Mi hijo me regala un libro. Me sorprende el acto. Me asumo, comprendo y acepto que ya es hora de mirarnos como pares, un paso más en el aprender a soltar. Supone uno que ya lo ha aprendido a hacer con los trabajos pero en la vida quizás no. Se construyen las ideas y una vez paridas ya son de todos, del afuera, del que pasa, de la vida.

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Mi hijo es doctor en dibujitos
¡¡¡Detengan ese reloj!!!

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Entiendo que no es algo fácil de aceptar, pero es parte de la vida y por tal siempre nos mostrará con un guiño que es sabia, que tiene años de hacer de su oficio un arte.
En la página noventa y siete me detengo y me hallo en una pequeña frase, “Nunca dejar las cosas como están”.

Repitamos en voz alta.
Nunca dejar las cosas como están.

La página en cuestión es de un pequeño libro en homenaje a Alan Fletcher, escrito por Raúl Shakespeare, titulado “La Mano de Alan”. Un escrito sumamente interesante para los que quieren descubrir realmente que es hablar de diseño, pocas ilustraciones, muchos conceptos a imaginar, un libro que obliga a estar dispuestos a releer, no te refriega nada por la cara y te invita a pensar, nunca diciéndote cómo debes hacer para hacer.

Rescato dos pequeños párrafos para entender de que estoy hablando.

“La calidad del Diseño no debería medirse por sus aptitudes estéticas, ni su vínculo con las vanguardias, sino porque contribuye a la comunicación con la gente”.

“El maestro nos dice: en nuestro oficio hay que procurar ideas siempre. Pensemos entonces que eso significa un trabajo agotador si uno quiere hacer sombra y trascender.
Allí encaja inexorablemente el cliente”.

Como anillo al dedo

El título de la columna y este libro me encuentran en ese punto medio, un lugar que a mí me gusta describir como el punto final de la subida en la montaña rusa, la ansiedad te come, ya vez todo el parque en la altura, entendés muy bien donde están ubicadas las cosas y en solo segundos vas a explotar de adrenalina, vas a gritar, a agitar tus manos al aire, vas a sufrir, cerrar los ojos y el miedo te comerá sin darte cuenta que estás agarrado por un arnés que te ofrece la total seguridad.

Estar parado en el medio de la vida te ofrece todas estas cuestiones, es ese trabajo en el proceso de desarrollo, es proyectar lo que puede significar en tu mañana profesional lo que estás haciendo hoy, es el nudo de la película, es el empezar a entender.

Cuesta aprender a callar, pero se va aprendiendo, no es cómodo soportar el seguir pidiendo permiso pero se sabe esperar a que te digan “por favor pase”, se empieza a confiar en las armas que uno ha aprendido a esgrimir y si hay que poner la otra mejilla estás más que seguro que la pondrás.

Leer en este libro coincidencias ideológicas que voy construyendo en un diálogo íntimo me hace feliz, saberme luego de poner a consideración de mi mayor espíritu crítico que estoy en una senda no equivocada, en defender y afirmar que el diseño generalista es lo que no debemos perder me hace sentir responsable cada vez que escribo o abro la boca frente a un aula.

Uno puede, como en todo, optar por el camino que más entienda conveniente, yo elegí el de entender a la comunicación visual como una práctica integral basada en la imaginación, que según la Real Academia, es la “facultad del alma para representar imágenes ideales” que luego se traducirán y expresarán en el canal que sea.

Tengo muy claro que el generalismo no está de moda y estoy más que convencido que vivimos tiempos de la micro especialización, plagados de efectos dialécticos y un sin fin de cotillón gráfico.
Sé que hay que esperar, resistir y cuando digo resistir me refiero a no dejar de expresar por miedo a parecer de otro planeta. Lo peor como decíamos antes es dejar las cosas como están, no tener la razón para revelarse a lo establecido hasta por uno mismo.

Hoy tengo cuarenta y seis años y como dice la canción de Serú Girán, estoy parado en el medio de la vida y aquí yo me siento muy muy bien, aunque me echen, me peguen o me reten yo ya no lo sentiré y yo sé que todos son igual a mí, el alma, sus ojos, sus manos son igual a mí.