En mi ciudad o podríamos decir también en mi país, Argentina, cuando te fue mal en algo como un trabajo, negocio o en cuestiones medianamente económicas existe la expresión popular “nos fuimos a los caños”. Hoy podríamos decir que también hay una extensión de la modalidad aplicada al deporte a la vida o a todo eso donde se gana o se pierde.

Notas relacionadas:
Parado en el medio de la vida
Experiencia de Usuario
Diseño más allá del límite

Print

La cuestión data de cuando esta ciudad empezaba a sentirse como tal y la rescato para poder ejemplificar desde la postura cuando el diseño es parte de este irnos a los caños.

Veamos un poco que dice la red al respecto de su etimología, la palabra “atorrante” se origina en Argentina en los años 30, cuando la depresión dejó sin casa a muchos, he que aquí en los puertos de Buenos Aires, existían por esos tiempos unas tuberías muy grandes de origen francés. Por eso la expresión de “andá a vivir a los caños”, evidentemente quienes eligieron esos espacios eran personas de condiciones económicas bajas, y también, si bien mucha gente buscó el nombre inscripto en dichas tuberías, para saber si el nombre verdadero de la empresa “dio origen” a la palabra. La inscripción decía “A-TORRANT”.

¿Nos vamos a los caños?

Mi ciudad es hermosa y lo digo como quién habla de la madre, con la gratitud que se debe tener a quien te crió, entiendo que esta sensación debería ser igual a la percibida con tu ciudad que seguramente es la más linda.

Así como es de hermosa, la mía lo es de contrastada, una ciudad que disfruta de una arquitectura intelectualmente refinada que convive con una maltratada modernidad plagada de incongruencias en su urbanización.

Los porteños podríamos considerarnos millonarios porque gozamos de uno de los mejores parques del mundo, diseñado por alguien que manejaba la magia de un artista, de un manipulador de la emoción visual como lo fue el arquitecto y paisajista Carlos Thays que se desarrolló como Director de Paseos de la ciudad de Buenos Aires entre 1891 hasta 1913.
Estos parques tienen la mejor paleta de colores que alguien puede disponer para cada estación, una acción de diseño que resiste al paso del tiempo teniendo como cómplice y aliado a la naturaleza misma.

Durante este último tiempo, a raíz de un trabajo que estamos proyectando en el estudio, intensifiqué mi mirada en una idea que hace rato me rompe la cabeza, me preocupa de sobre manera la proliferación, superposición y multiplicidad de caños que soportan carteles y cartelitos por doquier sin sentido alguno.
Cuando hablamos de contaminación debemos centrarnos también en esa que es la visual, una polución ambiental que trabaja de manera silenciosa y que al final de la cuenta socava nuestro comportamiento emocional sin darnos cuenta.
Nadie pone el énfasis ahí, en el maltrato al espacio visual que por sobre todo es público y de todos.

Los diseñadores somos responsables

Es importante reconocer y saber que nuestra participación y acción de diseño sea de manera directa o indirecta nos hace responsables de lo que vaya a suceder en el espacio. Cuando trabajamos un sistema de información en espacios públicos debemos ser sumamente profesionales y objetivos en la tarea que estamos haciendo, un cartel debe ser de una utilidad absoluta y su diseño deberá transitar por un delgado equilibrio entre irrupción e información.
Nuestra palabra dentro del conjunto de trabajo puede ser oída o no, pero en ningún caso debe ser callada ni gobernada por nuestros miedos, debemos poner en claro nuestra posición y conceptos sin desconocer el estado de situación, ser objetivos a la hora de la ejecución y de una amplia autocrítica luego de su aplicación.

En mi ciudad se plantan más caños que árboles, en mis parques conviven carteles viejos, algunos doblados, oxidados, caídos, otros no tan viejos y muchos nuevos. Con todo esto empiezo a deducir que a nadie le interesa el espacio visual común y por simple deducción a muy pocos le interesa el otro.
Estoy convencido que vivimos a ritmo de selfie, un reflejo de nuestro absoluto narcisismo de época que cuando lo llevamos a un paralelo como es nuestro trabajo descubriremos que se deja de hacer lo importante de lado por hacer lo que a mi me importa.

Algo así como “yo hago mi negocio” y si puedo poner la mayor cantidad de carteles mejor para mí. Cuando digo “mí” expreso la idea de egoísmo de la visibilidad del proyecto como único sin reconocerlo aplicado con los otros y su entorno.

Una simple foto vale

Por debajo vas a ver una simple foto que ejemplifica lo que digo. Hoy en mi ciudad nos consideramos “Verdes”, descubrimos la bicicleta y eso nos hace sentir holandeses, empezamos a segmentar la basura y ampliamos nuestro vocabulario incluyendo la palabra diversidad, aunque algunas cosas aún parecen no involucrarnos. Seguro, esto debe estar dentro de un proceso que en algún momento espero se revertirá.

La imagen muestra tres postes para sostener en cada uno un cartel. Esos tres soportes podrían reducirse a uno cumpliendo la misma función que cumplen hoy.
Esto que vemos es simplemente lo que hablamos cuando hablamos de sustentabilidad o al menos lo que debería representar el uso del concepto. Entendamos que el futuro y el desarrollo es inevitable, pero sí, lo que es evitable es el derroche y el mal aprovechamiento del recurso. Cuando hablo de recursos incluyo al de los profesionales de diseño, que por ignorancia del mercado u omisiones propias no aportan las soluciones y respuestas que se requieren.

carteles_1

carteles_2

carteles_3

carteles_4

carteles_5

Hipotecando nuestras ideas

Somos conscientes que estamos poniendo en juego nuestra mirada y manera de pensar, nos encontramos en el ojo de la tormenta de la propia crítica ya que estamos trabajando en un sistema visual que irrumpirá el espacio público con todo lo que eso significa para uno como hacedor. Al menos por un tiempo considerable estará ahí, con la idea de ofrecer soluciones de ubicación, identificar el lugar sin descuidar su rol y equilibrio estético que también debe contemplar.
No nos preocupa el “me gusta versus no me gusta”, nos preocupa las imposibilidades que el sistema nos imponga, que por más que las neguemos, serán de ahora en más nuestras imposibilidades de diseño.

Estamos poniendo una sola y potente idea para no caer en errores y es la de pensar a cada cartel, significante o insignificante, con una enfática razón de su existir.
Y si las cosas no fueran así estamos seguros que nuestro trabajo se irá a los caños.