En una plática de café que tenía con uno de mis diseñadores -entre lo casual y la desinhibición del momento- me hizo la confesión que todo maestro no quiere escuchar: “la verdad es que en la universidad nunca me prepararon para esto”, refiriéndose a los proyectos que teníamos enfrente.

Creo que cada maestro ha escuchado esta expresión al menos en una ocasión, frases como: “la universidad no sirve para el mundo real”, “los maestros nunca me dotaron del conocimiento correcto” o “la escuela y el mundo real no combinan. Si es de cualquier estudiante se siente feo, pero si viene de los labios de un exalumno cala un poco más hondo.

No entiendo cómo es que aguantamos tanto tiempo sin hablar al respecto, nunca he leído un artículo que aborde el tema, pero sí videos virales en los que al sistema de enseñanza se le acusa una y otra vez de no estar vigente con las necesidades que el mercado requiere, de obsolescencia.

En algunos maestros, esta idea generó una vacuna con la que tratamos de remediarlo. Muchos tratan de emular el mundo profesional: “Yo no soy el maestro, soy un cliente, y así les voy a exigir”, incluso, una vez supe de uno que realizaba entrevistas a sus alumnos al iniciar la clase, tratando de enseñarles un poco de la realidad futura.

Lo que es cierto, es que los maestros no nos enfocamos en rebatir este argumento, siempre reaccionamos con argumentos superficiales y desde el lado equivocado de la razón. No creo que ningún maestro, especialmente aquellos que tienen una labor alterna en la práctica cotidiana, no haya pensado en cómo darle la vuelta desde su aula, por ello, les propongo cuatro argumentos que nos permiten entender esta realidad, que como colofón, no es tan real ni tan exagerada.

1. El mundo real no existe en la universidad:

La verdad, y con esto comienzo mi argumento, es que es imposible que en la universidad te enseñen el mundo real. Yo lo dejé de intentar hacer mucho tiempo. No pretendo hacer a mis alumnos proveedores de diseño, pero la esencia de mi estrategia pedagógica se basa en ello, en observar lo que el mercado requiere y partir desde ahí, sin pretender convertir el salón en un estudio profesional, pero sí sentar las bases y prepararlos lo mejor posible para que cuando llegue el momento, encuentren un lugar más o menos conocido, desde el cual partan a nuevas experiencias y conocimientos.

Un alumno tiene una característica universal: siempre ha sido alumno. Desde kínder, y hasta la carrera universitaria, lo único que sabe recibir a cambio de su esfuerzo es una calificación; hacerle ver que en un futuro no podrá entregar trabajos de 6 o 7 y no tendrá efecto alguno hasta que su cabeza esté de por medio. Además, para ello, no requiere ninguna preparación, cuando llegue el momento, solo deberá hacer ajustes en su cabeza para cambiar al carril de alta velocidad.

2. Ninguna universidad aguanta el paso de la modernidad:

Sí, ni siquiera el MIT, Stanford u Oxford pueden ofrecer un plan de estudios a la altura de los cambios. Hubo una clase de diseño web, en la que el maestro, en un intento por dotar a sus pupilos de conocimiento “útil” les enseñó Muse, el programa de Adobe que permitía diseñar sitios web sin la necesidad de ingresar código. Hoy, con Muse descontinuado aquella clase tocó la obsolescencia, realmente lo esencial hubiera sido aprender código, a programar y quizá desde Dreamweaver hubiera sido una solución más lógica. Pero sabemos que desde la carrera de diseño gráfico, una clase de HTML es solamente la playa de un océano.

La renovación de plan de estudio requiere de meses y a veces más de un año de planeación, autorización de parte de las autoridades y el aval para poderse integrar formalmente. Se comienza desde el primer año, por lo que cuando alguien vaya en séptimo semestre, el plan trae un rezago de mínimo cuatro años.

Es por ello que una buena universidad opta por los planes de educación continua, en donde los cursos pueden diseñarse obedeciendo a una realidad más presente.

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3: La ‘universalidad’ de la universidad:

Perdemos de vista que la universidad no enseña la aplicación real, sino las bases sobre las cuales uno puede entender cómo funciona el interior de cada una de las carreras, es como la formación de hueso, más no de la piel.

La tesis inicial, de que la universidad no puede enseñar el mundo real, tiene que ver con el hecho de que la práctica profesional es tan variada, que encasillarla en un solo estilo resulta ocioso.

