Quiero y vuelvo sobre mis pasos a un tema ya escrito, una excusa para refrescar el tema de la comercialización de nuestro trabajo.

En todo este proceso que llevo dentro del diseño no encontré ningún lugar de formación profesional que hablara de dinero, que contase que se hacía con todo ese bagaje cultural a la hora de pararse frente a la caja del supermercado y transaccionar nuestro trabajo por alimentos.

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Hace unas semanas me encontré teniendo que hablar mucho de honorarios, momentos ingratos para los hacedores si los hay. Un recorrido lleno de chicanas y muchas veces plagado de malas intensiones que no son directamente aplicables a tu desempeño laboral sino por el contrario a las necesidades impuestas por la empresa al demandante de turno de bajar costos.

En el masticar estos momentos raros recordé mis años de estudiante y me observé como esos hijos de la nobleza, esos que se criaron en el detrás del muro del castillo. Me vinieron a la mente muchas cosas aprendidas que son ciento por ciento opuestas en la realidad.
Seguramente en otras carreras tampoco hablan de dinero, pero su título de carácter habilitante y su colegio o consejo profesional fijarán honorarios y demás cuestiones que les hará olvidar esto del amor a la profesión y el dinero.

Nos formamos para ser hacedores, solucionadores de necesidades, virtuosos artesanos, lectores de la realidad y muchas cosas más que nos convierten en un rara avis que camina con paso equilibrista entre el mercado y el romanticismo. Ese malabar yo lo llamo servicio, un cóctel bastante tangible para vender infinidad de intangibles y una manera de mantener este Ying Yang entre HACER y VENDER.
No tengo vergüenza de sentirme parte de la palabra “vender” pero sí, puedo afirmar que me es incómodo en mi formación de diseñador poner el diseño sobre el mostrador.

Hoy por hoy y teniendo una visión a futuro las universidades seguirán aislándose más de la realidad, los nuevos profesionales seguirán llenando en comentarios sus imposibilidades de llevar adelante lo aprendido y el diseño quedará en manos de comerciantes que seguramente tienen su adrenalina puesta en cerrar un negocio y captar clientes.

El diseño es apreciado como una disciplina muy fácil de hacer, todos podemos, todos tenemos la herramienta y las agallas para juzgar entre lindo y feo.
Que el mercado no sepa bien, o no respete lo que hacemos, nos lleva a que tengamos una peor calidad de diseños y sobre formación de nuevos micro emprendimientos, que a mi entender, son manotazos de ahogado para disipar las ganas de hacer dentro de la profesión y obtener algún dinero a cambio.

El presente tiene poco margen para grandes cambios y seguiremos viendo titulares grandilocuentes para que ingreses a estudiar lo que siempre quisiste hacer o como revolucionar el mercado con cinco prácticos consejos que lo único que harán es seducir y confundir.
Evidentemente hay mucho del universo que consume todo esto, al igual que los clientes consumen y asumen el diseño como el hacer un par de dibujitos y vivir colgados de una hamaca al ritmo de un ukelele.

Ciertamente, si queremos trabajar de diseñadores, tenemos que caminar este recorrido ondulante entre HACER y VENDER de manera bastante natural, intentando que no nos raspe tanto la piel y no nos lastime las ganas de seguir intentando.

Qué respuesta deberíamos esgrimir cuando te dicen que son cuatro simple dibujitos y por otro lado estás intentando progresar económicamente, no la sé y son decisiones sumamente personales, pero lo que sí se muy, pero muy bien, es lo que se siente en ese momento.