La concepción estética de la arquitectura sublime produce un efecto distante y desconocido que no puede ser dominado pero que, sin embargo, no es feo. Incluye las dos ideas que amenazan la autoconservación: el dolor y el peligro, que refieren al terror como fenómeno psicológico frente a la presencia de objetos terribles.

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El espectador se sumerge en el miedo, lo terrorífico, lo malévolo, lo monstruoso, lo vulgar y lo decadente. Sin importar el caso, lo sublime trata sobre una idea generada por la emoción más fuerte que la mente es capaz de sentir. El deseo de conocer se debe a una curiosidad que desde el nacimiento adquirimos debido a que las ideas son consecuencia absoluta de las impresiones de la experiencia. En otras palabras, el deseo se convierte en la negación y carencia que necesita ser satisfecho y conlleva a un estado de inquietud, donde surgen las pasiones intensas que causan el asombro suspendido en el horror. Así, lo nuevo provoca de forma efímera el vértigo, la sorpresa y la extrañeza.

Edmund Burke sostiene que las grandes dimensiones tales como el desierto o el mar son ejemplos de lo sublime en tanto y en cuanto la sensación de infinitud que provoca en la vista se encuentra acompañada del sentimiento de lo inabarcable. Burke menciona que si a las cosas de grandes dimensiones agregamos una idea de terror, parecen mucho mayores sin comparación.

Entonces, ¿puede la arquitectura ser sublime? El dolor y el deleite son en la arquitectura sublime las emociones capaces de evocar sensaciones complejas y diversas. El estímulo de lo sublime, que en este caso se representa por las enormes formas arquitectónicas o los espacios oscuros, es un estímulo psicológico independiente que ante todo despierta un placer negativo que tiene su origen en el temor.

Kant utiliza dos ejemplos arquitectónicos para ilustrar lo sublime: las pirámides de Giza y la basílica de San Pedro en Roma. El caso de San Pedro es bastante sencillo: Kant escribe que al entrar en la basílica, la imaginación alcanza su máximo y, en el esfuerzo por ampliarlo, se hunde de nuevo en sí mismo, lo que se transporta en una satisfacción emocional en movimiento. El ejemplo de las pirámides es más complicado, Kant toma su teoría para explicar por qué el egiptólogo Claude Etienne Savary escribió que para apreciar la grandeza de las pirámides, hay que situarse en el más apropiado sitio a distancia no demasiado lejana pero no sea que la apreciación de su tamaño sea nula, ni demasiado cerca, para que el ojo sea incapaz de ver en un solo vistazo. La distancia apropiada, Kant piensa presumiblemente, es una en la que el tamaño de las pirámides abruma la imaginación, pero sin embargo es aprehensible por la comprensión, creando así una experiencia de lo sublime.