Una de las características del mundo digital en el que nos movemos hoy en día es lo rápido que se van dando los adelantos, es muy fácil perder el rastro de la evolución que nos ha llevado a diseñar como hoy lo hacemos y rara vez recapacitamos en el hecho que hace apenas dos décadas hacíamos las cosas muy diferentes.

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En mi caso personal, comencé a diseñar en máquinas de escribir electrónicas, y aunque no era aún un profesional en la materia, me tocó el paso de la era análoga a la digital.

Quisiera en esta ocasión contar un poco el camino que me ha tocado recorrer en la aplicación del diseño editorial sobre medios electrónicos, desde sus inicios con Word Star hasta nuestros días, donde InDesign es la reina de la autoedición.

PREHISTORIA

Mi papá se dedicaba al tema de las computadoras cuando éramos chicos, por lo que resultó natural tener una Commodore 64, computadora que constaba tan solo de un teclado que había que conectar al televisor —de bulbos, por cierto—. Lo único que hacíamos era programar en Basic utilizando fotocopias de manuales para construir juegos o simplemente algún objeto que se moviera de un lado a otro. Para grabar lo realizado se debía contar con un cassette especial que debíamos adquirir aparte.

Debo confesar que a mí nunca me gustó la programación, además que era malísimo, lo cual me llevó a hacer otras cosas en mi paso de niño a adolescente (como jugar Atari). A finales de los ochentas llegó la primera computadora personal a la casa, se trataba de una Hewlett Packard con doble ranura para diskette, o sea, una computadora de alto perfil, en aquel tiempo, a finales de los ochentas difícilmente veías una con esas características. Aún no existía el disco duro como tal, así que para usarla, primero debías insertar un diskette de 5 pulgadas y 1/4 con el sistema operativo, después otro para cargar el programa que fueras a utilizar y finalmente intercambiarlo por uno más para guardar los archivos que generaras.

Para esa época yo ya tenía ciertas inclinaciones hacia el diseño editorial, diseñaba el boletín semanal de la Iglesia a la que asistía usando una máquina de escribir IBM con fuentes intercambiables en forma de esfera. Recuerdo perfectamente las fuentes Courier y Orator para hacer todos los textos; así que no vi con buenos ojos que mi papá me forzara a usar la computadora para diseñar con algunos programas como Newsletter, Print Master (que se usaba más para hacer invitaciones) y Word Star, un procesador de texto muy curioso, porque conforme tecleabas en la pantalla se visualizaba únicamente la fuente monoespaciada que venía preprogramada en el sistema operativo. Si querías usar algún tipo en especial como Helvetica o Times, debías escribir en el texto una fórmula intercalada para que la impresora hiciera el cambio de fuente, al igual que los caracteres especiales, como los acentos o las eñes. La impresora era de matriz de puntos, por lo que la estética estaba aún muy lejos de lograrse a como la conocemos hoy en día.

VENTURA PUBLISHER

Con el tiempo llegó el ratón y el disco duro —el primero que usé era de 5 MB, menos de lo que hoy pesa una canción—, Windows y Word, con el gran avance de que podías ver en el monitor lo que diseñabas, algo que hoy en día damos por sentado, pero que implicó mucho esfuerzo y sudor por parte de los gigantes del software, Microsoft y Apple. Comencé a usar un programa que se llamaba Ventura Publisher (hoy Corel Ventura), que curiosamente no corría en Windows, el cual debías accesar directamente dando la orden desde el Sistema Operativo en Basic.

Ventura tenía la característica que para realizar una formación de página, cualquier modificación que quisieras aplicar al texto, sea itálicas, justificación en bandera, una fuente en especial y hasta el tamaño del cuerpo, tenías que añadir un «estilo», de tal forma que un libro de texto podía convertirse en un listado monstruoso de estilos que no se podían combinar o simplicar. Podías tener 50 u 80 estilos diferentes tan solo para un capítulo.

Otra limitante era el tamaño de la fuente, ya que lo máximo que podías crecer el texto era hasta 72 puntos, siempre y cuando contaras con el archivo de la fuente en ese tamaño en particular, de otra manera, lo crecía de forma forzada, como ampliando una imagen en Photoshop que termina por verse pixeleada y mal trazada, a veces ilegible. La imaginación era parte tácita de nuestra labor diaria, hoy en día sería el equivalente a diseñar planeando la impresión con todos sus asegunes, si la tinta será más oscura o si el corte caerá justo en el registro.

Así me llegó mi primer trabajo, en 1991, mientras estudiaba el tercer semestre de la carrera de diseño, en una pequeña editorial, donde solo éramos mi jefe y yo. Me dediqué a hacer correcciones a libros que publicaría la Editorial Patria-Promexa. Terminó el proyecto y terminó el trabajo, solo que mi jefe vendería la computadora a la Editorial y como yo era de los pocos que sabía manejar Ventura, me consiguió un puesto como diseñador formador (hoy sería más bien como diseñador junior). Era la primera computadora en toda la editorial para temas de edición. Se trataba también de una HP con un «monitor de página completa»: era monocromática aún, solo con la diferencia que su aspecto era alargado verticalmente, de tal forma que se adaptaba a una hoja tamaño carta.

Una de las primeras tareas que me pusieron, fue dar un curso de computación a los editores, incluyendo mi jefa. Fue justo ahí donde comenzó mi profesión de maestro, donde finalmente quien aprendió más fui yo, tanto a enseñar, como a entender a mi público, que nunca habían tenido una computadora en sus manos.

Aún sin escáner o la posibilidad de manejar imágenes que no fueran plecas o figuras geométricas, comenzó la era de la transición, de utilizar textos compuestos fotográficamente y pegados en galeras (hojas de couché gruesas con las guías de corte impresas en color azul) a la magia de no tener que depender en cálculos tipográficos y poder comenzar a ajustar familias tipográficas y tamaños de letra sobre la marcha.

Un buen día amaneció en mi lugar una computadora que cambió mi vida completamente: una Quadra de Macintosh, de la cual hablaremos en la próxima entrega, así como el paso de Ventura a QuarkXPress y después de InDesign, hasta nuestros días.

Design Lifer
Diseñador gráfico con maestría en diseño editorial por la Universidad Anáhuac y con cursos de Publishing en Stanford. Actualmente dirige MBA Estudio de Diseño, dedicado al diseño editorial, identidad y publicitario, además de realizar scounting y contratación de talento de diseño para diferentes empresas. Es profesor en la Universidad Anáhuac y la UVM. Le gusta la caligrafía, tipografía, la música y la tecnología.