«La buena educación es la mitad del camino en cualquier negocio.» Ignacio Manuel Altamirano

Tras más de 10 años del lado solitario del aula, hay un momento de reflexión que a veces se convierte en mea culpa, especialmente cuando comenzamos a recibir los proyectos finales e involuntariamente terminamos siendo nosotros los calificados. Siguen las vacaciones, tiempo en el cual reflexionamos sobre nuevas estrategias, formas de ser más efectivos; repasamos escenarios sobre qué conviene más: estrictos o permisivos, si restringimos que se inspiren en Pinterest o reforzamos su lado investigador.

La verdad no creo que nadie tenga la respuesta correcta a cada uno de los aspectos de la enseñanza, tampoco que sea tan obtuso y dé sus clases una exactamente igual a la del semestre anterior. Vamos haciendo ajustes, de vez en vez replanteamos nuestro curso completo, especialmente quienes ya tienen tiempo en la misma asignatura buscamos refrescarnos con nuevos contenidos, diferentes fuentes; maduramos al ritmo que nuestros alumnos siguen siendo de la misma edad.

Existen dos tipos de maestros: quienes se dedican a la docencia como ocupación única y quienes comparten su vida con alguna labor externa a una escuela. Ambas se necesitan para tener una mezcla rica que pueda ser efectiva y impacte en la vida de los alumnos. Personalmente no me atrevo a cuestionar ninguna de las dos, conozco buenos y malos maestros en ambos bandos, sus momentos, brillantes como estancados. En mi caso solo puedo hablar de los segundos, ya que pertenezco a este grupo que tenemos actividades alternas y las combinamos impartiendo clases.

Supongo que razones para hacerlo serán muchas, en mi caso, es la mezcla de estar rodeado de sangre nueva, de mentes ansiosas de obtener el conocimiento que estoy en posibilidad de darles; lo hago por devolver algo a la sociedad, por encontrar talento, por retarme a mí mismo para obtener cada vez mejores resultados, pero especialmente porque aprendo todo el tiempo. No lo digo de una forma romántica, es la práctica diaria que se enriquece cuando estás en contacto constante de la manera en que hablan, se desenvuelven, piensan y diseñan.

¿Y qué les enseño? ¿Cómo lo hago? ¿En qué me baso para mi racional metodológico? Busco cubrir los quehaceres actuales, lo cual me obliga a estar más atento de la demanda laboral, y aunque he sido cuestionado al respecto, mantengo mi postura de formar diseñadores con bases tanto teóricas como prácticas en un mundo que los espera más como presas que como depredadores. Aun con ello, no soy partidario de emular el mundo real en un aula, no organizo

dinámicas con el objetivo de prepararlos, creo que a cada quien le llegará la hora de lidiar con el menosprecio de hacerle sentir que lo que estudió no sirve para nada y que la realidad laboral está en otro planeta con respecto al que habitan. Los escenarios son tantos, es como tratar de cubrir agujeros con el dedo mientras para sellar una fuga, cuando sale otra, la tapamos y no dejan de salir, hasta que nos son insuficientes.

Hay que buscar enseñarles la realidad, pero desde una perspectiva que los ayude a entenderla. La experiencia no se puede prefabricar, debe vivirse para validarla y aprovecharse de ella. Así que no lidio con ello, más bien, busco que la armadura con la que saldrán a la guerra sea eficiente, y aunque es muy pesada, en el transcurso de las batallas tendrán oportunidad de írsela quitando para reemplazarla con las herramientas que vayan necesitando.

Luego entonces, la labor de un maestro es únicamente la de enseñar el camino y darles el vuelo suficiente para que puedan emprenderlo, aunque tarde o temprano nuestra influencia directa se diluirá. Confiaremos solamente en aquellos valores perpetuos que reforzamos como la ética, honestidad, el trabajo duro, la no autocomplacencia, persistencia y constancia para verlos con orgullo en cada una de sus facetas profesionales.

Mi labor de maestro, entonces, es el galardón de este paso efímero por mi clase.