Siempre que escribo estas columnas y me topo con la palabra inconsciente debo hacer una pausa. Busco el diccionario de la RAE o hago una consulta rápida en Google. No puedo evitarlo, son de esas palabras que por más que te esfuerces siempre dudas cómo se escriben correctamente, no importa cuántas veces la hayas utilizado.

Así somos todos, cultos e incultos. Cuenta incluso Gabriel García Márquez en su autobiografía Vivir para contarla, que siempre debió depender de su corrector de estilo, ya que su ortografía nunca fue buena, al grado de pedir que se jubilara la ortografía y dejemos de depender si se escribe por s o c. Y es que el español tiene algunas reglas que nos ayudan a moldear su entendimiento para no confundirnos.

Si vas a comer a la Cómer, el acento te ayuda a encontrar en la fuerza silábica el sentido de la frase. No así el uso de la h, ya que decir rehuyo o reuyo se pronuncian igual, aunque sólo una de las dos tenga toda la razón. Y qué decir de la la c presidiendo a la e o la i. Entre el ciento y el siento escrito es contundente, cuando se leen en voz alta, dependen del contexto para saber que ciento que voy a perder un siento no se confunde oralmente, aunque carezca de sentido alguno de forma escrita. Lo mismo podríamos decir de la s y la z, en donde cazar se entiende como mortal, mientras que casar sea un acto de amor.

¿La ortografía es símbolo de estatus cultural? Pensemos en un escalafón más alto que el resto de los mortales, donde hasta la palabra letrado ofrece por sí misma un adjetivo de superioridad. Sin embargo, dudo mucho que el más conocedor no haya cometido nunca alguna aberración, sea una coma mal colocada, usar una s en vez de z o tener un acento mal plantado. A mí me pasa seguido. Creo que con todo y mi título de primer lugar en el concurso de ortografía de sexto de primaria se me ha escapado uno que otro error, que por más escondido que esté en mis textos, ensuciará la pulcritud con la que pretendo expresarme.

Tener buena ortografía sí te da cierto estatus, para qué vamos a negarlo, pero no sucede al revés. No implica solamente que fuiste a la escuela, sino que convives con las palabras cotidianamente, sea leyendo, estudiando o trabajando constantemente a su alrededor. Ello no excluye a quienes simplemente tienen la atención puesta en otras cosas, cuya ortografía no da para mucho, aunque sean lectores dedicados o eminencias en otro tipo de conoceres.

Lo que sí considero esencial, es que quien comunique debe tener esta habilidad —como acompañante de otras— para no solo comunicar, sino educar constantemente sobre a quienes estarán leyendo sus mensajes: sea en una estación de metro, en una revista o en el título de un libro. Lamentablemente no existe un premio a la agencia con la mejor otrografía y por lo mismo, muchas se quedan sin el honor de ser la peor agencia o diseñador en cuanto a otrografía se refiere.

Me parece un error que publicistas y diseñadores crean tener la ortografía en sus manos para

hacer con ella lo que les plazca, como inventar expulsación o escribir Yakult con acento, por mero capricho.

Quisiera cerrar con una serie de anotaciones, como si se tratara de un legado personal con respecto a la ortografía:

• Los nombres propios no obedecen a las reglas ortográficas. Sin embargo, si te llamas Ivan la gente podría decir Ívan, aunque la b labial o violental no haga mella en la pronunciación.

• El abuso en las mayúsculas déjenselo a los anglos, que gustan más de las letras mayormente lineales, como la A, en lugar de la estética que causa una a de imprenta. Si vas a invitar a la gente a ver el futbol, no es necesaria la F en alta, al igual que si vas a llamar en martes en lugar de Martes, si hablas bien español, estudias diseño o estamos en verano.

• Nos encantan las comillas “inglesas”, y las queremos usar todo el tiempo. Estéticamente son feas, ya que dejan nuestros párrafos agujereados cuando se usan demasiado. Para ello existen las itálicas, negritas y cuando son inevitables, nuestra propia versión «latina» o «francesa», mucho más armoniosa en nuestros textos.

• Las altas se acentúan.

• Para cerrar una exclamación o interrogación, primero habrá que abrirlas. Sé que es tardado y hasta tedioso, pero en inglés, el orden de las palabras te denota si se trata de una pregunta, en una pregunta no hay forma de saberlo, por ello su existencia.