Un buen día, en 1992, me llamó mi jefa en la Editorial Patria para mostrarme mi nueva estación de trabajo —ya en el área de diseño, porque anteriormente trabajaba en la biblioteca de la compañía—. Allí había gente de Apple terminando de instalar una computadora nueva: se trataba de una Macintosh Quadra. Sinceramente no recuerdo sus características en cuanto a memoria o procesador, pero lo más sorprendente fue el monitor a color y el sistema operativo que utilizaba. Salté directamente de la programación Basic al OS de Mac sin pasar por Windows, el cual utilicé ocasionalmente para revisar archivos en un nuevo procesador de textos que era la sensación en la editorial: Microsoft Word.

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Tras una pequeña introducción de poco menos de dos horas ya estaba listo para jugar con el nuevo sistema operativo, solo que la sorpresa fue que en ese instante me asignaron un nuevo libro, el cual debía diseñar sobre QuarkXPress, sin tener previo conocimiento del programa. Ya había escuchado hablar de él, pero nunca lo había visto. —Lo aprenderás muy rápido, es parecido a Ventura Publisher, solo que más moderno y poderoso—, me dijo la chica de Apple al tiempo que me dejó su tarjeta para que la llamara en caso de que necesitara algún tipo de asesoría técnica. Cabe resaltar que los centros de atención telefónica aún eran un formato que no se veía comúnmente.

Con respecto al Ventura, QuarkXPress tenía una serie de singularidades que lo hacían superior: la interfaz a color, el manejo de estilos con la capacidad de poderlos modificar sin necesidad de crear un nuevo estilo (créanme, ese era un verdadero problema en Ventura, el exceso de estilos), crecer las tipografías más de 72 puntos, la perfecta definición de la letra en el monitor, la flexibilidad en el manejo de cajas para poder crecerlas, modificarlas y moverlas sin necesidad de hacer una nueva hoja maestra, además de la capacidad de impresión bajo el lenguaje EPS (Encapsulado Postscript). El menú contaba con muchas más fuentes que la PC, además que al conectar la impresora láser, se adquirían paquetes de fuentes de Adobe, las cuales, además de cargarse en el sistema operativo, se debían habilitar en la impresora mediante un cartucho (imagínense un cartucho de videojuego).

Finalmente, el programa traía un cable adicional que se conectaba entre la computadora y el teclado y que habilitaba la licencia del programa, de tal forma que la falsificación era casi imposible de hacer.

Así comencé a diseñar en Quark, con un millón de preguntas que debía resolver y cuando se me complicaba demasiado, llamando a las oficinas de Apple para una breve asesoría. Con el paso del tiempo me especialicé y renuncié a la editorial para formar libros como freelance, al tiempo que terminé la universidad y fundé un despacho de diseño con compañeros de la escuela, para ello compré una LCIII de Mac, primera con conexión a internet por medio del módem telefónico.

En 1995 entré a trabajar a Walmart, en donde formaba catálogos y hacía publicidad para las tiendas utilizando Illustrator, Photoshop y claro está, QuarkXPress. Aún no contaba con escáner, por lo que debía enviar las fotografías en película a la preprensa para que los escasearan y pudieran armar. Cuando había que incorporar un producto de último minuto dejaba una plasta negra, misma que se encargarían de colocar en la preprensa.

Cuando terminaba un catálogo, había que hacer un empaquetamiento manual («Package», le decimos algunos), ir recorriendo cada página con pluma y cuaderno en mano para apuntar las fotos que se usaban y poder chocarlas antes de conectar el disco duro extraíble de 44 MB, de marca SyQuest, para enviar tanto archivo de Quark como imágenes a negativos digitales. Cada vez que querías conectarlo debías reiniciar el ordenador.

Paralelo a QuarkXPress, su competencia más cercana era Aldus FreeHand, un híbrido entre QuarkXPress e Illustrator, más utilizado por despachos pequeños y freelancers, cuyo costo era mucho menor y matabas dos pájaros de un tiro: la capacidad de ilustrar y formar páginas editoriales con el mismo software. En 1994 Adobe compró Aldus con la idea de añadir FreeHand a su catálogo y completar el trinomio de programas de diseño y que posteriormente se convertiría en InDesign.

Las imágenes únicamente podían importarse a QuarkXPress bajo el formato TIFF o EPS. Al no tratarse de un programa de Adobe, no era compatible la importación de archivos PSD o AI o del nuevo vecino en la cuadra, JPEG. Para preprensa, los EPS debían guardarse bajo un formato que separaba cada placa en un archivo distinto y se juntaban en el documento maestro, de tal forma que cada foto contaba con 5 archivos: el principal, uno para cada color de la cuatricromía: cian, amarillo, magenta y negro. Con que faltara uno el ripper marcaría error la imagen simplemente no se procesaría dejando un alarmante espacio en blanco.

Con el tiempo, a finales de la década de los noventas, llegaron algunos aditamentos que facilitarían nuestro trabajo: los escáneres, las impresoras a color, ambas con costos estratosféricos; los zips que sustituían a los discos SyQuest con capacidad de 100 MB, las primeras cámaras digitales, los discos compactos y programas auxiliares como Preflight que verificaba que el archivo nativo de QuarkXPress tuviera todas las imágenes y fuentes en la misma carpeta.

El nuevo milenio llegó con el lanzamiento de un nuevo programa por parte de Adobe: InDesign, del cual hablaremos en la próxima entrega.

Diseñador gráfico con maestría en diseño editorial por la Universidad Anáhuac y con cursos de Publishing en Stanford. Actualmente dirige MBA Estudio de Diseño, dedicado al diseño editorial, identidad y publicitario, además de realizar scounting y contratación de talento de diseño para diferentes empresas. Es profesor en la Universidad Anáhuac y la UVM. Le gusta la caligrafía, tipografía, la música y la tecnología.