de las páginas encuadernadas.

Y es que la decisión sobre un formato, una tipografía, el lugar para los folios, la escala tipográfica, el aprovechamiento de espacios, es una labor que no es posible separar de quien se sienta todos los días a crear historias, a investigar, a dejar impreso el paso del tiempo.

A la par se realizan presentaciones de libros bajo horarios saturados meses antes, conferencias sobre los 50 años de la publicación de «Cien años de soledad» de Gabriel García Márquez, homenajes a grandes figuras de las letras, ciclos de conferencias sobre edición, ilustración y secciones especiales para niños y jóvenes.

Sin temor a equivocarme la Feria Internacional del Libro representa la convergencia de las letras, las ideas, la técnica y una industria que año con año autorrevisa, autoevalúa y se cala para lo que venga.

Diseñador gráfico con maestría en diseño editorial por la Universidad Anáhuac y con cursos de Publishing en Stanford. Actualmente dirige MBA Estudio de Diseño, dedicado al diseño editorial, identidad y publicitario, además de realizar scounting y contratación de talento de diseño para diferentes empresas. Es profesor en la Universidad Anáhuac y la UVM. Le gusta la caligrafía, tipografía, la música y la tecnología.