Hace poco tuve la oportunidad de tomar un curso sobre planeación estratégica en la ciudad de Monterrey. La sala estaba llena de empresarios cuyos giros difícilmente empataban: distribuidores avícolas, certificadores de áreas de sistemas, comercializadoras textiles y claro, un diseñador gráfico, yo.

En algún momento del curso el instructor nos pidió que llenáramos un formulario con preguntas sobre nuestra industria: ¿De qué tamaño es? ¿Qué porcentaje del PIB genera? ¿Cuántos competidores hay actualmente? Me sentí en desventaja. No nada más me fue imposible contestar dichas preguntas, sino que nunca me las había planteado. Los diseñadores estamos acostumbrados a hablar en abstracto sobre nuestra industria, de ahí podemos sacar algunos planteamientos que rápidamente convertimos en clichés ¿y por qué no?, hasta en memes.

Los clientes no pagan.

Somos muchos diseñadores en el país.

Hay mucha competencia desleal.

A todos nos han plagiado algún trabajo.

No sabemos cobrar.

Somos malos en matemáticas.

Solamente para no quedarnos con la duda, en 1994 la revista Forbes publicó con datos de INEGI, existen 332 universidades que ofrecen carreras de diseño, había hace cinco años casi 43 mil estudiando esta carrera y el 24.4% de los diseñadores trabajaban independientemente. El nivel de desempleo estaba un punto porcentual más arriba del país.

Encontrar los datos básicos del diseño no es fácil, mucho menos calcular el tamaño de la industria. ¿Cuánto dinero circula en el país en proyectos de diseño?

Mientras todos llenaban sus formularios, yo simplemente me quedé mirando al infinito esperando que Dios me soplara las respuestas. Conocer estos datos me ayudaría a entender ciertas tendencias a las que debía enfocarme en mi negocio, así que en ausencia de ellas, tuve que continuar con mis clichés y uno que otro dato obtenido en la red, donde sé que el promedio de salario ronda por los 7 mil pesos, que se cobra 8 mil por un logo y 600 pesos por un banner para redes sociales.

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Y aunque hablo en primera persona, estoy seguro que casi todos los diseñadores vivimos en la misma ignorancia, no sólo en datos, sino ausentes en las juntas decisivas en las compañías donde trabajamos, mudos en la reuniones de trabajo de las áreas de mercadotecnia. Pasamos por alto las secciones de negocios en los periódicos y apenas nos enteramos en cuánto está cotizando el dólar.

En resumen, los diseñadores somos colaboradores paralelos en un mundo donde todos necesitan de nosotros, pero pareciera que no es recíproco, que somos autosuficientes y perfectamente capaces de poner nuestro estudio de diseño sin un conocimiento por demás básico de finanzas. El problema es muy fácil con el primer cliente: nos pagó 15 mil pesos, entonces son 3 mil de renta, 2 mil en servicios, 4 mil en insumos. Nos quedan 6 mil que podemos echarnos a la bolsa e ir por la vida sin mayor complicación. Realmente lo único que queremos es diseñar y que el dinero nos lo depositen en la cuenta.

El problema está cuando ya crecimos y nos cae el primer cliente grande, nuestro staff compuesto por un diseñador y nosotros no será suficiente. Debemos de golpe hacer contrataciones de pánico, comprar computadoras y rentar programas de diseño. Sacamos la mesa plegable que usamos en las fiestas para que tengamos un lugar medianamente decente para 4 diseñadores, una impresora, un router de internet y la cafetera.

Cuando el cliente nos paga ya lo debemos todo y falta lo más rudo, la llamada del contador que nos dice que debemos pagar el IVA, una cantidad alta de ISR porque no sacamos ninguna factura. Ni siquiera tuvimos tiempo de hacernos de una tarjeta de crédito para amortizar un poco los gastos. De haber sabido hasta una inyección de capital hubiera sido lo deseable: usar nuestros ahorros, asociarnos con nuestro papá o vender el coche.

De la noche a la mañana estamos arruinados por el éxito. Nada más contradictorio como irónico, muchos estudios de diseño no logran dar este primer paso y nos quedamos al final del nivel básico, sin haber podido dar el salto maestro para doblar nuestras finanzas. Afortunadamente las universidades muestran ya un interés mayor por dotar a sus alumnos de principios básicos financieros, desde cómo elaborar una cotización hasta qué tipo de impuestos debemos pagar dependiendo la manera en que facturamos, una manera de despertar para mínimo entender que el mundo financiero está ahí.

 Pero no se trata de eso, sino de entender que el diseño lleva siempre esta parte sucia, tal y como un chef que debe lavar trastos, nosotros debemos aprender a administrar negocios, a hablar un lenguaje común con nuestros clientes, no solo de FODAS o conceptos básicos de mercadotecnia universitaria, sino de la forma en que nuestro cliente hace dinero, cómo impacta nuestro trabajo a sus ingresos, qué parte específica jugamos dentro del rol de sus estrategias.

En cuanto a nosotros, cómo calcular nuestra ganancia, cómo administrar eficientemente los recursos para no quedarnos sin fondos y sin la posibilidad de pagarle a nuestros empleados (que si se fijan bien, es un problema bastante común en las microempresas y PyMES).

Pienso que los diseñadores no tenemos el derecho de escudarnos en que debemos trabajar con programas pirata porque es una industria mal pagada, porque no nos da para ello. Los diseñadores debemos encontrar la forma de hacer de nuestro negocio una forma efectiva de ganar dinero, de vivir del diseño, y de vivir bien del diseño.

Diseñador gráfico con maestría en diseño editorial por la Universidad Anáhuac y con cursos de Publishing en Stanford. Actualmente dirige MBA Estudio de Diseño, dedicado al diseño editorial, identidad y publicitario, además de realizar scounting y contratación de talento de diseño para diferentes empresas. Es profesor en la Universidad Anáhuac y la UVM. Le gusta la caligrafía, tipografía, la música y la tecnología.