Mi relación con México es de amor-odio, afortunadamente más la primera, al mismo tiempo que juzgo mi trabajo a veces bueno y a veces no tanto, que me inspiro en mi país y que me alejo de él. A veces escucho «México lindo y querido» y se me enchina la piel, a veces no siento nada. A veces me siento a años luz de lo que se hace en otros países, a veces me siento superior.

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X de Sebastián en Ciudad Juárez
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A lo largo de mi vida he tenido la increíble oportunidad de salir de él. Apreciar las cosas desde fuera suele ser más inspirador que vivirla, puedes verte desde una nueva perspectiva. Cuando platicas con colegas de otros países resulta mucho más enriquecedor entenderte desde los ojos de otro, una forma de encontrar el nivel para medirte, tanto como persona como sociedad, como un círculo económico que siempre será diferente.

Cuando me preguntan, ¿cómo es el diseño en México?, suele convertirse en un reto. ¿Cómo condensar años de experiencia, de vivencias en muchos sentidos resumidos en una respuesta que a veces requiere ser más corta que un tuit? Ante la repetición he logrado formular algunas respuestas, aplicadas obviamente a mi experiencia personal y que quizá hoy sea un buen momento para sacarlas. Hoy que el país se tiñe de nacionalismo y se abre la puerta para la reflexión.

Cuando estaba en la escuela, al igual que casi todos, comencé diseñando con un profundo sentido nacionalista. Recuerdo que alguna vez hicimos la identidad de un hotel que se llamaba Tulum y obviamente la imagen era una pirámide. El logo del primer estudio que fundé con mis amigos era una «i» con rasgos prehispánicos y tal como si se tratara de una extensión de mi educación básica, me fascinaba la arquitectura y forma de escritura de las culturas antiguas, las tipografías patinadas con detalles rojos como si se tratara de un letrero de la época de la colonia. Llegué entrar en el cliché de explotar los sombreros de charro, los zarapes, maracas, nopales, botas, papel picado, pirámides, matracas, trompos y demás juguetes con las que se jugaba a mediados del siglo pasado.

Un buen día, decidí que no quería hacerlo más. A menos que se tratara de un gráfico para anunciar una noche mexicana trataría de alejarme de estos clichés, tanto como si el mexicano dormido, cubriéndose con un zarape y un sombrero recargado sobre un nopal hubiera sido diagnosticado con ébola. En ese tiempo, reflexionaba mucho sobre por qué culturas igual de antiguas como la de La Colonia no seguían esa misma línea de diseño: los ingleses, alemanes y norteamericanos rara vez regresaban al pasado para evocar el presente, para no dejar que su historia de aleje de ellos (Piensen que tanto Manhattan como el centro de la ciudad de México se diseñaron a la par). ¿Por qué los italianos no tienen sus colores patrios en todos sus diseños, por qué no todo es romano? ¿Por qué el diseño italiano es considerado moderno, al igual que el británico o el alemán?

¿Será que en México los signos de modernidad los vemos como enemigos por el miedo a perdernos en la globalización? ¿Que la única forma de sentir orgullo por nuestras raíces mestizas es teniéndolas presentes todo el tiempo, en todo lo que hacemos? ¿El diseño mexicano no puede ser moderno?

Cada día veo más movimiento en tipografía, diseño industrial, empaques y demás aplicaciones, pero al momento de toparnos con la pared de la idiosincracia parece que debemos guardar nuestro talento para quien crea en él fuera de nuestras fronteras. Si quieres que tu despacho tenga mayor credibilidad el nombre debe estar en otro idioma porque en español tiende a sentirse como muy local, muy improvisado. Veo con mucha tristeza cómo en la mayoría de los países desarrollados se busca más el talento local sobre el extranjero, cómo la confianza parte desde los de adentro y no al revés, aquí no.

Sé que que esto es el resultado de una cultura mucho más arraigada por nuestra forma de ser, de cómo nos vemos, de cómo somos y las cicatrices que traemos de siglos atrás, pero de eso se trata el diseño, de evolucionar todo el bagaje que arrastramos, sobre nuestra cultura, sobre nuestras raíces.

Si yo nací en México, he vivido aquí toda mi vida, estudié y trabajo aquí, cualquier cosa que haga trae por consiguiente el ADN de México, considero que no tengo por qué intentar plasmar algún ícono que me remita a mí mismo por el simple hecho de que nace de mí, de una mente rodeada de toda esta cultura, de costumbres, de tacos y de sitios arqueológicos. Si yo soy parte de México, por ende, cualquier cosa que haga trae a México, aunque no venga acompañada de mariachi, por más que intente diseñar como europeo o norteamericano, el diseño es mexicano.

El diseño mexicano no debe traer toda esta iconografía que nos distingue, no tenemos por qué hacer referencia a lo obvio y hacerlo no me aleja de la idea de estar diseñando algo mexicano. Podré traer la escuela de diseño suiza o bauhaus, pero para que fuera totalmente pura tendría que hacerse por un suizo y en suiza. Si yo hago diseño suizo, estoy haciendo diseño mexicano.

Mientras más tratemos de alejarnos de la idea estereotipada de México, no nos estamos alejando de la idea central de un diseño mexicano, sino enriqueciéndonos con interpretaciones de diferentes fuentes, a final de cuentas ya nadie inventa algo nuevo, todos reciclamos, todos combinamos ideas, todos mezclamos nuestras culturas, pero yo, al mezclarla, estoy produciéndome a mí mismo.

Creo en ese derecho de representar a mi país en todo lo que hago, porque yo soy México.

Diseñador gráfico con maestría en diseño editorial por la Universidad Anáhuac y con cursos de Publishing en Stanford. Actualmente dirige MBA Estudio de Diseño, dedicado al diseño editorial, identidad y publicitario, además de realizar scounting y contratación de talento de diseño para diferentes empresas. Es profesor en la Universidad Anáhuac y la UVM. Le gusta la caligrafía, tipografía, la música y la tecnología.