Gran parte de la arquitectura argentina es acrítica y mediocre. Sin embargo, a continuación presentaré una serie acotada de obras emblemáticas proyectadas a lo largo del siglo XX por arquitectos que poseían fuertes intenciones de posicionarse de modo crítico, reflexivo, maduro y genuino desde un costado periférico del mundo.

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1. Edificio Comega, Edificio SAFICO y Edificio Kavanagh

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En las inmediaciones de Corrientes y Alem pueden encontrarse grandes ejemplos producto del asentamiento de constructoras alemanas en argentina. Por un lado, en el Edificio Comega (1933) las ideas de comodidad y eficiencia priman sobre cualquier consideración de estilo o adorno, logrando una relación exacta entre el instrumento y su función, donde la conformidad estética viene por añadidura. Por otro lado, el Edificio SAFICO (1934), uno de los mayores exponentes de la arquitectura Art Deco en Buenos Aires, se presenta como una obra de vanguardia construida con materiales nobles, siendo el primero en albergar una vivienda a más de 70 metros de altura. En síntesis, ambos son un resultado de un llamativo proceso de transculturación critica de lo que se veía en las revistas. El Edificio Kavanagh (1936), de propiedad única, fue en su momento el edificio de hormigón armado más alto de Sudamérica y el primer edificio para viviendas de Buenos Aires que contó con equipo de aire acondicionado centralizado. Corina Kavanagh, la promotora del proyecto, tendría su vivienda en el piso 14° de setecientos metros cuadrados y viviría de rentas alquilando el resto del edificio puesto que no podían venderse porque en el Código civil no estaba aun la ley de propiedad horizontal. En este sentido, los edificios tenían que ser muy buena calidad porque había que competir en el mercado de alquileres.

2. Ateliers para Artistas, Edificio Los Eucaliptos, Terraza Palace

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Kenneth Frampton habla de regionalismos críticos para referirse a arquitectos como Niemeyer que, con la adaptación a los climas y fenomenología de su tierra natal toma a Le Corbusier. En Argentina, hacia la década de 1940, Antonio Bonet, Juan Kurchan y Jorge Ferrari Hardoy, arquitectos modernos autores de la silla BKF, forman el Grupo Austral. Buscan una adaptación de los paradigmas modernistas en Argentina. Diseñan edificios tales como el Ateliers para Artistas (1939) en la esquina de Suipacha y Paraguay a partir de un manejo plástico del hormigón armado, el Edificio Los Eucaliptos (1941) sobre la calle Virrey del Pino en el barrio de Belgrano con innovadores dispositivos para regular el sol y la luz y el Terraza Palace (1958), un modelo de vivienda colectiva para Mar del Plata, una ciudad con muy poco desarrollo urbanístico en su momento, en la que Bonet demuestra cómo respetar el paisaje marítimo de la ciudad con una asombrosa elegancia y armonía que acompaña la topografía del paisaje a través del color, las texturas y la desmaterialización del ángulo en terrazas.

3. Casa Vilar, Casa en La Falda, Casa del Puente

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En la década de 1939, para la casa Vilar, ubicada en lo más alto de las barrancas de San Isidro, Carlos Vilar, ingeniero y arquitecto, propone curiosas formas ondulantes que emulan el movimiento del río; y a su vez, en la planta superior, tiene una viga curva que hace de pérgola y enmarca el paisaje horizontal acercando a la casa las lejanas aguas del Río de la Plata. Así, se toma el tan natural horizonte y se lo vuelve paisaje. También es destacable el manejo perfecto de los planos, donde las columnas entran en la losa sin viga.
Vladimiro Acosta, arquitecto argentino de origen ucraniano que trabajo a fondo la relación entre la arquitectura y el clima, buscando una adaptación de la centralidad a la cultura argentina afirma que lo racional es trabajar con los materiales del lugar. En la casa de La falda (1940) diseña un tipo peculiar de forma arquitectónica denominada Helios, basada en un diseño de elegante sencillez con una relación de comunicación y continuidad del hombre con la naturaleza a partir de un sistema de salientes que permiten que el sol quede por fuera en verano y entre en invierno.
Amancio Williams, arquitecto del Movimiento Moderno Argentino, desarrolló importantes aportes teóricos (inconclusos en su etapa práctica por su extremada obsesividad), así como la asombrosa Casa del Puente (1945), considerada una de las mejores obras arquitectónicas del siglo XX. En ella, Amancio propone una suerte de fusión entre la lógica organicista de Wright y el movimiento funcionalista al proyectar una planta que mira alto con una escalera que se desarrolla sobre una curva en la que cada alzada es distinta: los primeros escalones son de mayor altura y disminuyen progresivamente. Por otro lado, también se ocupó de dirigir la construcción de la Casa Curutchet en La Plata, una de las cinco mejores obras de Le Corbusier. En gran parte es gracias a la terminación meticulosa, exacta y obsesiva que esta obra logró tal trascendencia.

4. Banco de Londres y Teatro Municipal General San Martín

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Mario Roberto Álvarez, fiel exponente de los principios del racionalismo, también es un arquitecto que desde su postura logró un trabajo sumamente rico a partir de la relación entre el sólido y el vacío. En el Teatro General San Martín (1954), quizás la segunda mejor obra de arquitectura argentina del siglo XX, Álvarez proyecta interiores, halls y salas, de una calidad realmente inconmensurable. el problema fundamental del teatro era las limitaciones que imponía el terreno elegido para el edificio, ubicado entre medianeras. Así, decidieron separar claramente las diversas funciones que deberían distribuir, y pensarlas como bloques edilicios independientes, logrando así concebir al proyecto en “etapas”. A primera vista con una fachada del tipo muro cortina, con una estructura de perfiles de aluminio y paneles de vidrio es un edificio que se puede encuadrar dentro de los postulados del funcionalismo y el movimiento moderno a los cuales Álvarez adhirió desde el comienzo de su carrera
Clorindo Testa, uno de los que mayor consideración logró en la segunda mitad del siglo XX, fue un arquitecto y artista plástico entusiasmado por la proporción en tanto y en cuanto siempre buscó la relación entre las partes y el todo. En este sentido, en el Banco de Londres (1959), con un complejo tratamiento plástico de la fachada, con ricos espacios de llenos y vacíos a partir del a utilización del hormigón, Clorindo proyecta un edificio brutalista de carácter monumental que es capaz de dialogar con su entorno. De fama internacional, estilo provocador, con una plaza semicubierta y pública y un espacio claramente pensado en corte es probablemente la mejor obra de arquitectura argentina del siglo XX