Existe una gran diferencia entre trabajar de forma independiente o estableciendo un despacho de diseño. Aunque ambas comparten características comunes, son diferentes.
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Los mal entendidos Freelancers
Ser freelance es convertir tu cerebro, ojos y manos en un despacho propio, y tu computadora y celular en una oficina. Un diseñador freelance se ve a sí mismo como un empresario en pequeño, un profesionista aguerrido, capaz de echarse al hombro proyectos enteros. Los clientes lo ven como un caballo de batalla, con una laptop enfundada en su mochila y audífonos que se conecta en cualquier lugar para enviar y recibir archivos.
Sin embargo, existen también otra clase de freelancers, quienes buscan oportunidades que van saliendo en el camino mientras encuentran un trabajo que valga la pena para contratarse. Ellos normalmente cobran tarifas muy bajas y suelen saturarse con facilidad.
El trabajo de profesionista independiente debe verse bajo tres ópticas, la primera para quienes buscan proyectos de diseño, pero tienen obstáculos en el camino que les impiden contratarse o ir más allá en busca de formalizar una empresa. Son normalmente quienes requieren balancear sus tiempos con otras actividades extras al su trabajo. Llámense hijos, fobia a las oficinas, amor a la casa, que no les gusta delegar responsabilidades o simplemente han hallado en ese formato una forma agradable para trabajar. La segunda, son quienes su área de especialización es tan personal, que es la mejor manera de mantenerse: con clientes diferentes. Un buen ejemplo de ello son los ilustradores, que al contar con un estilo propio, ponen sus talentos a una diversidad de clientes. Los últimos, lo ven como un paso transitorio que los llevará a crecer con el tiempo e iniciar un despacho, agencia o estudio de diseño.
El paso dos: detectar cuándo haces switch de freelance a despacho
Ser freelance resulta una excelente prueba para medirse en el mundo empresarial sin un riesgo e inversión tan grandes. Es dar un paso más firme. Si se tiene éxito, los clientes comenzarán a reproducirse y la ayuda se tornará imprescindible. Ese es el paso peligroso de hacer el cambio. Dependiendo del giro que cada quien haya desarrollado, si la oficina se ha reducido a un escritorio junto a la cama, en algún momento debes pensar en una locación formal.
Existen opciones como oficinas virtuales que se rentan para realizar juntas o presentar proyectos a los clientes, pero suelen ser caras si se usan con frecuencia y muy incómodas si el trabajo comienza a fluir con mayor rapidez.
Lo más recomendable es, si se comienza como freelance, tener una visión empresarial y tomar en cuenta que en algún momento se deberá dar este paso. En su momento resolverá muchos problemas aunque implicará un desembolso económico importante. Entonces, ¿por qué no empezar a prever desde un principio? La mayoría de las empresas recurren a préstamos bancarios para crecer, incluso ello va a requerir de un historial crediticio previo al solicitarlo. Tener un despacho requiere una visión empresarial y eso se muestra desde que se dan los primeros pasos.
Comenzando el despacho, solo o acompañado
Es muy común que en alguna comida o reunión a altas horas de la noche surja la idea de comenzar un despacho. Sucede que la plática crea una empatía y en el mismo proceso de un flechazo de cupido: se enamoran empresarialmente. Y tanto puede resultar acertado como convertirse en un fracaso. Un socio implica una complemento de aquellos aspectos que por sí solos no somos capaces de cubrir o bien, que nos permitan elevar nuestras capacidades potencialmente. Es muy común que dos colegas se asocien para crear sinergia, pero puede resultar problemático compartir las mismas funciones, obligaciones y privilegios. Aquí la falta de madurez cobra la factura cuando esta sociedad se da entre personas sin experiencia laboral, ya que tienden a no tener una visión completa de lo que un negocio implica y sus funciones se duplican neutralizándose entre sí en vez de sumarse.
Otra opción es cuando dos iguales se juntan para potenciar su trabajo, reducir costos y avanzar juntos. Pensemos en dos diseñadores que unen fuerzas para conseguir un proyecto demasiado grande para uno solo o cuando tienen la necesidad de compartir un espacio, reduciendo costos. Cuando se complementan, quizá un desarrollador web experto en programación con otro enfocado más a los sistemas de información. Para estos casos, lo recomendable es buscar un complemento equivalente, es decir, cuyas fuerzas representen un 50-50 de la relación. Piensa que si tú vas a hacer el 70% del trabajo y requieres a alguien que te complemente es mejor contratarlo a hacerlo tu socio. La desigualdad de porcentajes trae fácilmente incriminaciones y excusas que no son otras cosas sino problemas en potencia.
Una sociedad se puede dar con mucha mayor claridad entre dos personas cuyas funciones están delimitadas y se complementan. Por ejemplo: un diseñador y un vendedor, un diseñador editorial con uno web, un arquitecto con un diseñador industrial, un fotógrafo y un publirrelacionista, un mercadólogo y un diseñador. Las combinaciones son muchas.
No busques un socio porque necesites apoyo moral o para salir del paso en alguna circunstancia precaria. En ese caso es mejor negociar un precio, una renta o algún servicio antes que vender tu alma por un local. La palabra se llama “largo plazo”.
Próxima entrega: el checklist inicial