«Textura» es el nombre con el que Gutenberg bautizó la primera tipografía compuesta por tipos móviles y con la que realizó la primera impresión de la Biblia. Se llamaba así porque era tan gruesa, que la tinta no caía uniformemente sobre el papel sino que formaba figuras caprichosas con la textura del papel.

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Con la imprenta no solo había nacido el oficio de impresor, sino de tipógrafo, porque en un principio cualquiera que tuviera una imprenta tenía que diseñar sus propios tipos. Así que las primeras fuentes comenzaron a circular lentamente por Europa, y los estilos se fueron mezclando, especialmente el rebuscado y pesado gótico con la elegancia de las fuentes latinas, retomadas de las inscripciones en la antigua Roma.

Desde ese tiempo, el siglo XV, la tendencia comenzó a moverse apostando por la simplificación. Cuando Claude Garamond diseñó su fuente insignia, la simplificación había llegado a moldearse en un estilo que perduraría por más de 500 años: las serif, que se refiere a la construcción de patines o remates al término de cada trazo, especialmente en las astas verticales, las cuales derivaron en variantes que se fueron puliendo con el tiempo, de ahí que pasamos de Garamond a Caslon y de ahí Baskerville, Didot y Bodoni, cada vez más delgadas y con menos elementos.

Esta historia sirve como descripción de una tendencia que nunca se ha detenido. La simplificación es una palabra con la que la humanidad ha vivido casi siempre: la moda es cada vez más ajustada, la arquitectura menos rebuscada, el arte más simple y el diseño y tipografía no puede escapar de ella.

Las tipografías góticas se fueron simplificando hasta que solo quedaron los patines, que continuaron haciéndose cada vez más pequeños hasta que a finales del siglo XIX fueron diseñadas las primeras fuentes comerciales sin patines: Akzidenz Grotesk —antecesora de Helvetica—. Este estilo proliferó con diseños cada vez más comunes, pensados para señalizaciones, carteles y titulares: Gill Sans, Futura, Univers, Frutiger, Franklin Gothic y Helvetica fueron populares en la era pre-computacional, mientras que solo algunas fuentes serif fueron desarrolladas como Palatino o Scala y como en paquetes que incluían ambas versiones como Rotis.

Con la llegada de la computadora, el retrazado de muchas fuentes dio pie a una revitalización del uso de las tipografías: se programaron interpretaciones de las primeras fuentes como Garamond o Caslon, se retomó el diseño original para la latina Trajan —hoy usada en titulares especialmente—, pero poco a poco las tipografías sans-serif (o sin patines) se han ido adueñando del escenario gráfico, relevando a las serif de titulares y señalizaciones a los medios digitales, y hasta lugares donde pensamos que difícilmente serían desplazadas, como textos corridos en libros y publicaciones.

Si notamos esta tendencia de simplificación que ha ido avanzando conforme nos conscientizamos hasta por usar menos tinta, las fuentes se diseñan cada vez incluso más ligeras, se usan más pequeñas y por lo mismo, sus diseños nacen con ojos más grandes y simples, menos rebuscados, empatados con la mentalidad de nuevas generaciones que buscan cosas cada vez más simples y sencillas.

No existe ningún indicio que las fuentes serif terminarán desapareciendo o quedarán reducidas a su uso mínimo, porque por mucho que hayan evolucionado las sans-serif, la legibilidad y ritmo que ofrecen las patinadas resulta difícil de igualar, desde su diseño base, pero es un hecho que cada vez veremos más sans-serif y menos patines.

Design Lifer
Diseñador gráfico con maestría en diseño editorial por la Universidad Anáhuac y con cursos de Publishing en Stanford. Actualmente dirige MBA Estudio de Diseño, dedicado al diseño editorial, identidad y publicitario, además de realizar scounting y contratación de talento de diseño para diferentes empresas. Es profesor en la Universidad Anáhuac y la UVM. Le gusta la caligrafía, tipografía, la música y la tecnología.