Hay quienes en su primer trabajo entran a agencias de publicidad a hacer retoque fotográfico; otros desde el día uno ya están diseñando un logo o una campaña; mientras unos caen en blandito y trabajan en ambientes inmejorables, con jefes comprensivos de su novatez, con prestaciones más allá de la ley, otros deben entregar su vida y alma a sus lugares de trabajo, respirando hostilidad y manejando el estrés de los trabajos urgentes mientras cobran el mínimo.

Hay cosas que sí son comparables: así como uno debe aprender a lidiar con buenos y malos maestros, después serán buenos y malos jefes. Hay alumnos que desde el saludo ya formaron una antipatía con el maestro (y viceversa) y aún así, deberán aprender a lidiar con ello durante todo el curso, al igual que en la vida real con un jefe.

Funciona igualmente aprender a justificar trabajos, a sustentar las ideas, a emitir juicios de valor más allá del “me gusta/no me gusta”, incluso a librar ese laberinto burocrático para obtener el título. Todo eso sirve, mas no podemos venderlo como el mundo real que se descubrirá desde el primer trabajo.

4: La vida profesional es como la temporada de futbol:

Casi todos los torneos profesionales de futbol se dividen en dos partes: la primera, que es más larga, donde los equipos se enfrentan entre sí y van acumulando puntos conforme ganan, empatar o pierden. Esto les ayuda a ir escalando dentro de sus grupos con la finalidad de llegar en primer lugar o con el mínimo que les garantice pasar a la segunda fase.

La segunda fase en la que se le llama playoffs, las finales o la liguilla, como se le conoce en México y en ella los mejores equipos se eliminan, la mayoría de las veces en uno o dos partidos hasta llegar a la final y luego al campeonato.

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Lo que quisiera sacar de esto, es que todo lo que un equipo hizo en la primera fase —casi siempre mucho más larga que la segunda—, fue trabajar duro con la mira puesta en calificar, en hacerlo de la forma más eficiente, en el menor tiempo posible, con la finalidad de no solo calificar, sino hacerlo en la mejor posición, obteniendo como recompensa, saltarse una ronda o jugar el cierre en casa en lugar de tener que ir a la ciudad del contrincante. De ahí en fuera, el inicio de la segunda fase es un punto y aparte, no importa si todos los partidos los ganaste por paliza o si pasaste porque apenas te dio gracias a que otros equipos arriba de ti perdieron.

Esa es una perfecta definición entre la universidad y el mundo real. En la primera fase —la universitaria—, nos dedicamos a ganar en cada materia obteniendo buenas notas (aunque el énfasis debería estar más bien en la calidad de ellas), con la finalidad de pasar a la segunda fase lo más cómodamente posible: poder elegir entre las opciones, no tener tanto desgaste buscando trabajo y encajar en nuestras primeras opciones con los sueldos más competitivos.

Normalmente, un equipo que pasa a la segunda fase enrachado tiene mayor probabilidad de seguir ganando. La primera fase les ayuda a los equipos a conocerse, aprender a jugar juntos, medir fuerzas, a asimilar estrategias y estilos de juego.

Cada partido les va dando un dominio más amplio del torneo. Al igual que en la vida real, quienes tienen más posibilidades de avanzar en la segunda fase mejor posicionados son aquellos que tienen mejor racha, que dominan más el diseño, sus variantes, que se adaptan fácilmente a cada uno de los retos y son más diestros en el manejo de las situaciones, casi siempre con base en una excelente técnica.

Queda claro que mientras más nos esforcemos en ganar el campeonato desde la primera ronda, estamos perdiendo el foco de que lo que realmente importa, es ganar cada partido y sacar la mayor enseñanza, sea victoria, empate o derrota.

Entonces, la universidad es una cosa y el mundo real otra, tan ligados como dispares, y en donde en cada lugar uno debe hacer su trabajo.

Diseñador gráfico con maestría en diseño editorial por la Universidad Anáhuac y con cursos de Publishing en Stanford. Actualmente dirige MBA Estudio de Diseño, dedicado al diseño editorial, identidad y publicitario, además de realizar scounting y contratación de talento de diseño para diferentes empresas. Es profesor en la Universidad Anáhuac y la UVM. Le gusta la caligrafía, tipografía, la música y la tecnología.