¿Es el diseño urbano realmente lo suficientemente potente como para hacer o deshacer la felicidad? Sin dudas, en tanto y en cuanto nos encontramos en un proceso de cambio, ésta es una pregunta que merece consideración y está echando raíces en todo el mundo.
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Hay muchos problemas que las ciudades en las que vivimos deben enfrentar y encuentro dos opciones: o bien, fundo una nueva ciudad desde cero, o bien, adapto mi ciudad.
Es un hecho: la mitad de la humanidad, 3,500 millones de personas, vive hoy día en las ciudades. En 2050 más del 70% de la población vivirá en ciudades. Las Naciones Unidas lo asevera: las ciudades son hervideros de ideas, comercio, cultura, ciencia, productividad, desarrollo social y mucho más. En el mejor de los casos, las ciudades han permitido a las personas progresar social y económicamente. Pero, como dije son muchos los problemas que existen para mantener ciudades de manera que se sigan creando empleos y prosperidad sin ejercer presión sobre la tierra y los recursos.
Esta semana me encontré con un video publicado por The Atlantic Cities, la sección de ciudades y urbanismo de una revista literaria y cultural estadounidense, titulado “What’s the Number One Thing We Could Do to Improve City Life?” (¿Qué es la cosa más importante que podríamos hacer para mejorar la vida en las ciudades?). Me dejó pensando varias cosas. Allí, distintos profesionales rescataban la prominencia de las ciudades como un reflejo de la forma en que evolucionamos. Algunos, centrándose en la problemática del tránsito, proponen hacer que los autos se muevan más lento para darle la bienvenida a las bicicletas y reducir las posibilidades de que los peatones sean golpeados así como hacerlas más “caminables”. Otros sugieren que al caminar uno gana más aprecio por el lugar donde uno vive y, en este sentido, lo importante es encontrar el modo de conectar con la naturaleza y recordarle a las personas que lo natural no está allí, afuera de las ciudades, sino dentro de los mismos hogares que habitan. También se menciona que no invertir en carriles para bicicletas bajo el fundamento de que nadie anda en bici es lo mismo que decir que no deberíamos construir un puente porque nadie cruza nadando el río.
Los problemas comunes de las ciudades son la congestión, la falta de fondos para prestar servicios básicos, la escasez de vivienda adecuada y el deterioro de la infraestructura. Fundar nuevas ciudades es tentador porque da la posibilidad de construir lo que uno quiera. Pero tiene sus desventajas dado que nadie vive actualmente en el potencial terreno a menos que consiga que mil familias se reubiquen sin ninguna garantía de empleo. Entonces, es posible que no me sea fácil fundar mi propia ciudad. Como si fuera poco, no es necesario mencionar que, al fundar una nueva ciudad, estaría construyendo sobre suelo potencialmente cultivable e interfiriendo con algún tipo de hábitat natural. Asimismo, me pregunto que haría con la antigua ciudad.
“Vivimos en este mundo como si tuviéramos otro al que ir”, resulta obvio pero cada vez que lo escucho me deja pensando porque, en cierto modo, la Tierra bien podría verse como una enorme nave espacial diseñada a la perfección. En este sentido, es posible que termine intentando cambiar y mejorar mi ciudad dado que parece lo más factible. Al hacerlo, evito contribuir a la expansión urbana y utilizo la misma infraestructura urbana de servicios y comunicaciones, a diferencia de mi otra idea fallida. Los problemas que enfrentan las ciudades se pueden vencer de manera que les permita seguir prosperando y creciendo, y al mismo tiempo aprovechar mejor los recursos y reducir la contaminación y la pobreza. El futuro que queremos incluye a ciudades de oportunidades, con acceso a servicios básicos, energía, vivienda, transporte y más facilidades para todos.
Cuando hablamos de ciudades, normalmente terminamos hablando de la apariencia de diversos lugares y cómo se siente estar allí. Pero lo cierto es que la vivencia urbana suele darse en velocidad y no en un estado contemplativo. En otras palabras, la experiencia de la ciudad es generalmente estructurada por el movimiento de un punto a otro, por lo que la vida urbana trata más del movimiento a través de los paisajes que del estar en ellos. Y es inevitable porque nacimos para movernos: la inmovilidad es para el cuerpo humano lo que la oxidación es para un automóvil clásico. Dejamos de movernos, los músculos se atrofian, la sangre se coagula y los huesos se debilitan. Por lo que la inmovilidad no es más que un acercamiento a la muerte. Y pensando en nuestro planeta como una nave, lo cierto es que nos encontramos en un imperceptible viaje en el espacio junto con una galaxia, donde nada permanece inmóvil.
Una vez alguien dijo: “Las ciudades actuales no pueden funcionar más. Me refiero a las ciudades de América, de Europa, del mundo entero (…) La vida de los hombres es imposible en ellas”. Esa persona fue Amancio Williams, arquitecto argentino del Movimiento Moderno pero, por encima de todo, un hombre de visión. Buscando una mirada en perspectiva, me gustaría compartir un breve escrito suyo, “El Arte en la Ciudad”:
Estoy profundamente convencido de que, en una ciudad, la sensación de belleza y de arte debe provenir de sus valores de ciudad, es decir, de la armonía de su planteo, la armonía de sus edificios entre sí, y la belleza de cada uno de éstos. En el planteo entra, desde luego, la utilización de la belleza natural, disponible a crearse. Hoy no debemos ya hablar de artes mayores. Hablamos de diseño. Un diseño racional, que utilice todos los recursos de su época, y bello, nacido de un acto de creación. El diseño de una ciudad, tanto en general, con sus elementos de comunicación, etc., como en el detalle particular de una señal de tránsito, tendrá su plástica, y es a esta plástica a quien estará confiada la función de despertar la emoción artística. Cada elemento de la ciudad deberá ser una obra de arte, integrada en la gran obra de arte que será la ciudad misma. Resulta por lo tanto superfluo pensar en añadir obra de artes mayores a lo que en sí es arte.