Vivimos en un mundo complejo: el crecimiento demográfico, las demandas de la sociedad, las innovaciones en tecnología y los constantes cambios de visión son innegables. Las últimas décadas han traído un gran crecimiento en todas las áreas asociadas a la acción colectiva.

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La colaboración ha logrado implantarse en todos las capas de nuestra sociedad, desplazándose hacia el centro de la escena global y transformando las prioridades estratégicas de todas las organizaciones.

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La era de la colaboración está causando cambios profundos que repercuten en toda nuestra sociedad. Está forzando a cuestionarnos nuestros sistemas académicos, económicos, políticos y legales.

Sin duda el dominio de la ética y la tecnología tendrán un rol crítico sobre cuáles cambios perdurarán en el tiempo y cuáles deberán ser descartados por el bien de la humanidad. Debemos dejar de pensar en crecimiento y comenzar a generar el desarrollo, entendido como la posibilidad de hacer más con menos. Sin lugar a dudas, el individuo tiene que poder ser individuo y al mismo tiempo ser parte del todo. En otras palabras, tiene que ser más que solamente él mismo.

Parece obvio que conceptos como prosperar y convivir son claves en el siglo XXI pero, sin embargo, ¿realmente el mundo es un mejor lugar?, ¿poseemos más tiempo de esparcimiento?, ¿tenemos más control sobre las cosas?, ¿son más estables las naciones desarrolladas?, ¿vive mejor la gente? Hoy en día, ¿no nos encontramos ante una tecnología incipientemente parasitaria que, tarde o temprano, tendrá control total sobre el ser biológico?

En este sentido, pensando en la doble cara de la tecnología, ¿cuán buenos pueden ser los humanos unos a otros? Puesto que ya nos estamos moviendo en una sociedad en red, la pregunta ahora es cómo pasar de la crisis a la oportunidad. No hay una sola respuesta pero sea cual sea la réplica creo que ésta deberá ser atractiva, transformadora, beneficiosa y creadora de valor.

Por eso, en tanto y en cuanto la solución es desarrollar armas contra la violencia pero no contra las personas, la clave está en pensar en sistemas de carga útil positiva. Así, mientras que la economía del siglo XX fue gobernada por corporaciones, la economía del siglo XXI va a estar gobernada por personas.

En definitiva, si este nuevo modo de relacionarse prioriza el principio de acceso por sobre el principio de propiedad lo que termina ocurriendo es que todo lo que no posee utilidad, es una pérdida de valor. Así, es importante entender que lo esencial y prioritario no es la conveniencia sino la existencia de valores éticos: la sustentabilidad, la comunidad y el compartir. Nada de esto podría ocurrir sin el principio guía del respeto y la confianza.

¿Qué es el respeto y la confianza sino un producto de la espiritualidad? Y por espiritualidad no me refiero a lo religioso o dogmático, sino a un atributo inherente al ser humano. Como dije anteriormente, si lo importante es el desarrollo y no el crecimiento, será más trascendente el uso que hagamos de las herramientas y no la potencialidad de ellas. Pero, ¿cómo saber cuál es el uso adecuado? Debemos elevar nuestra idiosincrasia a una dimensión holística y egocéntrica, donde el ser humano sólo es un agente a favor de una unidad mayor, puesto que el pasado ya demostró que una concepción antropocéntrica no es sustentable para el futuro.

Por lo tanto, el uso adecuado debe desplegarse de una realidad motivada por el bien común dado que solo a través de este es posible crear futuro. Ahora bien, ¿cómo crear futuro cuándo tantos son los intereses individuales de quedarse mirando el pasado? A través del cambio: solo a partir de lo alternativo, marginal y funcional puede engendrarse un impacto social disruptivo y sustentable que cambie el paradigma. Sin dudas, es un camino difícil que no es el que usualmente la gente toma, pero es el único que puede hacer estas cosas posibles.