En el Mundial de Futbol de Sudáfrica 2008 muchos lo recuerdan porque España obtuvo su primer título. También podría ser porque Shakira inmortalizó el Waka Waka. Para el mundo del diseño, pasó desapercibido un hecho que bien podría estar marcando pauta y que nos ayuda a balancear el exceso de información y por lo mismo, de degradación del diseño al que nos enfrentamos hoy en día. Todos los eventos de FIFA —no sólo la imagen del Mundial, sino del Mundial Femenil, los torneos U-21 y U-17, entre otros— compartieron un elemento dinámico color azul, que bordeaba el margen derecho e inferior y en cuyo interior se leía «FIFA» más el nombre del evento.

Para el siguiente Mundial, en Brasil, sobre una abstracción de la copa FIFA —ya de por sí abstracta— se estableció una especie de plantilla para que a partir de ese, la imagen de cada Mundial se personalizara, de tal forma que el de Brasil 2012 se coloreó de amarillo, verde y azul y se retocó con trazos que bien hacía parecer que el trofeo traía fiesta adentro. Para Rusia, la adaptación se acercaba a un huevo Fabergé con el rojo predominando sobre los colores de la bandera de la Federación Rusa.

Los logos subvaluados sólo desvirtúan el trabajo de los profesionales del diseño, pero esto se evitaría si la gente cambia de percepción sobre la disciplina

Un caso similar utilizó la NFL, para el logotipo del Super Bowl XLV que fue la base para las siguientes cuatro ediciones. Se trataba del trofeo Vince Lombardi en primer plano, con una ilustración del estadio sede y las características letras romanas, elementos bajo un tono plateado, cuyas adaptaciones son perceptibles de forma sutil más allá del número de edición. Después de la celebración del número 50, retomaron la misma idea y replantearon el mismo concepto: en esta ocasión el trofeo en medio del número de edición: LI, LII y este año la edición LIII.

Los logos subvaluados sólo desvirtúan el trabajo de los profesionales del diseño, pero esto se evitaría si la gente cambia de percepción sobre la disciplina

Estos dos ejemplos nos sirven para entrar en materia sobre la relevancia del diseño. Anteriormente, tanto FIFA como la NFL cambiaban la imagen en cada edición, y al igual que los Juegos Olímpicos son icónicas —unas más que otras—. Bautizar cada evento con un diseño especial es resultado muchas veces de los egos de quien los protagoniza, de ahí que la reunión anual de todas las compañías necesitan una imagen, al igual que las convenciones, eventos especiales, cumbres, graduaciones y cualquier evento que aglutine a un grupo específico, con la idea que su alma debe quedar impregnada en la memoria a través de un logotipo, logosímbolo, isotipo o en forma genérica la identidad. De ahí que los clientes piden que la imagen de la Convención 39 de la empresa deba ser radicalmente diferente a la número 38, y a la 37 y 36.

A final de cuentas, tal y como la escena donde Syndrome muestra sus planes malévolos en la película Los Increíbles de Pixar: “Voy a llenar el mercado con mis inventos para que la gente común pueda convertirse en héroe, y cuando todos lo sean, entonces nadie lo será”. Suena un tanto malévolo, pero el diseño lleva esa tendencia: Si cada gobierno municipal, estatal y federal, cada convención o encuentro, cada expo, torneo y hasta una reunión familiar, deben tener su imagen única y diferenciada, finalmente ninguna prevalecerá, y por el contrario el diseño, al volverse más finito e irrelevante, da como resultado identidades de menor calidad, con la consecuencia de una devaluación y sobrediseño del medio ambiente.

Por ello emblemar a un gobierno, termina por darle sentido únicamente a quien lo porta, no al pueblo, idealmente receptor de este esfuerzo, pero sin esa característica de pertenencia, recordación y trascendencia. De ahí el valor de muchos diseñadores que afirman que un gobierno no debe tener una imagen, sino una ciudad, o un país.

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La diferencia que parecen entender, por fin, la FIFA y la NFL, es que vale más la identificación primaria del evento, y en un segundo plano la personalización de cada edición, así que llegaron a estos resultados, donde el diseño únicamente se va adaptando cada año o cada cuatro —según el caso— y las pequeñas modificaciones o alteraciones se van dando sin menoscabar la imagen principal, aquello que la gente empieza a reconocer gracias a la perseverancia y permanencia de un mensaje base.

Ante los eventos que parecen haber cimbrado al mundo del diseño, con la presentación de un logo para Ciudad de México, el cual se sometió a concurso, y cuya bolsa al ganador era de $150 mil pesos, parece muy poco para la relevancia de diseñar algo que será visto por millones de personas, pero al mismo tiempo se convierte en demasiado para las limitantes que presenta en un mundo lleno de logos e identidades —sean políticas o de cualquier tipo—, será una entre mil, que difícilmente logrará rebasar a la ciudad misma.

Si hablamos específicamente del diseño ganador para el Gobierno de la Ciudad de México, en cuanto se anunció comenzaron a surgir una cantidad interminable de semejanzas hasta que reconocimos el origen en el Códice Mendoza cuyo autor justificó desde un principio. Fernando Rodríguez, profesor de EDINBA, ennumeró una serie de características que debía tener cualquier logosímbolo: ¿Tiene individualidad?, ¿tiene pertinencia tipológica?, ¿es emblemático?, ¿tiene calidad gráfica?, ¿tiene vigencia?, ¿es versátil?, ¿tiene rendimiento técnico? El resultado gráfico es bueno si se estudia desde la legibilidad y estética, pero todo se pierde en la originalidad, individualidad y como consecuencia, la recordación, peor aún que tendrá solo seis años de vigencia.

Los logos subvaluados sólo desvirtúan el trabajo de los profesionales del diseño, pero esto se evitaría si la gente cambia de percepción sobre la disciplina

Es reprobable que sea resultado de un concurso especulativo o como diría coloquialmente, de «tiro al blanco», pero donde realmente está la ofensa, es la desvirtualización del diseño como profesión, que se entremezcla con cualquier persona cuya única calificación es saber dibujar bien.

Como diseñadores, lo reprochable es permitir que este tipo de ensayos se repitan una y otra vez mientras vemos pasar oportunidades que se las quedan quienes se sienten atraídos por esta ilusión de fama y exposición, mientras los profesionistas únicamente nos dedicamos a reprobar y lamentarnos de los resultados, cantados desde el principio, como un desastre anunciado. Es vertir todo nuestro enojo a buscar en internet símbolos semejantes con el afán de desvirtuar la poca exposición que tenemos como gremio.

Quizá deberíamos hacer un alto y verdaderamente valorar nuestro trabajo, respetando a nuestros colegas, buscando que la gente común —nuestros clientes— encuentre el camino correcto, el cual debemos trazar como profesionistas en pro de un bien común. Debemos trabajar con nuestros clientes no solamente para buscar cerrar tratos y diseñar logos, sino para ofrecer estrategias de comunicación de calidad y hacerlos crecer. Porque se ellos crecen, nosotros también, como diseñadores en lo personal y en lo colectivo.

Diseñador gráfico con maestría en diseño editorial por la Universidad Anáhuac y con cursos de Publishing en Stanford. Actualmente dirige MBA Estudio de Diseño, dedicado al diseño editorial, identidad y publicitario, además de realizar scounting y contratación de talento de diseño para diferentes empresas. Es profesor en la Universidad Anáhuac y la UVM. Le gusta la caligrafía, tipografía, la música y la tecnología.