Los diseñadores nos manejamos bajo conceptos básicos, convenciones que han sido aceptadas universalmente y sobre las cuales hemos diseñado una y otra vez. Tal es el caso de las secciones áureas, la reglas de tres, el tamaño carta y A4, el 2:1, entre otras.

Occidentalmente leemos en «zeta» cuando se trata de textos e imágenes, o de abajo-izquierda hacia arriba-derecha en fotografías, buscamos que los modelos estén volteando hacia el interior de la página y no hacia afuera, que el texto no toque la cara de las personas en las portadas de revista y que la información relevante en una foto no quede afuera de los márgenes de las fotos.

Vivimos en esta época posmoderna, donde todo se puede, en la que lo que está bien sigue estando bien y lo que estaba mal ahora es aprobado. Tuvimos que lidiar con la vieja escuela de diseño para romper con la Helvetica, poder jugar con alineaciones y las interlíneas, para mezclar fuentes, matar a Garamond y revivir a Fette Fraktur, para imprimirla no solo en papel, sino en telas, en la piel, para proyectarla en objetos o que nunca abandone el monitor donde nació.

Hoy nuestro entorno vuelve a convulsionarse, nos enfrentamos a nuevas reglas de diseño a las que debemos circunscribirnos para lograr entonar lo que comunicamos a los nuevos medios. Me refiero a las redes sociales esencialmente, a los mailings, que no solo implican un cambio de CMYK a RGB, sino en una reestructuración mental sobre la forma en la que comunicamos mensajes más eficientemente: menos texto, mayor jerarquía pero esencialmente, el trabajo en nuevos formatos. Formatos que se vuelven líquidos y deben adaptarse a los diferentes medios de lectura, por lo que podemos olvidarnos de una vez por todas en el tradicional formato carta/A4 como universal. Instagram nos impone un nuevo formato cuadrado, sobre el cual debemos reacomodar los elementos que históricamente organizábamos diferente, en un formato rectangular. Facebook se une a estas nuevas dimensiones, además de añadir elementos extra para avatares, banners y reencuadra caprichosamente las ligas que nos llevan a contenidos de terceros.

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No solo esto, mientras el iPad se adecua al tradicional carta, los teléfonos móviles retoman las dimensiones 16:10 usadas en la mayoría de los monitores, creando un nuevo encuadre para visualizar composiciones digitales.

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Tal pareciera que los sustratos se revelan y cuestionan por qué las convenciones que hemos manejado por siglos siguen vigentes, nos exigen nuevas reglas, menos rígidas y más amables para casi cualquier medio. Los diseñadores hoy nos encontramos ante esta nueva exigencia buscando dónde continuar aplicando las reglas básicas de composición, de dividir la pantalla en tres, de encontrar la sección áurea y de hacer una diferencia con respecto a la vorágine de información a la que somos expuestos día a día. ¿Lograremos adaptarnos a ella y seguir sus reglas sin traicionar las nuestras?
La cuestión es primero reencontrarnos con la estética, con replantear el uso en las nuevas herramientas, acostumbrarnos a pensar en combinaciones luz, a abrir nuevos documentos con dimensiones en pixeles, a dominar los requerimientos a la misma velocidad con que cambian. Nada es para siempre, y porque el cambio es la única constante, debemos diseñar a la misma velocidad con la que cambiamos.

Imágenes: Mario Balcázar

Design Lifer
Diseñador gráfico con maestría en diseño editorial por la Universidad Anáhuac y con cursos de Publishing en Stanford. Actualmente dirige MBA Estudio de Diseño, dedicado al diseño editorial, identidad y publicitario, además de realizar scounting y contratación de talento de diseño para diferentes empresas. Es profesor en la Universidad Anáhuac y la UVM. Le gusta la caligrafía, tipografía, la música y la tecnología.