Cuando pienso en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, lo primero que me viene a la mente son libros, libros y más libros. A diferencia de una biblioteca, aquí están todos formados y listos para ser vendidos al por mayor. Una vez que abre sus puertas, la gente se arremolina para hojear, entretenerse, platicar con los libreros y, si tienen suerte, encontrarse de frente con su autor favorito que seguramente andará en el ánimo de firmar un ejemplar.

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Mientras eso sucede en el piso de ventas, en el último salón destinado a talleres, presentaciones y foros, se lleva a cabo el Foro Internacional de Diseño Editorial, en cual se discuten diferentes temas con relación a uno de los gremios que la FIL ha olvidado, tan siquiera como reconocimiento a una de las industrias que contribuyen directamente como engranaje en la producción de libros: la de diseñador. Si uno se fija en los gafetes hay autores, editores, agentes de derechos, bibliotecarios, traductores e ilustradores, y es bajo el rubro de «otro», que los diseñadores deben presentarse.

Los podrás reconocer —sin temor a equivocarme—, cuando lo ves atraídos por alguna edición que resalte a los demás títulos, cuando abren el libro y lo huelen, pero lo más evidente, pasan sus dedos acariciando las hojas impresas para sentir la tinta, los barnices, los grabados, la firmeza del encuadernado, las esquinas redondeadas y cuando lo abren, no se van al índice o a la sipnosis, directamente a las páginas interiores, tratan de ver qué hay más allá de donde están cosidas y unidas entre sí.

En este foro, mientras el bullicio apenas se cuela, hay diseñadores exponiendo sus obras: con temas que van de la irreverencia al anecdotario sobre cómo sobrevivir diseñando libros, métodos para acentuar la creatividad, diferentes caminos para ser efectivo e incluso abrirse paso en este mundo. Entre ellos, una frase de Víctor Martínez, último expositor de este encuentro, profesor y autoridad en la materia: “Cuando alguien afirma que el diseño gráfico está muerto, basta con llevarlo a pasear a una librería o a un supermercado, muestras palpables e irrenunciables de la presencia del diseño en la vida cotidiana”. Resulta que en estos dos lugares todo lo que vemos es diseño, especialmente gráfico.

Como diseñador, hay tres cosas que nos vienen a la mente cuando pensamos en libros: impresión, portadas y tipografía. Con sus respectivos matices, impresión implica que uno pueda desviarse para apreciar la producción: encuadernación, formatos, grosores. En portadas de libros, como la primer presentación del libro que desea ser comprado, abierto y leído a gusto. Y por último, pero no menos importante, la tipografía, como la esencia que le da vida a las millones de historias que no paran de contarse.

Es curioso darse cuenta que, al tener todos los libros clasificados por editoriales, se comienzan a percibir estilos de acuerdo a cada sello. Tusquets, quizá uno de los más reconocibles por sus cubiertas negras y tipografía clásica calada en blanco, con una foto que encaja perfectamente en el mismo formato de siempre, se repite a sí misma en el diseño para contar cosas diferentes. Buscando los matices, uno puede darse cuenta de aquellas editoriales que buscan —más allá de una buena venta— atraer lectores por el diseño, sea de sus cubiertas y formatos, aunque sea a costa del precio. De ahí que si uno visita el stand de Sexto Piso, El Zorro Rojo, Eldevive o Tecolote podrá quedarse por horas admirando el diseño de sus producciones, misma que se refleja en la personalidad de la editorial, en los textos y las historias.

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 En cuanto a la tipografía, coincidentemente, hoy me encuentro con una frase de Jorge de Buen que a la letra afirma: «En el diseño editorial, la primera decisión es el tipo de letra. Tiene que ser una decisión firme, porque todos los demás parámetros se modifican en cascada cuando cambias de letra. Elige un tipo excelente, legible, completo, y confía con toda tu fortaleza en que esa decisión ha sido buena. Por nada caigas en la tentación de cambiarlo a mitad del camino. Eso sería ceder a tu propio aburrimiento, no al del futuro lector».

 Aquella tarea de seleccionar una buena fuente, que deberá vivir en el anonimato del ojo y servir únicamente de vitrina para contar historias, es una decisión tan fuerte, que debería merecer la jerarquía que menciona De Buen. No un acto de logotipear, dejando que la computadora muestre caprichosamente las fuentes mientras jugamos cuál es la más adecuada para nuestro texto. No. Debe ser el acto más importante, como si se tratara del tipo de revestimiento que le pondremos a una autopista para que circulen los autos, y que será factor para que la gente llegue a su destino con el menor desgaste posible, sin fijarse siquiera en qué material se fabricó. Así juega la tipografía, que tiene la obligación de darle al lector el tamaño, alineación, interlínea y forma para que uno solo se preocupe por leer.

Lamentablemente, la selección tipográfica muchas veces queda sustraída a un gusto personal o sin sentido, que no queda de otra más que aceptar que uno sea el “otro” entre los profesionales de la Feria. Aquellas editoriales que buscan vender más, empequeñecen la letra sin darse cuenta que también empequeñecen al diseñador, cierran la interlínea y juegan con los bordes de las páginas para ofrecer un producto más barato y asequible, dejando al buen diseño editorial en un segundo plano, donde el diseñador funge más como formador, como operario sin derecho a la toma de decisiones. Y aunque podría hacerlo, el perfil muchas veces se lo impide, aquel con carácter y resolución busca, más bien, un espacio donde su trabajo sea más apreciado, independientemente de lo que reciba. Y quien lo contrata, entiende el valor de lo que paga, pero eso será tema de la siguiente entrega.

Design Lifer
Diseñador gráfico con maestría en diseño editorial por la Universidad Anáhuac y con cursos de Publishing en Stanford. Actualmente dirige MBA Estudio de Diseño, dedicado al diseño editorial, identidad y publicitario, además de realizar scounting y contratación de talento de diseño para diferentes empresas. Es profesor en la Universidad Anáhuac y la UVM. Le gusta la caligrafía, tipografía, la música y la tecnología.