Como típico diseñador una parte importante de mi tiempo la paso sentado. Hace años me lastimé la espalda debido a las malas posturas que tenía al trabajar, así que tuve que realizar un par de cambios muy importantes en mi vida: comprar una buena silla y un buen colchón. Con ello estaba cubriendo más de la mitad de mi actividad diaria garantizando un poco más de ergnomía y por lo mismo de salud. Desde aquella lesión he llegado a apreciar las sillas principalmente por su ergonomía y como buen diseñador, por su buen diseño. Hasta cierto incluso me he hecho fan de Eames, Herman Miller y Alegre. Cuando tu salud está de por medio, el valor que le das a un objeto puede ser muy distinto a aquello que aprecias solo por su estética o funcionalidad.

Lamentablemente, cuando hablamos de diseño en objetos la percepción que usualmente tenemos es muy alta. Para la mayoría, la diferencia entre una «silla» y una «silla con diseño» está en el precio, sin importar que una silla común siempre tendrá diseño y una «silla con diseño» puede ser sumamente deficiente. Con base en ésto, siempre pensaremos en el diseño como algo caro, inaccesible y hasta inservible o incómodo y tiene mucho que ver con dos factores: el tiempo que el diseño tiene como una profesión seria y el valor que le hemos dado como sociedad.

Hoy en día nadie pone en tela de juicio el valor de un médico. Más allá de la remuneración económica tiene este lado humano, en el cual dedica sus conocimientos para convertirse en un importante engranaje social que tiene que ver con la salud de la sociedad. Sabemos que hay médicos buenos y malos, pero rara vez hacemos acepción entre unos y otros. Un doctor es un doctor y en caso de cualquier emergencia recurrimos a él sin dudarlo.

Los diseñadores, por el contrario, nos esmeramos en hacer diferencia entre los «objetos» que usamos todos los días y los «objetos que tiene diseño». En África, donde algunas mujeres deben buscar el agua y acarrearla por muchos kilómetros para llevarla a casa, hace varios años llegaron a sus comunidades contenedores que tienen forma de llanta, como si fuera la rueda de un auto, le amarran una cuerda al centro y la van jalando. La física hace su trabajo y rueda entre matorrales y piedras con un esfuerzo más de diez veces menor a tener que cargar las pesadas cubetas sobre sus cabezas. Lo que tenemos ahí no es solo el diseño vanguardista de un contenedor, sino una función que en la realidad ayuda a la gente a hacer más fácil su trabajo.

Lo mismo podemos decir de objetos que usamos todos los días, como las cafeteras que preparan el café usando agua y una cápsula, de las señales en la calle que brillan con las luces de los autos o de los cinturones de cartón que le ponemos al café para no quemarnos las manos. Como diseñadores sabemos que fueron parte de un proceso creativo, pero no necesitamos fortalecer el mensaje que se trata de diseño, hechos por diseñadores buenos y malos pero todos diseñadores al fin.

Por otro lado tenemos el valor social que le damos a diseño, al que muchas veces confundimos como trabajos pro bono, es decir, aportar el talento y recursos a causas que tienen que ver únicamente con organizaciones sin fines de lucro, como hacer la identidad de una casa hogar o una campaña contra el maltrato a las mujeres. El diseño social es darle a nuestra sociedad un valor práctico para cambiar el concepto de diseño como algo elitista y de buen gusto. Bajar el diseño al lenguaje de la gente común, hacerlo parte de su día a día y conscientizar su valor dentro de nuestra sociedad moderna nos ayudará a que la percepción de la labor de diseño sea de alta estima.

Design Lifer
Diseñador gráfico con maestría en diseño editorial por la Universidad Anáhuac y con cursos de Publishing en Stanford. Actualmente dirige MBA Estudio de Diseño, dedicado al diseño editorial, identidad y publicitario, además de realizar scounting y contratación de talento de diseño para diferentes empresas. Es profesor en la Universidad Anáhuac y la UVM. Le gusta la caligrafía, tipografía, la música y la tecnología.