Cotizar un diseño puede ser de las tareas más difíciles a las que un diseñador independiente se enfrenta. Siempre que el tema económico salta a la vista, es un campo minado antes de conquistar tierras enemigas, y no solamente cuando se trata de un cliente nuevo, sino que cada proyecto que requiere una cotización nueva es como un nuevo comienzo: el estira y afloja que parece nunca acabar.

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En ocasiones anteriores me ha tocado escribir del tema, pero las dudas al respecto se vuelven más complejas y los correos más lentos en contestar, por lo que pensé que elaborar una guía más o menos completa sobre el tema podría darnos un poco de luz.

Si has estado en algún momento cotizando diseño, habrás escuchado reglas no escritas tan vagas como «del tamaño del sapo es la pedrada» o que todos te dicen pero nadie hace, como «nunca empieces sin el adelanto» o «haz un contrato antes de empezar a mover el ratón». La verdad, es que cuando un cliente se acerca contigo para hacerte una solicitud, ya trae un número en la mente, el cual difícilmente te dará a conocer, porque entonces todo el proceso perdería su encanto.

Algunas empresas que contratan diseño regularmente tienen sus cuotas fijas, te las ponen sobre la mesa y decides si las tomas o las dejas. Si todos fueran así entonces no habría ningún chiste en hacer un presupuesto, pero lamentable o afortunadamente, no son muchas quienes lo hacen. Te ahorran mucho trabajo, aunque casi siempre son las tarifas más bajas que tienen las que te dan a conocer.

Lo que sí, es que todas aquellas que se manejan a través de presupuestos anuales (léase: empresas serias y/o grandes) tienen una idea muy cercana a lo que quieren en cuestión de pesos. La ideas es mantenerse en ese margen de negociación, que aunque no sabemos dónde está, sí podemos darnos una idea por pequeños detalles que están ahí esperando a ser descubiertos por nosotros, por ejemplo: ¿qué tan bien le paga a sus empleados? ¿el mobiliario de sus oficinas está armado de retazos? (léase, escritorios y sillería que no tienen nada que ver o que están ya viejos y nunca gastan un peso en ellos). Cuando hablas con tu cliente, ¿tiene idea de lo que está hablando o te pide proyectos que en su vida ha hecho? ¿Qué tipo de proveedores tiene y qué tan profesionales son?

Si aprendes a ver estos datos en las empresas, puedes darte una idea sobre el profesionalismo que tendrán a la hora de hacer negocios contigo: si cotizas muy alto, seguramente te sacarán inmediatamente sin tener siquiera la cortesía de avisarte (está rudo, pero así son la gran mayoría de las empresas en México), si les cotizas muy bajo, te dirán que sí, con la salvedad que a la larga acabarás en números rojos o sin ganancia alguna.

¿Cómo encontrar este término medio? ¿Que lo que vas a cobrar sea lo mejor redituable posible? Nótese que en este punto no nos hemos detenido a analizar sobre la viabilidad de que realmente quieran pagarte lo que tú quieres cobrar. En estos primeros acercamientos no importa, porque de lo que se trata es averiguar si el tipo de empresa a la que quieres trabajarle está a la misma altura que tú.

En nuestra pesca de empresas, no todos los peces caben en nuestras redes. Sería ilógico pensar que trabajarle a alguna empresa transnacional como Coca-Cola y al mismo tiempo al plomero que te pide sus tarjetas de presentación es lo mismo. Todos aspiramos a comenzar con los grandes, pero realmente lo mejor es irlos seleccionando, primero no tan grandes para que nos permitan tener un mejor control sobre los proyectos.

Pensamos (porque seguramente ha pasado por tu cabeza), que hacer un rediseño de campaña gráfica para Palacio de Hierro o Liverpool implicaría un jugoso pago de más de 6 cifras, pero el trabajo que implica estaría remotamente alejado de los $3 mil pesos que cobrarías a tu amigo por hacerle el logo de su empresa. Por ello, hacer una selección adecuada de tus clientes es vital.

Pero para no desviarnos del tema en cuestión, estos ejemplos sirven perfecto para entender por qué el mundo del diseño es tan variado en cuanto a costos: quizá tu amigo va a poner el grito en el cielo cuando le digas que serán $3 mil pesos por su logo y en una empresa grande te cuestionarían seriamente si llegas con una cifra así, e igualmente, las tarjetas que le hiciste a tu amigo el plomero serían el hazmereír en un portafolio que nosotros creemos tiene una mayor jerarquía.

Afortunadamente hay mercado para todos: quienes quieren pagar $300 pesos por un logo y para quienes están dispuestos a desembolsar cantidades mucho más grandes. Saber dónde pararnos implica un buen comienzo.

La próxima semana vamos a seguir en este tema, abordaremos cuáles son los formatos ideales para trabajarle a un cliente. Estén pendientes.

Diseñador gráfico con maestría en diseño editorial por la Universidad Anáhuac y con cursos de Publishing en Stanford. Actualmente dirige MBA Estudio de Diseño, dedicado al diseño editorial, identidad y publicitario, además de realizar scounting y contratación de talento de diseño para diferentes empresas. Es profesor en la Universidad Anáhuac y la UVM. Le gusta la caligrafía, tipografía, la música y la tecnología.