Hace unas semanas estaba preparando una conferencia para una universidad en Monterrey: “10 formas de vivir del diseño”. El título lo escogí desde el año pasado, cuando recibí la invitación. La idea era compartir parte de mi experiencia profesional con alumnos dispuestos a comerse el mundo apenas recibieran su título. Vivir del diseño era un tema muy atractivo, pero no estaba seguro de encontrar 10 puntos que englobaran qué tan rentable era vivir haciendo esto. Me la tomé con calma y apenas emergieron sólo la mitad. Los consejos eran de lo más común como “Aprende a cotizar” o “Nunca regales tu trabajo”.

Mientras continuaba esta fase preparatoria tuve una premonición y vi a todos los asistentes profundamente dormidos, mientras yo me dedicaba hablándole a la pared y a los asientos. Estaba tan aburrida que ni siquiera yo le estaba encontrando el punto. Cada vez que pensaba en una idea ya la había escuchado de alguien más, estaba en un lugar común y no servía para otra cosa que alimentar el ego justificando forzadamente un proyecto.

¿Qué podría decir que no haya dicho nadie más? Peor aún, ¿alguna vivencia que me haya sucedido y pueda transformar en una enseñanza, que no pertenezca a esta serie de consejos que a nadie le sirven?

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En este divagar me di cuenta que este año cumplo medio siglo de haber terminado mi carrera universitaria. Fue un 7 de julio de 1994 cuando hicimos nuestro baile de graduación y aunque yo llevo un poco más de eso en estos oficios del diseño, me sorprendí a mí mismo haciendo un recuento de mi carrera: de haber sido empleado, de haber querido comenzar dos veces un estudio y hasta la tercera funcionó, de haber realizado proyectos exitosos, que he trabajado sin cobrar, he sido estafado, he hecho cosas gratis —solo por el gusto de diseñar—; me ha ido muy bien y muy mal. En fin. Al verme hace 27 años, en realidad estaba viendo a ese alumno sentado en una banca esperando con ansía que alguien le diga si lo está haciendo bien, si está en el camino correcto y qué sigue.

Mi conferencia se redujo a sólo seis puntos, pero lo realmente importante es cómo puede alguien vivir de lo mismo por tanto tiempo y de diferentes formas. Cuando estudié, me tocó un momento histórico en el que en la generación de arriba los diseñadores eran muy pocos y todos estaban en Basilea cursando posgrados, fundando Quórum y dirigiendo apenas más de una veintena de despachos reconocidos.

Así que no había a quién acercarse. Ni siquiera mis maestros tenían la experiencia necesaria y mucho menos «mundo» para podernos guiar hacia dónde deberíamos dirigir nuestras carreras. La ilusión de un despacho de diseño estaba contaminada con un taller de impresión y el conocimiento administrativo era totalmente nulo, así como el pronóstico de una muerte anunciada, nuestros intentos por establecernos en el mundo del diseño y los negocios no eran de lo más optimista.

Si pudiera reducir toda esta experiencia en un puñado de consejos, serían:

  1. Domina el negocio:
    ¿Quieres trabajar por tu cuenta? Busca una manera de aprender antes sobre el negocio. Entrar a trabajar en una empresa establecida es el camino más redituable, garantizando que no te tocarán los golpes tan duros como querer empezar sin saber siquiera cómo funciona.
  2. Gánate el trabajo:
    Aprende a cotizar. Aprende a cobrar. Aprende a administrar tu negocio.
  3. Quiere a tus clientes:
    Velos como tus socios, no como clientes —palabra que además está por demás devaluada—. Procura que ellos te vean igual, no como el proveedor, sino como un socio estratégico para potenciar sus negocios.
  4. Busca la excelencia, ten iniciativa, innova:
    Hay demasiados diseñadores en el mercado. ¿Cuál es tu oferta? ¿Qué te hace diferente a los demás? ¿Por qué alguien debería contratarte?
  5. Reinvéntate:
    Debes encontrar formas de no quedarte estacionado en un mismo estilo. Si apenas estás saliendo de la universidad quizá no lo entiendas muy bien, pero después de unos años de práctica te darás cuenta de lo importante que es ser creativo para mantenerse creativo, de reinventarte todos los días.
  6. Ama el diseño:
    Todos buscamos ganar dinero, y muchas veces la cultura del “agandalle” nos ciega y perdemos de vista que estamos haciéndole daño a la industria, misma que utilizamos para hacer negocios. No perdamos de vista el bien común, el amor al diseño como actividad económica.

Vivir del diseño no es únicamente tener dinero generado por nuestro trabajo, es aprender a administrar nuestra carrera para no estar sufriendo por aquel logo que no nos pagaron.

Diseñador gráfico con maestría en diseño editorial por la Universidad Anáhuac y con cursos de Publishing en Stanford. Actualmente dirige MBA Estudio de Diseño, dedicado al diseño editorial, identidad y publicitario, además de realizar scounting y contratación de talento de diseño para diferentes empresas. Es profesor en la Universidad Anáhuac y la UVM. Le gusta la caligrafía, tipografía, la música y la tecnología.