Es fácil distinguir en una universidad quiénes estudian diseño: llevan su mochilas y bolsas tan pesadas que apenas pueden cargarlas, a veces son los estorbosos portaplanos, vestimos diferente, usamos Macs y tocamos todo lo que está frente a nosotros. Cosas como éstas son parte del cliché que tenemos.

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En la entrega pasada analizamos algunos de los motivos por los que nuestra profesión no se encuentra dentro de las bien remuneradas, todas ellas concernientes a factores externos que están fuera de nuestro control, como el tamaño del mercado, la antigüedad del diseño como profesión reconocida, la asociación al arte más de que a los negocios y la saturación del mercado. Sin embargo, sería injusto sentarnos a llorar nuestra desgracia sobre por qué no ganamos lo mismo que un doctor o un abogado. Existen elementos que están bajo nuestro control y que pueden ayudarnos a darle más valor a lo que hacemos ante la mirada excéptica de nuestros clientes. A continuación algunas de ellas:

1 Hablemos el mismo lenguaje. Por más que queramos impresionar al cliente, debemos siempre asegurarnos de dos cosas: que entienda de lo que hablamos y no asustarlo. Conozco a algunos colegas que hacen una identidad para quien no sabe nada de diseño, y desde la primera entrega lo responsabilizan por seleccionar correctamente los colores y que se fije que los rebases estén bien puestos, porque de otra manera ya será su culpa cualquier desperfecto. No debemos transmitir al cliente responsabilidades que son nuestras y mucho menos asustarlo para que tome decisiones a ciegas, especialmente sobre términos que no domina, para eso nos está contratando.

2 Hablemos bien entre nosotros. Es inevitable que cuando dos diseñadores se juntan platiquen sobre los gajes del oficio, pero hay una tendencia muy marcada entre nosotros para convencernos que nuestra carrera tiene demasiados bemoles. Es muy fácil que cuando nos piden una opinión sobre el trabajo de un colega lo vomitemos con la premisa que a nosotros nos hubiera salido mejor. Pensemos que este tipo de conductas, aparte de ser poco éticas, terminan desprestigiándonos a nosotros mismos como gremio.

3 Seamos diferentes, pero iguales cuando hablamos de negocios. De por sí somos identificados por la forma de vestir, de hablar o porque siempre estamos dibujando durante las juntas, como para marcar una línea más dura entre nuestro trabajo y el de otros. A final de cuentas, en una junta, donde hay un administrador, un mercadólogo y un diseñador todos deben buscar un bien común y cada quien desde su trinchera, pero a veces preferimos que nos dejen diseñar y no involucrarnos en tareas comunes que tienen más que ver con estrategias y ventas. Debemos buscar estar más involucrados en las tareas cotidianas de la empresa donde trabajamos para que seamos tomados más en serio sobre cosas de las cuales somos expertos.

4 Demos descuentos con sentido. En cierta ocasión, al terminar un proyecto le dije al cliente que habláramos sobre el finiquito de mis honorarios. Me dijo: «Está bien, reenvíame el presupuesto junto con el descuento correspondiente». ¿Cuál descuento? ¿Por qué me lo está pidiendo? ¿Por qué tengo que dárselo? En una cultura del regateo terminamos por hacer descuentos sin un motivo. Ahora, cuando me piden que baje mis costos debo entonces ser claro en que eso conlleva un servicio más limitado, como menos cambios y juntas o dos propuestas en lugar de tres. De otra forma, si estoy cobrando cinco y me bajo a cuatro sin razón, es porque quizá con más de tres ya salgo ganando.

5 Capacitémonos constantemente. En México existen una gran cantidad de conferencias y talleres. Lo malo es que muchas veces se las dejamos a los estudiantes o los nerds. Los diseñadores somos de las profesiones que menos buscan actualizarse y seguir creciendo. Vayamos a ellas y veamos siempre la forma de mantenernos actualizados sobre nuevas tecnologías y sistemas de trabajo, al final es una inversión que regresa dividendos al momento de solicitar un aumento u ofrecer a nuestros clientes mejores servicios. Lamentablemente un diseñador no debe revalidar su cédula de practicante como sucede con otras profesiones, situación que juega en nuestra contra al no sentir presión al respecto.

6 No aceptemos sueldos de hambre. En una economía como la mexicana, donde si alguien nos ofrece dos pesos por un diseño, podemos decir que no, pero sabemos que atrás de nosotros hay alguien lo suficientemente necesitado para aceptarlo. «Yo le digo que sí a todo» es una frase común entre muchos, pero a veces terminamos cobrando menos de lo que le pagamos a la señora de la limpieza. Recordemos que la nuestra es una profesión que implica la suficiente seriedad como haber invertido cuatro o cinco años en la universidad, y que si terminamos doblando las manos con gran facilidad, al final estaremos afectando no solo nuestra economía, sino la de todo el gremio.

7 No seamos piratas. Podremos estar en contra de la piratería, pero siempre terminamos usando los programas comprados en la calle porque los originales son muy caros. Eso nos permite dar precios más bajos porque no hemos invertido lo que corresponde para nuestra labor más básica. Busquemos siempre la forma de dar formalidad a nuestro trabajo. Pensamos que usar programas pirata no hace la diferencia, pero si los compráramos originales buscaríamos la forma de que el cliente sepa que nuestro trabajo cumple con un nivel mínimo de expectitativas.

Diseñador gráfico con maestría en diseño editorial por la Universidad Anáhuac y con cursos de Publishing en Stanford. Actualmente dirige MBA Estudio de Diseño, dedicado al diseño editorial, identidad y publicitario, además de realizar scounting y contratación de talento de diseño para diferentes empresas. Es profesor en la Universidad Anáhuac y la UVM. Le gusta la caligrafía, tipografía, la música y la tecnología.