Hubo un tiempo en que trabajé en el área de mercadotecnia de una cadena minorista de Estados Unidos (Walmart pues, para que no se quiebren la cabeza pensando cuál). Éramos solo dos diseñadores para dar salida a todos los materiales gráficos: un par de tabs (tabloides) con las promociones de la quincena, anuncios de periódico con ofertas de fin de semana y otro para el día de frutas y verduras y todo lo que la marca iba requiriendo en el día a día, que a decir verdad no era poco.

En cierta ocasión recibimos la visita (una forma elegante para una inspección de las oficinas centrales en Estados Unidos) para evaluar nuestro trabajo y corroborar se cumplieran los estándares de branding. Lo primero fue una larga entrevista con el director de arte, en la cual de forma separada detallamos nuestras labores, procesos y resultados. Me quedó bien grabada en la mente la cara de mi entrevistador conforme le desglosaba mis actividades, en cada tarea descrita abría más sus ojos, después su boca, movía las manos y a la mitad de mi speech me interrumpió: ¿Ustedes son humanos?, ¿cómo logra una persona hacer tantas cosas?

Su reacción era genuina, recuerdo que cuando entré a trabajar lo primero que hicieron fue enviarme a las oficinas centrales a Bentonville, Arkansas, para recibir mi adiestramiento (debo decir que fui —junto con mi compañero— el primer diseñador para Walmart en este país). Había una persona que recibía todas las muestras y coordinaba las fotografía, otro departamento capturaban los cientos de copies que requería cada publicación, y un par de diseñadores se encargaban del armado, todo bajo la supervisión de un director de arte, que además de coordinar al equipo llevaba la relación con el área de compras para todas las autorizaciones de los productos en promoción. El mismo trabajo que en Estados Unidos realizaba un equipo de 5 personas en México lo hacía una sola persona. Sumado al hecho que era un diseñador junior, ya que tenía apenas un año de haber terminado la universidad.

Quizá tú, diseñador mexicano o latinoamericano que estás leyendo este artículo, veas mi relato como un día común de trabajo, en donde las horas extra, la carga laboral tan fuerte y las tareas multidisciplinarias no sean cosa del otro mundo, es más, es la norma. Y es que en esencia la forma de trabajo entre países con diferentes niveles de desarrollo es muy notoria, y no es un problema exclusivo del diseño. Las culturas laborales se alejan por una serie de factores muy bien identificados, casi siempre la productividad y con consiguiente, la economía.

Ya sé que las comparaciones son horrendas, pero quisiera hacer un par de retratos entre la productividad entre nuestro país y uno desarrollado (póngale las banderas del país de donde son y el desarrollado de su preferencia, que podría ser Alemania, Estados Unidos o Japón). Una tarea simple de entrada en otros países requiere un equipo de dos o tres personas, en México

con una es suficiente. El salario de ellos es mayor (incluso tomando en cuenta la diferencia de nivel de vida). Allá entran y salen a su hora y tienen sus tareas perfectamente definidas, las cargas extraordinarias de trabajo que te exigen horas extra y esfuerzos fuera de lo común son eso: extraordinarias. Aquí lo común es que en entrevistas de trabajo te digan: «tienes hora de entrada pero no de salida», «debes tener tolerancia a la frustración y saber trabajar bajo presión». En cierta forma las agencias y despachos han generado una cultura de apego al trabajo basado en «trabajas en lo que te gusta, así que los horarios y las jornadas largas son parte del negocio y por ende, de tu vida».

Costumbre entre estos dos tipos de economía no son compatibles, incluso quienes colaboran entre países deben lidiar con ellas todo el tiempo, sin importar si son entre ingleses y australianos, mexicanos y colombianos o chinos e indios. Lo que sí es relevante es el nivel de productividad que cada empleado reporta: un diseñador norteamericano tiene un nivel de productividad muy superior al de un mexicano, a veces por más de doble, lo cual permite al de EUA contratar a dos personas para hacer lo que en México apenas uno puede generar. Y no estamos hablando de la productividad directa del diseñador sobre llegar a sus metas, sino al dinero que genera con el fruto de su trabajo, que le reporta a su empresa.

Obviamente esta grieta nos pone en desventaja, y hace que nos volvamos más rápidos, sin embargo, el dinero que generamos no se acerca en nada al que está sentado en su silla haciendo menos trabajo que nosotros, sin este estrés y con una organización más controlada.

Y no es culpa nuestra, es sintomático de un país que vive con una gran desigualdad, con niveles de corrupción fuera de control, con un estado de derecho que permite que los empleadores puedan explotar a sus empleados y que los empleados estén protegidos por reglas absurdas y visiblemente disparejas. Entonces los empleadores prefieren encontrar formas alternas de contratación, en donde no tengan que liquidar a un empleado con una cantidad exorbitante a pesar de que se roba el material de trabajo, llega tarde y no termina su trabajo y al mismo tiempo, parecen poseer un control sobre ellos parecidos más a la época virreinal que al siglo XXI.

Estamos atrapados en una ley laboral que es injusta para ambos lados, en un ambiente que promueve la improductividad y con gente que ha tenido que encontrar espacios para no perder tanto. Creo —y quizá sea un sueño—, en una cultura de trabajo que busque reducir estas diferencias tan grandes, ser más productivos y al mismo tiempo confiar más en el personal de trabajo. Me pregunto, ¿qué sucedería si dejáramos de contar las horas nuestros empleados y en su lugar nos enfocamos en productividad? ¿Qué sucedería si confiamos en que podemos desbloquear sus computadoras sin el temor a que la llenen de piratería? ¿Si no tuviéramos que dejar el papel de baño bajo llave?

Quizá para agencias o empresas grandes sea una cuestión muy difícil, porque controlar a las grandes masas siempre es más complicado, pero para pequeños despachos es algo viable, en nuestra oficina lo hemos hecho así por años y nunca se ha perdido una caja de kleenex, la gente llega a tiempo y trabajan desde su casa sin necesidad de estar verificando su estatus en Slack. El reto es encontrar la forma de confiar más en el empleado en lugar de apuntar todos nuestros

esfuerzos en sistemas de control que como empleados odiamos y como empleadores nos implican gastos fuertes. Dejemos que cada quien haga su trabajo libremente y que tenga que ofrecer resultados sobre ello, en vez de crear formas de control para que lleguen a ellos forzados y desgastados.

Como empleados el reto también es difícil, porque implica el alejarse de una cultura de aprovechamiento personal de recursos, de no imprimir en la oficina la tarea de la escuela, de cuidar tu computadora como si fuera tuya, de no dar pie a que desconfíen de tu trabajo.

Los mexicanos somos personas altamente trabajadoras, muy productivos en ambientes que se prestan para ello. La prueba es que compatriotas que se va para el norte son valorados por su ímpetu y la gran creatividad para librar obstáculos y ofrecer soluciones. Debemos entender nuestras ventajas en cuanto a carácter, forma de hacer negocios, mucho más cálida y cercana sin necesidad de tener que convencer con dádivas y regalos, de gozarnos más en la humanidad que conlleva hacer negocios como mexicanos, como latinoamericanos. Tenemos una gran cantidad de recursos y herramientas de ventas propias de nuestra cultura que es un crimen intentar vernos con los ojos de los anglosajones.

Es muy difícil cambiar la situación laboral de todo México, pero quizá tú, desde tu trinchera, puedas hacer este cambio: empleador y empleado, sé productivo.