En 1999 fui de los primeros en recibir una iBook. Aquella revolucionaria lap top que hacía juego con los colores translúcidos que la iMac. Había dos versiones: una azul y otra naranja. Obvio la naranja era la mía. Mi mayor felicidad residía en que por fin me libraría de estar cargando como pípila mi pesada iMac color Aqua de la oficina a la casa para continuar trabajando.

En aquella época uno de mis principales clientes me estaba haciendo la vida de cuadritos, porque cuando ya todo estaba listo para entregar, me encontraba con la sorpresa de que había más cambios. Entonces tenía que pedir alguna de las computadoras prestadas de quienes ya se habían ido —casi siempre eran pasadas de las 6 de la tarde—. Ustedes saben lo que es abrir un documento en otra compu, especialmente de QuarkXPress (léase hoy InDesign, su equivalente): te pide todas las imágenes, todas las fuentes, todo se mueve de lugar. Así que el ritual de entregar un disco con las impresiones e irme a casa se convertía en 30 minutos para abrir el documento, 5 minutos para hacer los ajustes, 20 minutos para imprimir y 10 minutos para volver a guardar, con pausas de 15 a 30 minutos entre cada paso porque el director, cuando no estaba en junta, había salido a comprar algo de cenar.

Así que imaginen mi felicidad cuando recibí mi iBook. Ahora ya no tendría que regresar a la oficina a la mitad del camino para hacer cambios, o podría llegar y resolver cualquier imprevisto de último minuto sin necesidad de esperar horas en lo que abría mi archivo en una computadora ajena. Por la forma en que todo evoluciona, de pronto me encontraba desde temprano en las oficinas de mi cliente haciendo bomberazos, entregando archivos del día anterior y en un ciclo sin fin, donde antes de entregar «aprovechaban» que ya estaba ahí para comenzar un proyecto de emergencia que había que entregar por la tarde.

Desde ese año dejé de usar computadoras de escritorio, pronto cambié mi iBook por una MacBook Pro, al mismo tiempo que dejé de conocer lo que es no cargar una pesada mochila/portafolio sobre mis hombros. Mi lugar en la oficina se convirtió en una silla vacía la mayoría del tiempo. Entonces comencé a trabajar en restaurantes, cafés y en el recién llegado Starbucks, como hipster prehistórico. Eran los inicios de los freelancers errantes que ahora tenían la posibilidad de salir a trabajar fuera de casa, tiempos en los que algunos restaurantes te prohibían usar laptops y en donde el reloj de arena era la batería que tuvieras disponible en tu portátil.

Casi veinte años después, los cafés se llenan de profesionistas, de estudiantes que prefieren hacer sus trabajos en equipo o adelantar tareas mientras se echan un Caramel Macchiato con leche de almendras sin espuma y café de Chiapas de $80 pesos. Todos ellos con un común denominador: una computadora portátil (léase laptop o tableta). Y es que desde las primeras que existieron, no solo cambiaron la forma de trabajo sino también nos han dado independencia. Esta movilidad ha derivado en las oficinas que puedes rentar por hora, por día, semana o mes, le ha dado oportunidad al viajero de negocios para poder tener un lugar de trabajo remoto. Más tarde que rápido los aeropuertos abren espacios de trabajo, Google innova  las oficinas lúdicas, en donde el trabajo va impregnado de diversión y comodidad; de ahí surgen los espacios compartidos, conocidos como Coworkings, en donde se posee un espacio no apartado, de tal suerte que hoy tienes vista a la calle y mañana prefieres estar más cerca del baño porque cenaste muy pesado. Café listo todo el día, puedes imprimir sin necesidad de grandes inversiones, puedes incluso echarte un receso mientras convives con otros profesionistas en lo que juegas ping pong. Como independiente, ahora dispones no solo de un espacio fuera de tu casa, sino de todo un ambiente que te da la libertad que requieres.

Por otro lado, la mayoría de los corporativos poco a poco van mudando de computadoras de escritorio a laptops. Primero para que puedas llegar a la junta y conectarla a la pantalla para explicar tus reportes; minutos antes le enviaste la presentación a tus compañeros en lugar de imprimir siete carpetas con 40 hojas de PowerPoint para que hagan como que las leen mientras tú las explicas. Después, te ves empujando para que puedas gozar de un día a la semana de Home Office. Si estás embarazada, aprovechas aquellos días de mareos y vómitos para checar tus correos desde tu casa. Y es que mucha gente —hay a quienes no se les da— que prefiere trabajar desde casa, así puedes cuidar a los niños, esperar al técnico del servicio de cable que no te puede dar hora de llegada y trabajar en pijama.

¿Será que las oficinas son especies en extinción? Pronto, los despachos pequeños dejarán de rentar oficinas y preferirán comprar membresías de coworkings para tener sus juntas, reuniones y trabajos en equipo. A final de cuentas el arrendamiento resulta altamente conveniente, dejas de gastar tanto en muebles, luz, impresoras, sillas, escritorios. Después se les unirán las empresas medianas.

Pronto, podremos trabajar en todos lados y a la vez, no tendremos ninguno, con computadoras que pesan menos de una cuarta parte que hace dos décadas, mejor conectados, y en un mundo más estandarizado. Gracias señor laptop.